“Hay muertos que van subiendo, cuanto más su ataúd baja”, Manuel del Cabral, poeta dominicano.
La mayoría de la gente va y viene; nacen, viven y mueren sin pena y con escasa gloria, pero hay personas que por sus aportes, por la forma en que vivieron, por las ideas que desarrollaron o por la causa por la que decidieron morir, se inmortalizan.
Hablar de inmortalidad en un momento en que el paradigma de lo efímero e instantáneo tiene tanto valor, quizás resulta paradójico. Sin embargo, es necesario, se debe analizar cómo una persona logra superar los límites del tiempo y espacio en que le tocó vivir para seguir inspirando a las generaciones posteriores.
Escribir sobre uno de esos seres cuyas ideas vencieron la muerte, nos obliga a pensar en Amín Abel Hasbún, el militante revolucionario asesinado por el régimen de Joaquín Balaguer el 24 de septiembre de 1970
Sobre él se han escrito libros, filmado películas y documentales, grabado canciones; la Facultad de Ingeniería y Arquitectura de la Universidad Autónoma de Santo Domingo lleva su nombre, una estación en el metro y varios grupos estudiantiles han surgido inspirados en las ideas del líder de izquierda.
50 años después que las balas atravesaron su cuerpo, el legado del exsecretario general y fundador de la Federación de Estudiantes Dominicanos (FED), militante del Movimiento Popular Dominicano (MPD) e ícono de rebeldía, se mantiene vigente.
Quizás aquello que hizo grande a Amín, lo que lo hizo destacarse frente a los de su tiempo, además de su admirable inteligencia, fue el hecho de que siempre estuvo al lado del pueblo, lucho incansablemente por causas justas: en un momento contra el examen de admisión en la UASD, en otra etapa por la destrujillización de la academia estatal, luego por la soberanía nacional frente al yanqui invasor en abril de 1965 y lo que dio lugar a su asesinato; su lucha por la democracia dominicana en los funestos 12 años de la dictadura balaguerista.
Conciencia de clase, la bujía inspiradora
Proveniente de una familia de comerciantes de origen palestino, de clase media, premiado como el mejor de su clase en el Colegio La Salle y con notas Summa Cum Laude en la carrera de ingeniería, Amín tenía las herramientas necesarias para vivir una vida cómoda y tranquila junto a su familia, pero también tenía algo que le hacía consciente de la desigualdad existente entre una clase y otra; conciencia de clase.
Ser consciente de la relación de explotación de una clase sobre la otra (burguesía sobre proletariado), lo llevó a luchar para cambiar el sistema, abrazó las ideas revolucionarias y acuñó aquella máxima zapatista de que es mejor morir de pie que vivir toda una vida arrodillado.
Tal vez si su norte hubiese sido la superación personal o el individualismo capitalista, hoy no estaríamos escribiendo sobre él, pero escogió luchar para transformar la sociedad, priorizó las causas colectivas y la defensa del bien común, eso mantiene vivo el legado de Amín Abel, medio siglo después.