Aunque no es de mi particular agrado dedicar parte del poco tiempo de vida útil que me resta – cumplo 74 el próximo mes – en comentar por escrito las banalidades y pamplinas que a diario regurgitan la prensa textual, radial o televisiva del país, en este trabajo y por los incesantes e injustificados ataques que recibe la Autoridad Metropolitana de Transporte – AMET – quiero asumir su gratuita defensa, debiendo por necesidad señalar, que desconozco totalmente  los responsables que administran esta institución aunque no su finalidad de poner orden dentro del desorden vehicular imperante.

A pesar que desde el pasado mes de febrero 2018 la AMET ahora se denomina Dirección General de Seguridad de Tránsito y Transporte (DIGESETT, un acrónimo desafortunado para ser memorizado por la población), al igual que su anterior designación el lanzamiento de su nueva imagen corporativa también será satanizada por los conductores nacionales – incluyendo periodistas, dueños de medios de comunicación y ciudadanía en general – por el simple hecho de intentar organizar el caso prevaleciente  en calles, avenidas y carreteras de la República.

Si hay en las sociedades modernas un indicativo del desarrollo mental de sus componentes, uno de los más relevantes es sin temor a equivocarme el desenvolvimiento del tránsito motorizado a través de las vías destinadas a su circulación, y como aun no estamos en la época de los vehículos autónomos guiados por computadoras –  Tesla y demás – su desplazamiento depende única y exclusivamente del nivel de desarrollo cerebral que tienen los conductores encargados de controlar su velocidad y dirección, para así evitar la ocurrencia de accidentes causantes de muertes y discapacidades.

Al igual que en todo país subdesarrollado como el nuestro son muy pocas las mujeres al volante,  y al hablar de conductores me referiré en exclusividad a los hombres que en este caso son mayoría advirtiendo además,  que  como la posesión de una arma de fuego, la violencia doméstica y la predilección por los deportes rudos y de gran riesgo, la conducción de un vehículo, creer que el mismo es una proyección de nuestra  personalidad y en especial que lo medalaganario se impone a la sensatez, los choferes dominicanos estiman en general que el irrespeto y la inobservancia de las leyes la rotulación del tránsito forman parte de su condición machista, de su rol de ser el primero entre sus iguales.

La demonización colectiva hacia la AMET o DIGESETT obedece en exclusiva a que sus agentes, en el cumplimiento de sus funciones, en algún momento han contrariado la caprichosa postura de un conductor por atentar contra la vida de los demás cruzando en rojo un semáforo o circulando en dirección contraria, o cosa increíble, por no preservar su vida al no tener previamente ajustado el cinturón de seguridad o portar el casco protector en el caso de un motorista.  Sorprender en estas negligentes actitudes a quienes pueden provocar la muerte o invalidez suya o de los otros, está penalizado con multas y sanciones siendo precisamente estas acciones punitivas motivaciones principales de la malquerencia urbana o vial hacia los miembros de la AMET.

Si el agente de esta institución que interviene en la retención de un conductor pertenece al sexo femenino, éste reaccionará de forma airada por tres razones: la primera es por la dificultad que representa emprender hacia ella cualquier tentativa de soborno para evadir el pago de la infracción; la segunda es que está demostrado que la mujer es más severa que el hombre en el ejercicio de sus atribuciones administrativas y por último, que al ser considerada como un ser inferior por la cultura machista preponderante, en su intimidad el hombre no le reconoce autoridad o derecho alguno sobre su persona.  En este último caso los hombres actúan como si la mujer fuera un menor de edad que lo detuviera reclamándole un trato, sino recíproco, al menos de cierta igualdad, lo cual le resulta inadmisible.

En las metrópolis con un significativo desarrollo vehicular donde aun el género masculino se atribuye el papel protagónico, de principalía en relación al mundo viviente que le rodea – mujer, niños, ancianos, animales, plantas y demás -, la señalización vial y el respeto a los otros es prácticamente letra muerta, y si en estado de sobriedad no les importa la integridad del prójimo sino que éste debe interpretar sus pensamientos y adecuarse a su voluntad, en caso de estar en estado de ebriedad se convierten en homicidas involuntarios, en asesinos potenciales hacia los cuales instituciones como la DIGESETT debe resguardarnos, defendernos para así contrarrestar la elevada siniestralidad registrada por accidentes motorizados.

La ocurrencia de dos hechos escenificados durante los días de Semana Santa, por los laicos denominada Semana Trágica, fueron los verdaderos parteros de éste artículo, teniendo el primero como protagonista un amigo motorista que circula por las calles de esta capital como si fuera Joe – un inmenso y célebre franqueador del tirano Trujillo – que piensa llevarse el mundo por delante, y el segundo al autor del presente trabajo que por experiencia propia conoció con amargura el cordial abordamiento y tratamiento de los miembros de la DIGESETT  cuando me disponía  asistir a un evento, que a pesar de su incongruencia, aun me atrae: la procesión del Santo Entierro.

El motorista de marras conocido siempre por estar buenhumorado lo encuentro hecho una furia y al preguntarle su malhumorado estado de ánimo me refiere el desafortunado encuentro con un AMET, quién lo detuvo por no llevar puesto su casco protector.   Me dice que cuando conducía se iba comiendo algo comprado en una fritura y que la única forma posible de hacerlo era despojándose de la insuperable dificultad que representaba  comer con el casco puesto, momento en que fue sorprendido, retenido y finalmente multado por el representante del cuerpo del orden.  Ahora bien, lo interesante de su caso fueron los argumentos y explicaciones ofrecidas por el amigo para liberarse de la transgresión omitida.

Estas fueron sus risibles argucias ante el AMET: ¿cómo yo podía comer con el casco puesto?  ¿inténtelo usted a ver si puede?  Es que ya no podemos comer en público en este país? AMET también perseguirá a los pocos que comen en esta ciudad? Por esto y menos, es que a algunos de ustedes los han matado, por abusadores, por atropellar a los mas chiquitos que ni siquiera pueden calmar su hambre cuando están   trabajando! Cuando el agente le reiteraba que lo correcto era detenerse y comer, el amigo replicaba así: estoy muy mal de tiempo y la oficina donde debo retirar una comisión está casi cerrando y no puedo perder un instante en pararme para comer! Como vemos, los reclamos del atribulado motorista eran machismo al estado puro, eran solo pretextos para exculparse y no pruebas justificativas.

Cuando después de las reclamaciones esgrimidas el motorista tuvo la percepción de que la infracción estaba siendo redactada, descargó verbalmente sobre el AMET una retahíla de improperios donde  rabiosamente le evocaba el origen espurio y la dudosa catadura moral de sus padres, esposa, y familiares, haciendo galas de una insolencia no merecida por el agente del orden.  Cuando me reseñaba su callejera contrariedad aun persistía en su ánimo una evidente actitud provocativa a la cual deben enfrentarse con serenidad estos policías varias veces al día, incluso cuando su intervención consiste en tratar de preservar la vida de quienes violan la ley.

El segundo acontecimiento tuvo por escenario la ciudad colonial el pasado viernes santo, pues al querer asistir al tradicional entierro fui sorprendido sin portar el cinturón de seguridad por miembros de la AMET –muy  activos en toda la capital – lo cual me fue notificado luego de mostrar los documentos requeridos a todo conductor para cumplir con la normativa de transitar.  Como no se trataba de una dudosa apreciación visual – pasé en naranja, no en rojo;  pisé la línea de cebra por no pasar en rojo etc. – sino de una innegable negligencia, quise intentar una sutil, civilizada tentativa de soborno ya que con estos agentes ofrecer dinero en efectivo, más que una provocación, es un atentado a su dignidad.

Admití mi descuido a sabiendas que no abrocharlo implicaba  un grave riesgo de seguridad en caso de accidente, pero no obstante recurrí a dos estrategias de instantánea inspiración con la finalidad de eludir por compasión, el pago de la violación:  le expresé que sí me multaba jamás iría a esta tradicional procesión católica y que me convertiría a la confesión protestante o pentecostal.  Le advertí también  que era doctor – no le dije médico por no serlo sino por tener un Ph.D  – y que él nunca podrá saber cuando un hijo o un familiar suyo enfermo podría requerir mis sanitarias atenciones.  Lamentablemente ambos argumentos – efectivos en otros tiempos – fueron escuchados con amabilidad pero no impidieron el llenado del acta de infracción castigándome al pago de $1,667.00.

En los dos casos que vienen de ser descritos la vigilancia de la DIGESETT fue con el propósito de protegernos la vida, más sin embargo la reacción desafiante del motorista y la astuta marrullería propia fueron nuestras respuestas.  Imagínense entonces lectores, los violentos antagonismos que exhibirían los  conductores que por atentar contra la vida de los demás – cruzar en rojo un semáforo, transitar en vía contraria, hacer rebases imprudentes, exceso de velocidad, conducción temeraria etc – son detenidos in fraganti por los agentes responsables del ordenamiento del tránsito.  Todos hemos sido espectadores de estos berrinches donde con frecuencia pueden llegar hasta las manos y excepcionalmente al homicidio.

Hay que meterse dentro de la piel de un AMET para saber la tolerancia infinita que es necesario tener y mostrar para soportar la agresividad e impulsividad verbal y física del conductor de una voladora de Canta la rana, Quita sueño o el Hoyo de Bartola, que por arrebatarle un pasajero a otro transgrede impunemente la ley de tránsito.  Al defenderse vemos bajarse un chófer en pantalones cortos, calipsos, una franela, una pelada caliente y portando una gorra con la visera hacía atrás, dispuesto a no reconocer en el AMET a un representante de la ley, sino más bien, a otro hombre como él que trata de hacerle la vida imposible a un padre de familia.

A menudo observamos la conducta disruptiva de éstos conductores o de éstos chivos sin ley – como dicen algunos – caracterizada por una alta dosis de impetuosidad y brusquedad, debiendo también incluir los atrevidos motoristas que por sus audacias constituyen el 33% de los pacientes atendidos por la Asociación Dominicana de Rehabilitación – ADR – según su fundadora Mary Pérez M., y de acuerdo a un reciente estudio realizado por estudiantes de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña  -UNPHU – el 51% de ellos revelan la posesión de altos índices de  arrebatamiento e irresponsabilidad al desplazarse en sus motores por las calles de la ciudad.

Por el ruido infernal prevaleciente en nuestras vías públicas, un amigo me sugiere que Santo Domingo debería  llamarse más bien ESTRIDENTOPOLIS  siendo hasta ahora infructuosas las campañas anti-ruidos para mitigar la polución sónica que nos irrita y desespera.  Esta sugerencia no debe asombrarnos al existir en la TV local una  repostera o gastrónoma que se llama Jacayagulla Carmona; al escuchar hace poco en el Teatro Nacional a la chelista argentina Sol Gabetta; que un líder sindical cubano se llamara Sandalio Junco; un comandante de la Revolución Universo Sánchez y finalmente que una poeta uruguaya responda al nombre de Idea Vilariño.

Como conclusión debo recordarles a los conductores nacionales que su mayor enemigo no son los miembros de la AMET sino mas bien nuestros propios defectos, nuestra falta de interés por el bien de los demás, nuestra cultural resistencia a respetar las leyes, y que debemos renunciar al egoísmo, la ambición personal y al machismo rampante que permea nuestra sociedad de arriba abajo.  Si encuentran que las multas son muy caras entonces no debemos infringir la ley – para obligar a su pago, en lo adelante serán amarradas al pago de la luz, a la renovación de documentos importantes etc. -, ya que nadie está obligado en un restaurante a ordenar caviar de entrada, langosta de almuerzo, de postre un Saint-Honoré y como bebida un Burdeos Premium.  Para actuar correctamente muchas veces debemos resetearnos.