Con el anuncio de la candidatura presidencial de la exprimera dama, exsenadora y exsecretaria de Estado Hillary Clinton, se intensifica el ambiente electoral en Estados Unidos a dieciocho meses de las elecciones presidenciales del 2016. Curiosamente, aunque no es posible predecir el resultado comicial, la señora Clinton es, al menos en mi opinión, la favorita no sólo para encabezar la fórmula electoral demócrata sino también para ocupar la Casa Blanca en enero del 2017. Aclaro que esos comentarios no constituyen un apoyo a su candidatura o a la de cualquier otro candidato. Dejo ese trabajo de promoción a otros colegas interesados en ese respetable ejercicio ciudadano.

Todo puede cambiar, pero la economía estadounidense está en plena mejoría y la población, aunque consciente de algunos problemas de la candidata, no anhela regresar a los años finales de la administración del segundo miembro de la familia Bush en ocupar la Presidencia. La administración de George W. Bush terminó en medio de la crisis económica más grande después de la Depresión de 1929 mientras que la administración de Bill Clinton, esposo de doña Hillary, logró el mayor superávit presupuestario de los tiempos modernos y dejó al país en medio de una apreciable prosperidad.

Claro, esas cuestiones se relacionan con ciclos económicos que solo dependen parcialmente del poder ejecutivo federal, aunque la memoria colectiva sitúa en primer lugar consideraciones de ese tipo. Sobre todo cuando se ha logrado, a pesar de las dificultades que ha enfrentado la actual administración demócrata, regresar a altas cifras macroeconómicas y a una evidente reducción del desempleo en la última década.

Algunas personas han olvidado que las elecciones congresuales de a mediados de término sólo atraen un porcentaje bajo del electorado lo cual disminuye la votación de las clases más pobres y las minorías. La victoria republicana en los comicios parciales de 2014 no indicó una firme tendencia a favor de ese partido. Además de eso, la ventaja de los candidatos republicanos fue exigua, uno o dos puntos porcentuales en gran parte de las contiendas y, tiene mucho que ver con la forma con que los gobiernos estatales han dividido los distritos congresuales. En el 2016 la votación de los afroamericanos, los hispanos, las mujeres y los homosexuales será mucho más alta que en el 2014, lo cual no constituye una buena noticia para los republicanos.

La política exterior difícilmente decidirá las elecciones, aunque pudiera afectar el resultado en algunos distritos. Los estadounidenses están conscientes de los errores que ambos partidos han cometido en su gestión internacional. A menos que se produzca una catástrofe o se obtenga un logro fenomenal en lo exterior la economía y otros asuntos serán los decisivos. Y no hay que olvidar que los estadounidenses de hoy no son en su mayoría propicios al estilo de vida de otras épocas. La sociedad ha cambiado y las nuevas generaciones no responden a los mismos discursos y a los mismos valores que en los años ochenta.  Eso tampoco inclina la balanza hacia el republicanismo de hoy.

En cualquier caso es imposible asegurar que las actuales tendencias en los sondeos de opinión pública se mantendrán. Algunos candidatos o sus familiares son bien conocidos, y eso contribuye a que la señora Clinton y el exgobernador Jeb Bush disfruten de apreciables cifras en las encuestas, que de los dos, favorecen hasta ahora a la primera.

Son tantos los posibles candidatos republicanos que sus niveles de apoyo se dividen considerablemente y siempre aparecerá algún o alguna demócrata que competirá con doña Hillary, al menos simbólicamente. Eso terminará cuando se produzcan las convenciones nacionales de los partidos. Pero la lucha entre el ala más conservadora (el llamado “Tea Party” republicano), la derecha religiosa y las instituciones políticas y económicas republicanas serán sumamente duras. Los sobrevivientes habrán adquirido en su lucha de las elecciones primarias conocimientos e influencia para enfrentarse a la más probable candidata demócrata, pero no competirían con una persona carente de experiencia, sino con una de las candidatas más hábiles en la historia contemporánea de la política estadounidense.

Las recaudaciones de campaña de algunos candidatos como la señora Clinton son astronómicas. Los que no cuentan con cifras multimillonarias, por no decir billonarias, no tienen nada que buscar en el sistema democrático representativo estadounidense, y los republicanos contarán con grandes fondos como los demócratas. Ese factor hará más difícil las contiendas.

Ninguno de los candidatos estará libre de acusaciones por parte de sus adversarios, pero si existe una pareja acostumbrada a todo eso, está constituida por Bill y Hillary Clinton, aunque nunca tanto como el actual presidente Barack Obama que ha sido acusado de todo lo imaginable por sus adversarios. Tampoco su predecesor, George W. Bush, fue necesariamente muy afortunado en las opiniones que se vertieron sobre su persona y su actuación pública, aunque jamás se le acusó de ser, al mismo tiempo extranjero, musulmán y comunista como ha sido el caso de ciertas fantasiosas críticas dirigidas a Obama.

Así las cosas, la situación puede cambiar. En política casi todo es posible. Aunque el ejemplo no es necesariamente aplicable esta semana se produjo algo que muchos consideraban imposible. El presidente de Cuba Raúl Castro pidió disculpas y hasta elogió al de Estados Unidos Barack Obama, a pesar de las diferencias ideológicas entre los dos países en cuanto a su política hacia el actual gobierno de Venezuela.

Por lo tanto, sin entrar en muchos detalles, me atrevo a afirmar que es hasta posible un triunfo republicano en el 2016, lo cual considero algo difícil, pero no imposible.  Ni siquiera una próxima visita de Barack Obama a la mayor de las Antillas exige ya demasiada imaginación.