Hoy amanezco indignada. Yo fui ilegal hasta los 18 años, a esa edad al tratar de inscribirme en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) se dieron cuenta que no era dominicana.
Mis padres exiliados en Panamá nunca hicieron los trámites de lugar. En medio del desorden del balaguerato yo, extranjera, tuve una cédula de identidad y un pasaporte dominicano.
Tengo conciencia de que no estoy ni remotamente en la misma situación de los miles de dominicanos que hoy están impedidos de obtener sus documentos. Yo solo pude vivir efímeramente el temor de no tenerlos. No podía inscribirme en la universidad porque debía pagar en dólares como extranjera (no es lo mismo pagar 6 pesos por crédito que 60 dólares).
Mientras el largo y costoso proceso de nacionalización se efectuaba el Grupo Popular, para el cual trabajaba en ese momento, amablemente esperaba a que tuviera mi documento de identidad. Porque yo tuve todas las puertas abiertas, porque yo no cargo con el triple estigma de ser negra, pobre y para colmo de origen haitiano. Esos son los dominicanos menos afortunados, que hoy tienen que enfrentar las políticas fascistas que un partido como el de la “liberación dominicana” se da el lujo de auspiciar.
Parecería que este año más que una conmemoración del golpe de Estado de 1963 lo que se ha producido es una celebración de la derrota a un proyecto democrático, a un proyecto de nación incluyente, más justa e igualitaria. El partido de un Juan Bosch que en 1943 se preguntaba “cómo es posible amar al propio pueblo y despreciar al ajeno”. Hoy la pregunta debería ser más abarcadora “cómo es posible despreciar al propio pueblo y al ajeno”. Eso esta haciendo el gobierno del partido fundado por Bosch.
Hoy me indigno cuando veo que el Estado dominicano se desliga de un problema que él mismo creo. Porque los gobiernos mas falsamente nacionalistas y mas honestamente antihaitianos son los que nos entregaron en brazos de los intereses foráneos, en brazos de los imperios que de verdad amenazan nuestro bienestar, esos que usurpan nuestros recursos naturales, explotan nuestros hombres y mujeres y definen políticas económicas que no responden a nuestras necesidades sino a sus intereses.
Pero además fueron esos gobiernos pseudonacionalistas y antihaitianos los que trajeron masivamente e informalmente a miles de trabajadores haitianos, en condiciones de semiesclavitud. Fueron esos trabajadores quienes produjeron el azúcar, y luego los tomates y el café, y finalmente construyeron nuestro “Nueva York chiquito”. Y esa masa de trabajadores vinieron y vivieron indefinidamente entre nosotros y se hicieron parte de nosotros y lo hicieron ante un Estado que no prestó más atención al asunto. Solo volvieron a ser tema en las coyunturas políticas o electorales en las que el expediente haitiano debía ser desempolvado para desviar la atención o restar votos al candidato de ascendencia haitiana.
Así se formaron esas dos, quizás tres, generaciones de DOMINICAN@S. Si, porque qué es un dominicano: ¿un color de piel? ¿un pasaporte? ¿un idioma? ¿una vivencia? ¿un sentimiento? ¿pronunciar correctamente perejil? Yo diría que ser dominicano es una mezcla compleja de cosas pero en esencia es una identidad, imaginada por supuesto como diría Anderson, y eso hace que mi madre nacida y criada en Suiza, con toda la pinta de europea, con un terrible acento que la acompaña 40 años después de vivir entre nosotros, se sienta mas dominicana que muchos dominicanos de pura cepa. Porque a ella le duele mas este país que el de su pasaporte, sí, porque ella nunca se ha planteado nacionalizarse. Porque el sentimiento nacional, si existe, se vive, no se porta. Eso lo sabe el millón de dominicanos que juraron por la bandera gringa sin sentirse norteamericanos, con tal de portar el green card.
Ahora politiqueros conservadores de la mejor tradición trujillista-balaguerista son los que definen las políticas migratorias, mas aún definen la nacionalidad dominicana, esos son los que juegan a su antojo con los documentos sin los que es imposible vivir hoy día en nuestras sociedades estandarizadas….ya lo decía aquel anuncio de la Junta Central Electoral “Sin la cédula no eres nadie”. Pues ahora esos fascistas pueden decidir quien tiene derecho a “ser” en la sociedad dominicana. Y con ese poder han decidido que miles de seres humanos no son nada.
Y es curioso que esto pase entre nosotros, justamente nosotros, un pueblo de migrantes… nosotros que sabemos que en el lugar mas recóndito del planeta hay algún dominicano probablemente ilegal que lucha contra el estigma del extranjero: es prostituta, es delincuente, es ignorante, es negro, se está tomando nuestros puestos de trabajo, reduce nuestros salarios, trae enfermedades. Nosotros que estamos esperando que la reforma migratoria de Obama se apruebe, esa que permitiría a miles de emigrantes ilegales formalizar su situación.
El patrioterismo antihaitiano es una política astuta que hace que los dominicanos no miren sus verdaderos problemas, no miren hacia adentro, identificando sus propios villanos, sino hacia fuera, al otro….el problema está en el otro. Me pareció que la crisis fronteriza por la exportación de huevos a principios de año 2013 fue tan conveniente para un gobierno que se enfrentaba a la posible reactivación de la protesta, en pausa por los festivos de Navidad.
Nada moviliza y sensibiliza más a los dominicanos que el tema haitiano. Parecería que el pueblo dominicano ha olvidado que seguimos sufriendo la reforma fiscal que resultó de un robo colosal de los fondos del erario público. La corrupción que nos tiró a las calles a finales del 2012 sigue ahí.
Lo que en principio era una responsabilidad de Leonel Fernández, hoy un año después sigue siendo responsabilidad de la pasada gestión y Danilo, con su estrategia mediática de ser captado mientras brinca el charquito, come moro de habichuela roja o le da tremendo boche a un ingeniero incumplidor, se ha echado a medio país en un bolsillo, basta ver su alta aprobación en las encuestas.
Es irónico que justamente en estos tiempos en que miles de dominicanos de origen haitiano son despojados de sus documentos, de su nacionalidad, del derecho a su sustento, entonces graciosamente le regalamos la nacionalidad a ciertas “personalidades”, porque esas nos prestigian. A fin de cuentas es una política discriminatoria, en nuestro país las cosas no funciona igual para el rico que para el pobre, para el blanco que para el negro.
Se ha dicho hasta la saciedad que en dominicana no hay racismo, esto a pesar de las denuncias periódicas de escándalos de clase media alta en centros nocturnos de la capital, a pesar de que en las páginas de sociedad no encuentro un ejemplar negro ¿no hay negros ricos?, a pesar de que miro las caras de los miembros de la Suprema Corte de Justicia, los ministros o los pasados presidentes de las academias y veo que no hay rostros de color ¿por qué? ¿no hay negros educados? Si fuimos el segundo territorio americano en abolir la esclavitud, si a fin de cuentas en esta sociedad “prácticamente no había esclavitud”. Por qué los negros siguen siendo marginales al poder político, al poder económico y al poder social.
Me duele pensar que los dominicanos sean insensibles frente al drama humano detrás de la sentencia del Tribunal Constitucional del 25 de septiembre. La sentencia afectara la vida de hombres y mujeres, de niños y niñas, que tienen sueños, responsabilidades, aspiraciones, ¿podrán ir a la escuela? ¿trabajar? ¿viajar? ¿los vamos a deportar a Haití? ¿qué les espera? Me preocupa la indiferencia de muchos, el silencio deliberado de otros y finalmente la actitud de los ambiguos. Me asustan las posibilidades infinitas, irresponsables y perversas que animan a los sectores que viven de insuflar tensiones entre ambos pueblos.
Mi dominicanidad, la que creo que ejerzo, es solidaria, comprometida, crítica pero sobre todo humana, no es superior a otras identidades y no es exclusiva (a veces me siento isleña, caribeña, latinoamericana, terrícola, etc.). Mi dominicanidad no puede estar por encima o de espaldas frente a una injusticia como la que se está cometiendo en estos momentos.
Creo que es importante que se sepa que muchos no somos parte de esa dominicanidad racista, abusadora, conservadora y antihaitiana. Decía Matías Bosch que una medida, una ley, una resolución no solo debe ser legal sino también legítima. Yo diría aun más, debe ser por sobre todas las cosas humana.