Real Audiencia y Chancillería, hoy Museo de las Casas Reales

Una de los frentes de manzana mejor logrados en el centro histórico de Santo Domingo es, sin lugar a dudas, el que corresponde a la acera norte de la calle Las Mercedes, entre las calles Las Damas e Isabel la Católica. Me asombra la convivencia de tantas soluciones formales de arquitectura de épocas distintas. La secuencia de los momentos de la historia se refleja aquí como si fuera parte de una docencia de historia del arte, con su diversidad en combinaciones y gestos que se acoplan en una especie de monólogo arquitectónico.

Ninguna de estas fachadas reclama liderazgo, mucho menos gritar más fuerte que las otras. Aquí prima la unidad apoyada en una profunda conciencia del espacio público, de la interacción urbana, de la correcta disposición de ofertas estéticas sencillas en la que se preserva la línea de fachada para formar un lienzo agradable y coherente.

Es evidente que la fuerza inicial la marcó el más antiguo de los edificios, es decir, la antigua sede a principios del siglo XVI, de la Real Audiencia y Chancillería, hoy Museo de las Casas Reales, con su volumen macizo de piedra caliza y su recomposición formal de la década de 1970, dirigida por Eugenio Pérez Montás. La vetustez de esa pieza carente de revestimiento, con sus arcos y gruesa cornisa de ladrillo introducida a principios del siglo XX, dialoga apacible con el vocabulario moderno de los edificios que le siguen.

En orden temporal, el más antiguo es el de la esquina noroeste, un edificio bancario de la década de 1920, atribuido a Antonin Nechodoma, que tiene una copia similar en Santurce, San Juan, Puerto Rico. Este inmueble, de tres caras, maneja una sutil referencia neoclásica a partir de la cual combina piezas rectas, limpias y bien proporcionadas, y los ornamentos en sus entradas y las piezas horizontales que actúan como particiones en los huecos.

Le sigue, a su derecha y en el orden cronológico, una porción del edificio del Banco de Reservas que se conecta con la calle Las Mercedes, diseñado por Alexander Aaron en 1955. Se comporta como un portal con un enorme vano de metal y vidrio que se divide en una puerta y un panel transparente. Entre ambos, se observa la franja metálica horizontal con el nombre de la institución bancaria, similar a la que existe en su fachada de la calle Isabel la Católica. Es el único inmueble de los cuatro que se eleva por encima de los demás, con su plano revestido de mármol y coronado con una cornisa de elementos estriados.

Y a seguidas, en el centro y colindante con el Museo, se destaca esa pieza blanca y adusta que detiene la mirada y motiva a la reflexión. Con una maestría propia de alguien que quiere introducirse silencioso en un conjunto, este inmueble es uno de los más puros edificios modernos en el centro histórico, con su composición de tres paños horizontales que se intercalan con franjas de vidrio desplegadas de extremo a extremo. Dentro de la simplicidad de este volumen carente de ornamentos, es notable el gesto de replegar hacia atrás las ventanas de los pisos superiores y el breve espacio que sirve de atrio en la planta baja, concebido para generar un distribuidor para la observación de los escaparates que una vez albergaron comercios. Este retiro de los vanos los protege de la lluvia y el inclemente sol que protagoniza el ambiente del Caribe.

Si se hace un análisis más profundo de su propuesta formal se determinará una proporción matemática entre los tres cuerpos macizos, ya que la primera franja, donde hoy se observa el letrero de la institución a la que está destinada, es el doble del ancho de las otras dos que completan la fachada. Dos piezas verticales sirven de marco en los extremos del alzado que junto al revestimiento de material pétreo en los muros exteriores de la planta baja, insisten en ofrecer otros puntos visuales de interés. En fotografías tomadas con anterioridad a la intervención contemporánea del edificio colonial adyacente se comprende la razón de su altura, la cual coincidía con un antepecho de elementos neoclásicos que existía sobre la cornisa de ladrillo que hoy se observa.

Cuatro inmuebles que resumen la evolución de la arquitectura en la Primada de América, desde lo colonial, la arquitectura pre-moderna de los años veinte, la presencia de un alzado que recuerda algunos edificios de New York de los años cuarenta y esa pieza blanca, sencilla y respetuosa de mediados del siglo XX, de autor hasta ahora desconocido. Otra de las sorpresas de nuestra Ciudad Colonial de Santo Domingo.