Algunos tienen un presente penoso, pero los apuntala la esperanza de un mejoramiento futuro o son lo bastante imbéciles para sentirse conformes porque otros viven harapientos y llenos de pústula. Vidas sombrías las hay que no son tan sombrías como se las imaginan los que las padecen, pues si vuelven la vista hacia atrás se topan con un pasado inmejorable, y ¿porqué no creer en su renacimiento; acaso la historia de pueblos e individuos no es una eterna repetición, un hacerse presente lo pretérito y futuro lo actual?
Además, si nuestro destino consiste en alzas y bajas tanto espirituales como materiales- ¿no dicen que esa es nuestra ley?-, la esperanza persiste. Pero desgraciados de veras son los infinitamente desafortunados que, saliéndose de tan sabia ley, viven aprensados entre sombras a la espalda y tinieblas al pecho; oscuridad antes y después, siempre, más densa cuando la atraviesa un relámpago que, en la ansia de cielo abierto, confundieron con luz tan perseguida de la felicidad.
¡Felicidad!… ¿Existe acaso? Todo cuanto base su existencia en la armonía entre dos, en una armonía bilateral, fracasa a la postre, pues las leyes son inmutables y bien se sabe que el equilibrio del Universo nace de los contrarios. Y los famosos contrarios engendran equilibrio, pero jamás esa felicidad desnuda que perdimos desde la maldición divina.
¡Amor!, sí, esplendoroso, algo así como la mirada de Dios puesta en nosotros, pero nunca bilateral, por eso el amor existe sin felicidad. Es milagroso que dos seres divinizados por el amor se encuentren frente a frente en la vida terrenal y se correspondan. Mucho se dice por ahí que el amor conlleva sacrificio, ¡mentira!
Es sólo una manera de ocultar la tremenda verdad de que en las parejas ama uno y el otro se deja amar. ¡Oh, pero si amaran los dos, cuán maravilloso sería! Sería simplemente amor con felicidad. Más, el hombre está demasiado sucio todavía para respirar sin sofocación cerca de Dios. Mucho sucio, gentes sucias y corazones sucios. Entre tanta suciedad que no hiede a nadie, ¿cómo no tenderme al borde de cualquier riachuelo que cante adormeciéndome mientras muero de asco?
Santo Domingo, 27 de julio de 1944