Con trece centímetros de largo y ocho de ancho cualquiera puede ser famoso. Claro, depende de lo que se ofrezca. La libreta de abastecimiento tiene esas medidas y durante muchísimos años ha gozado del cariño de los cubanos. Aunque el tiempo no perdona y ahora está más ligera y con menos peso. Pero el amor continúa, a pesar de las adversidades y las presiones del momento.

El uso de la libreta o cartilla de racionamiento (cada cual pone el nombre que estime conveniente) comenzó a inicios de la década de los sesenta del siglo pasado y fue una respuesta del naciente gobierno revolucionario al embargo o bloqueo económico estadounidense. Así se regulaba la distribución de productos alimenticios ante posibles crisis o carencias transitorias. Contra todo pronóstico, la crisis y las carencias se perpetuaron y la conocida libreta consolidó su posición en el seno de la familia cubana.

Al principio, algunos la acusaron de promover la igualdad de las clases sociales, pues no hubo grupos ni personas priorizadas. Inmediatamente, los ricos que quedaban se marcharon del país o se diluyeron entre los pobres y las minúsculas hojitas engrapadas resultaron santificadas por el pueblo. El título de «defensora de los desamparados» vino bien en una época repleta de sobresaltos e inseguridades.

Cuando Cuba estrechó relaciones con el extinto bloque comunista de Europa del Este, la libreta empezó a engordar. Carne de res, pescado, mantequilla, leche en polvo, café (del verdadero), pollo, carnes y dulces enlatados, refrescos, jugos, compotas, garbanzos…, productos variados y baratos. Entonces, la gente sencilla reía a carcajadas y veía el mundo en colores. La ternera prendida de la teta de la vaca.

Pero la vaca se murió y la ternera se quedó sin nada. Las muecas sustituyeron las sonrisas y el mundo apareció, de un golpe, dibujado en blanco y negro. Transición brusca y abusiva: del universo fantástico a la vida real. Trauma colectivo. Incomprensión. Miedo. ¿Qué pasó? ¿Dónde rayos se metió la roja tierra prometida? Los víveres añorados se esfumaron después de un simple toque mágico y la desafortunada libreta padeció el rigor de las circunstancias.

Desde aquel instante decisivo, anda triste y muestra solo 20 páginas flacas. Los sobrevivientes de la hecatombe son contados y vienen con escasa frecuencia. «El día de los mandados», siempre a fin de mes, es sumamente esperado por los cubanos. A partir de esa jornada, cada núcleo familiar recibe determinada cantidad de productos alimenticios. «Los tres mosqueteros», expresión popular que identifica a los frijoles, al azúcar y al arroz, nunca se pierden la fiesta. Y alcanzan para resolver durante una semana, o menos.

El aceite, el café, la sal, el alcohol, los fósforos, el combustible para cocinar, el diabólico picadillo de soya, la mortadela, y el pollo (aclaro que las cantidades por persona resultan limitadas y simbólicas) llegan de forma salteada y una vez en 30 días. Pero el costo atractivo y ajustado a los bolsillos del pueblo, levantan las expectativas y aminoran en algo las penurias cotidianas.

Un quinquenio atrás, el gobierno y sus voceros calificaron a la libreta como «una pesada carga» para el Estado y propusieron que fuera eliminada de manera gradual. El plan estuvo incluido dentro del programa de recortes sociales y la respuesta enérgica del cubano común impidió que se llevara a cabo. Sin embargo, algunas mercancías pasaron de la venta normada a la venta libre, y los precios se dispararon. Mientras, los salarios siguen intactos y las vagas promesas de aumento ya no convencen a nadie.

Incluso, humoristas reconocidos han empleado jocosamente el asunto de la libreta en sus habituales espectáculos en centros nocturnos o en espacios televisivos. Ingeniosas representaciones del velorio de la famosa cartilla, despedidas de duelos, y ridículos retratos ampliados, constituyen vías creativas y sutiles para expresar lo que silencia la prensa oficial. La broma, a través de la historia, ha sido un arma letal y eficaz contra los poderosos. Y también una válvula de escape.

El futuro es incierto. Los cubanos y la libreta de abastecimiento han compartido miserias y tiempos de gloria. Caminan juntos y parece que sus destinos se encuentran entrelazados. Las medidas y el tamaño poco importan cuando existe un amor verdadero. Quizás el porvenir diga otra cosa. Pero, ¿quién sabe? Ojalá sea para bien.