Amar es donación. Eso lo comprendí en forma práctica de unos años a acá. Que dicha comprensión de la cosa ocurriera junto con el nacimiento de mi niña, no es coincidencia. Si ya muchos hemos leído sobre lo incondicional del amor de madre, claro. Pero cuando pienso en el amor de pareja, el amor romántico o erótico, no me siento tan lejos de la misma idea, la de donación.

Pero no estoy hablando de un desprendimiento total del yo, donde dejo de ser en mí para ser en el otro; no estoy hablando tampoco de fusionarme con otro, de tal suerte que pierda mi identidad. No se trata de vaciarme y quedarme totalmente vacía de tanto darme y darme. Eso, aparte de contraproducente, sería idiota. Hablo de cuando amas de una forma, que solo procuras el bienestar del objeto de tus afectos. Cuando la felicidad de ese otro está en un plano tal, que todos tus objetivos son esa persona. No olvidemos que el génesis de todo amor es el propio, por tanto, los estadíos de un amor de este tipo, solo pueden ser exitosos cuando tenemos amor propio. De donde no hay no puede salir nada. Y nadie que no se ame así mismo, puede amar a otro, aunque crea que lo está haciendo. Por otro lado, puedo afirmar que habita cierto egoísmo saludable en la persona que ama así. Por experiencia sé que cuando se practica el amor desde esta onda, el placer personal es tan grande, que dando todo lo que das, te repletas de una forma tan única, que quieres volver y volver a hacerlo.

Pasa lo mismo cuando cocinas, o al menos a mí me ocurre. Amo cocinar, y mucho más lo amo cuando lo hago para aquellos a quienes adoro. Puedo estar agotada, picar ingredientes por largo rato, soportar el sofocón de las hornillas encendidas y mojarme las pestañas con los vapores huyendo de las ollas, pero cuando sirvo los platos, y veo los rostros de mis amados satisfechos y felices, hartos de felicidad, ¡wao!Mi ser se goza de una forma que no puedo ni explicar. Entonces me viene a la mente la misma idea. Amar es donación.

Cuando damos desde la abundancia, damos por la plenitud simple del dar. Nos quedamos repletos de felicidad por haber cedido esa parte nuestra, desde donde brota una fuente que no se agota en su contenido

Cuando amas desde la carencia, te empecinas más en recibir que en dar. Es una dinámica inconsciente del amante, que ama de forma egoísta, y no necesariamente lo sabe. De esta danza relacional surgen los celos, los apegos, la sensación de que “me perteneces”, el “cómo es posible que sea feliz sin mí”, y una caterva de contextos donde se es de muchas formas, menos feliz. Cuando se ama desde la carencia, damos, ¡sí! claro que damos, pero lo hacemos con la expectativa de la recompensa, y mientras más inmediata mejor. De no ser así, nos quedamos frustrados y amargados. Esto es caldo perfecto para los resentimientos. Nos queda una sensación de fraude y de infelicidad que nos hace perder la fe en lo que es amar. Cuando se desarrolla esta dinámica de relación, el otro no es más que un instrumento de nuestro placer o felicidad, no es la felicidad, es un mecanismo que hemos seleccionado para llenarnos. La suerte de este tipo de relaciones es muy obvia. Tarde o temprano deviene el final. En cambio, cuando damos desde la abundancia, damos por la plenitud simple del dar. Nos quedamos repletos de felicidad por haber cedido esa parte nuestra, desde donde brota una fuente que no se agota en su contenido. Y ver a la otra persona feliz es justo la retroalimentación que necesitamos. Y no te alarmes, el otro está haciendo lo propio por ti. De ninguna manera abogo por embarcarse a una relación de pareja donde el otro no sea compañero o compañera.

Aquí necesariamente se hace inteligente saber si nuestra pareja está en similar sintonía. Una persona que ama desde la carencia a otra que ama desde la abundancia, ¡ufff! va a sufrir. Ambos lo harán. La paz y la seguridad de la segunda agotará y atormentará a la primera. Y el amor deficitario necesita tanto detalle y atención -que nunca será suficiente, además-, que al final de todo, ambos solo desearán dejarlo. Uno por que se sentirá insatisfecho e incomprendido, y el otro porque se agotó y está extenuado y ahogado.

Es necesario mirarse al espejo de la forma más descarada posible. Asumir esa relación, que es la más importante de todas: la que sostenemos por toda la vida con nosotros mismos. No nos enseñan a amarnos bien. Esto complica mucho las cosas, porque tenemos que descubrirlo casi todo en el trayecto y por nosotros mismos. Pero vale la pena. Yo lo sé porque he andado esos caminos -aún lo hago y seguiré haciéndolo-. Y me animo a compartirlo ustedes. Practica el amor desde la abundancia. Da. Dona. Ámate, y hazlo mucho. Se benévolo contigo y aprende que todo, irremediablemente todo, se reduce en AMOR.

@riveragnosis