En el denominado mundo occidental – poco frecuente en los países árabes y asiáticos – hay en el comportamiento público femenino dos gestos aparentemente insignificantes que desde siempre han concitado mi atención y que a mi juicio son parte constitutiva de la identidad de género.  Los travestidos y transexuales – muy visibles en el carnaval – aunque intentan reproducirlos en sus actitudes no logran imitarlos con la fidelidad esperada, conformándose entonces con una parodia de los mismos que por lo general delata su impostura, la engañosa artimaña.

Uno de ellos es la estudiada y sutil manera de retirarse los aretes, que aunque para una gran mayoría de observadores masculinos parecen no contribuir al realce del rostro de una mujer, si bien analizamos notamos que por pequeños que sean siempre les aportan a su cara un encuadramiento estético que complementa largamente la meta perseguida: potenciar las virtudes, supuestas o no, domiciliadas en sus rasgos fáciles, en fin,  adornarse en busca de una perfección que el espejo deberá devolverle.

Al decidir quitarse los pendientes o zarcillos, todas las mujeres, mediante una ligera inclinación de la cabeza, aproximan el lóbulo de la oreja al hombro del mismo lado y simultáneamente con los dedos de ambas manos – sobre todo los pulgares e índices respectivos – manipulan su mecanismo de apertura para así retirarlos.  Al despojar el de la oreja izquierda estila mirar hacia la derecha y viceversa.  Este manoteo, tan femenino,  usualmente está acompañado de una facial manifestación de alivio, de liberación, como si hubiere estado sometida a una fastidiosa tortura.

Un cansino y expresivo ¡uff! revelador de haberse desembarazado de un estorbo, de una molestosa carga finalizado en ocasiones por un rápido parpadeo para clarificar la visión, son los últimos testimonios de un pintoresco ademán que el machista empeño por golosear los encantos físicos de una mujer impide apreciar, evaluar detenidamente perdiéndose así la inestimable ocasión de presenciar un gesto demostrativo de una de las grandes diferencias expresivas entre las dos grandes categorías sexuales.  En los últimos años los llamados trans-una sexualidad atrapada en un cuerpo equivocado – han adquirido mucha visibilidad pero no es lo mismo.

En cualquier ciudad del mundo y sobre todo en los supermercados – soy vecino de uno de ellos -, al momento de pagar la compra realizada las mujeres exhiben una postura muy suya que también puede inscribirse dentro del repertorio de actitudes corporales que concitan mi curiosidad, y a la vez considero como privativa de su particular modus faciendi ante los demás,  que talvez tenga su asiento en la dotación cromosómica –XX – que las caracterizan.  Se trata de su personal modo de quitarse del hombro los tirantes del bolso para poder rebuscar en su interior el dinero en efectivo o la tarjeta de crédito.

Puede hacerlo utilizando el dedo pulgar de la mano sobre cuyo hombro están apoyados los tirantes, y si el bolso – el apelativo cartera está en retirada – está muy pesado emplea entonces la mano opuesta procediendo con ella abierta al retiro de aquellos.  Una vez colocado sobre una base firme, el ensanchamiento de su abertura  o el de la cremallera, y en especial, el rebuscamiento en su interior, son actividades desprovistas de importancia para el gran público pero de sumo interés para quienes consideramos este acto como una declaración de intenciones, una expresión sui-generis del una vez juzgado como sexo débil.

  A comienzos de este mes de marzo, al apersonarme con fines de impartir docencia en la facultad de AGOVET de la UASD en Engombe, experimenté una singular sorpresa cuando sobre la encimera de un escritorio perteneciente a sus oficinas administrativas advertí, desplegados sobre la misma, una multitud de objetos de todo tamaño y formas que daban en  conjunto la impresión de ser las pertenencias de un arrebatado buhonero haitiano, la piezas de un extravagante rompecabezas, la bandeja de instrumentos de un olvidado quirófano veterinario , o a una alucinante colección de miniaturas que esperaban ser clasificadas, distribuidas.  Simulaba  en definitiva una reproducción de los 8000 guerreros de terracota encontrados en una tumba china.

La usuaria de dicho mueble la Lic. Francisca Peña con más de tres décadas laborando en la Universidad y casi 30 años al servicio de la Facultad, me indicó que no se trataba de lo que podía suponer sino del variopinto y asombroso contenido de su bolso al cual sometía periódicamente a un exhaustivo trabajo de limpieza, aseo,  así como al descarte o reemplazo de algunos de sus artículos de uso personal allí emplazados. No miento ni exagero al señalar que aquello simulaba el vaciado, la evacuación total de una original  Caja de Pandora.

 Por la confianza existente le sugerí a la empleada en cuestión que no solamente me anotara el nombre de cada uno de los objetos presentes en el bolso y expuestos sobre su escritorio, sino que además los fotografiara como prueba y demostración de que no se trataba de una fabulación de mi parte, solicitudes a los cuales accedió sin problemas.  La foto es la que aparece en este trabajo y el inventario del contenido lo haré en orden alfabético, aunque me parece que en atención a la discreción y prudencia que distinguen a toda mujer, Francisquita – diminutivo que usamos en su trato- omitió la presencia de algunos adminículos.

El listado es el siguiente: aretes, aspirinas, billetera, bolígrafos, brocha de maquillaje, cepillos, cortauñas, crema para brazos, crema para dermatitis, fósforos, gelatina para el pelo, goma para el mismo, guante desechable, lápiz de cejas, lápiz de escribir, lentes de sol, lima para uñas, llaves, llaveros, manitas limpias, mentas, monedas, monedero, pastillas de carbón activado, pastillero, peine, pintalabios, pinzas para depilación, polvos faciales, sobre con pastillas extras, calmantes y finalmente tijeras.  Un total de 31 que no es una cantidad excesiva pero que extendida sobre una superficie ofrecen la impresión de constituir en colorido batiburrillo.

En comparación con lo que usualmente porta un hombre en su cartera o billetera representa sin lugar a dudas una nómina excesiva, aunque en descargo de la amable Francisquita debo consignar que ella no es una mujer coqueta, no tiene hijos pequeños, no lleva una intensa vida social ni a diario debe estar presentable para recibir visitantes de ringorrango, que son situaciones que obligan a la previsión y previo avituallamiento de utensilios y avíos de emergencia, los cuales por necesidad extreman las dimensiones del contenido y el continente de los bolsos.

A diferencia de los hombres la mayoría de las mujeres son precavidas y cautelosas al momento de tomar ciertas disposiciones, y si deciden salir en solitario un día no soleado con amenaza de frio, próximo al inicio de su ovárico calendario, con la posibilidad de degustar cualquier entremés y la seguridad de impresionar favorablemente a alguien, es muy posible que incluya en su bolso un paraguas, una bufanda,  un jersey, toallitas sanitarias, un dentífrico con su cepillo, un perfume, y desde luego su eterno aliado para restaurar su apariencia:  un kit provisto de sombras, polvos, colorete,  rímel, delineadores y un largo etc.

Si un día asistimos a un torneo internacional de golf en Punta Cana, a un pase de modas en un lujoso resort de Puerto Plata o a un campeonato de tenis en el exclusivo Conuntry Club en Santo domingo, notaremos que las mujeres asistentes llevan colgados en su cintura escapular unos bolsos faraónicos que parecen intendencias portátiles, economatos rodantes o minis supply, en cuyo interior encontraríamos más cosas que las presentes en las mochilas de los soldados norteamericanos que fueron a la Guerra del Golfo o Afganistán.  El inventario de Francisquita sería insignificante al de estas damas que solo portan bolsos de marca: Hermés, Gucci, Prada, Chanel o Carolina Herrera originales.

A menudo las mujeres no encuentran de inmediato algo que necesitan y que saben que está en el interior del bolso, constituyendo todo un espectáculo ver el contratiempo que se apodera de su persona, el desasosiego que se posesiona de su rostro, culpando a la celeridad del tiempo en que vivimos y no a su descuido el extravío momentáneo de lo buscado.  Sus quejas y lamentaciones ante su efímero infortunio me resultan graciosas por ser el resultado de un exceso de previsión al momento de sobrecargar lo que para ella representa su botiquín de primeros auxilios, su mini-farmacia, su neceser y su set de maquillaje, todo en uno.

Debemos finalmente destacar, que no debemos seguir desconociendo que el amazónico contenido que las mujeres clasemedieras llevan dentro de sus bolsos – en francés se  denominan sacs = sacos, término más apropiado con su uso – no sólo es un testimonio de su prudencia sino que en la vida  conyugal ellas, por razones genéricas, son las depositarias de la cautela y la precaución gracias a las cuales garantizan la buena crianza de los hijos, la atinada conducción de la casa, la rentabilidad del presupuesto doméstico, en definitiva, la voz que siempre debe escucharse para evitar la ocurrencia de percances y contrariedades que por su intervención pudieron ser eludidos, prevenidos.