Nos encontramos en el canto VI a partir del cual se inicia la segunda parte de este vasto poema. El adverbio "Entonces" es el primer vocablo de este segundo tiempo del texto haciéndonos entender, nítidamente, que todo lo anterior, que todo lo descrito hasta aquí no había sido más que la explicación o el preámbulo de la historia. De pronto comprendemos el porqué de esta subida en su justo sentido e intención: "Entonces en la escala de la tierra he subido/ (….) hasta ti Macchu Picchu". La palabra "Entonces" sirve para, de alguna manera, "enterrar" el pasado e imponer una ruptura definitiva en el contenido: en primer lugar, la historia de una agonía existencial y luego el panegírico y la elegía a la ciudad muerta, a la madre de piedra – elemento impregnado de un sentido simbólico, es la substancia incorruptible, inalterable – que convida e incita a la ascensión mística.

En esta parte – por oposición a la primera – el poeta se encuentra colmado de entusiasmo y de esperanza. Hay una cierta inquietud por la forma, por ordenar, por arreglar o componer y la sintaxis la sentimos menos pesada. El poeta asume los problemas enunciados por la filosofía idealista al tiempo que entabla un diálogo con ella y el materialismo histórico, pareciendo resolver su antagonismo sobre el plan poético.

Y es que frente al desorden de una existencia privada de sentido, las ruinas de Macchu Picchu simbolizan el orden, tal y como es puesto de manifiesto a través de la forma de los versos que en cierta forma buscan reconstruirlas en el plano literario. Es, además, el lugar donde todavía se encuentra o anida lo humano, por ello se le llama: "madre de piedra". El sitio sigue intacto y representa el punto o recinto del origen a donde el poeta se empeña en regresar: "Alto arrecife de la aurora humana" en oposición al acabamiento que percibe en la ciudad en donde al principio, desolado, lo vemos transitar.

Los siete cantos que siguen resuelven o "corrigen" la tensión anterior. El descubrimiento de la morada (cantos VI a IX) dan o entregan al hombre americano su verdadera dimensión cultural e histórica (cantos X a XII). No se trata de angustia individual, Neruda se sitúa ahora en la historia colectiva del hombre en tanto que ente social.

La significativa ascensión a Macchu Picchu, aunque evocada en el pasado, es también incorporada al presente de la palabra por el empleo del pretérito perfecto aunque éste no es el único tiempo que encontramos en el canto VI. La voluntad de integrar los vestigios de la civilización precolombina a la cultura actual es puesta de manifiesto gracias a una yuxtaposición de un pasado como tiempo acabado y terminado y del presente. Hay un interés muy marcado por restablecer el "cuadro", o sea, recordar y describir la flora y la fauna, la forma de vida y los datos culturales de esos primeros habitantes de los Andes. Las enumeraciones que suceden confieren al texto un movimiento acelerado. Este canto VI concluye con la alusión al fin, al término, al desenlace que viene siempre con el transcurso del tiempo y, naturalmente, con la muerte, abismo insalvable adonde va a parar todo, aludiendo, para ello, a términos que connotan el derrumbamiento, tal y como pasó antes con él cuando se sentía morir, pues la muerte es siempre caída o desplome:

"Esta es la morada, éste es el sitio:/ aquí los anchos granos del maíz (…) la hebra dorada salió de la vicuña/ a vestir los amores, los túmulos, las madres,/ el rey, las oraciones, los guerreros./ Aquí los pies del hombre descansaron de noche/ junto a los pies del águila, en las altas guaridas/ carniceras/ (…) Miro las vestiduras y las manos, (…) la pared suavizada por el tacto de un rostro/ que miró con mis ojos las lámparas terrestres, (…) porque todo, ropaje, piel, vasijas,/ palabras, vino, panes,/ se fue, cayó a la tierra."

La personalización que en una ocasión se hace del aire refiere su manera delicada y tenue – cuando se introduce en la ciudad de los difuntos – y su perfume intenso y particular. Domina un clima de soledad y desolación cuando, al aludirse al paso del tiempo, se hace referencia a la multitud de años de "trabajo" del aire que trae consigo un resultado positivo de perfección y refinamiento pues se alude al abrillantamiento o pulidez de la piedra, material resistente, imperecedero, incólume, en contraste con el hombre que perece, que se escapa, que se evade como un soplo:

"Y el aire entró con dedos/ de azahar sobre todos los dormidos:/ mil años de aire, meses, semanas de aire, (…) pasos lustrando el solitario recinto de la piedra."

El poeta nos describe y denuncia luego la muerte de los constructores de Macchu Picchu, tratándose ahora de una muerte colectiva, masiva, la infinidad de vidas que se consumieron, que ofrendaron su vida a favor de la grandiosa y perfecta obra andina. Notemos, de paso, que los hombres se encuentran en este hecho unidos, sucumben al mismo tiempo, contrario a la desunión y a la disgregación que percibimos en la ciudad moderna y actual:

"Muertos de un solo abismo, sombras de una hondonada,/ (…)

vino la verdadera, la más abrasadora muerte (…) y desde las rocas (….)

os desplomasteis como en un otoño en una sola muerte (…). Cuando la mano de color de arcilla/ se convirtió en arcilla, y cuando los pequeños párpados se/ cerraron/ (…) quedó la exactitud enarbolada".

El vate, acongojado y triste, se lamenta de la suerte de los trabajadores. A veces nos describe lo horrible que fueron estas muertes al desmembrarse en la pendiente los cuerpos frágiles y nos hace ver que con estas caídas se exterminó, definitivamente, todo vestigio de cultura:

"Hoy el aire vacío ya no llora,/ ya no conoce vuestros pies de arcilla,/(…) y el árbol poderoso fue comido/ por la niebla, y cortado por la racha./(…) El sostuvo una mano que cayó de repente/ desde la altura hasta el final del tiempo (…) cuanto fuisteis cayó: costumbres, sílabas/ raídas, máscaras de luz deslumbradora."

Empero, todo no está perdido porque esos hombres maltratados y mártires siguen viviendo a través del poeta que los reivindica mediante la escritura y de la perennidad de la piedra pues al caer y morir se asimilaron al barro, asociándose íntimamente al mundo mineral para permanecer como una flor perenne de piedra, para quedarse con nosotros para siempre:

"Pero una permanencia de piedra y de palabra:/ la ciudad como un vaso se levantó en las manos/ de todos, vivos, muertos, callados, sostenidos/ de tanta muerte, un muro, de tanta vida un golpe/ de pétalos de piedra: la rosa permanente, la morada".

En otra ocasión se reitera la idea de la perpetuidad o conservación gracias a la "mediación" del vate que salvaguarda o protege el pasado de la destrucción integral gracias a la fuerza y a la virtud de las palabras. El "yo" lírico llama a su hermano a que entre en el mundo de la poesía a través de él mismo sirviéndose luego de una paradoja para sugerirnos que todo no ha desaparecido completamente pues todos estos individuos junto a su cultura existen todavía en el poeta mismo que, como un redentor, rescata todo:

"Ven a mi propio ser, al alba mía,/ (…) El reino muerto vive todavía.

El poeta nos invita – con un cierto dejo de misticismo – a nosotros, americanos, a admirar, a venerar, a adorar estas piedras que conservan parte de nuestra historia y luego describe, con precisión, el lugar que rodea las ruinas evocadas. El hecho que se aluda con frecuencia a los ríos marca el interés por situar el texto en su contexto real e histórico – se dice incluso sus nombres – a la vez que ubica los acontecimientos en el trayecto fluido y "líquido" del devenir y del tiempo que se lleva o arrastra con todo aludiéndose al agua en sus diferentes formas. De esta manera, todo el poema se mueve siguiendo el "curso" un tanto acelerado de la "corriente":

" Sube conmigo, amor americano./ Besa conmigo las piedras secretas./ La plata torrencial del Urubamba (…) vuela el vacío de la enredadera, la guirnalda dura/ sobre el silencio del cajón serrano (…) agua salvaje (…) sonoro pedernal andino (…) Oh, Wilkamayu de sonoros hilos (…) blanca espuma (…) el relámpago del frío (…) en la altura encadenado(…) bocas profundas (…) en tus delgadas aguas arteriales (…) manos de cascada (…) deja que el tiempo cumpla su estatura/ en su salón de manantiales rotos (…) el canal ciego".

Lo que seguirá luego será una serie larga de preguntas que tratan de encontrar, por un lado, al responsable de tanto sufrimiento, explotación y exterminio y, por otro, las huellas de los vencidos. Las interrogaciones tienen también un valor de imperativo, expresión de una búsqueda resuelta y liberadora. Notemos de paso el registro de verbos empleados que, en su significado, reenvían a la violencia, la brusquedad, la rudeza, la tensión y a lo funesto de la situación evocada:

"Quién apresó el relámpago del frío (…) repartido en sus lágrimas glaciales (…) golpeando sus estambres aguerridos, sobresaltado en su final de roca?/ Qué dicen tus destellos acosados?/ (…) Quién va rompiendo sílabas heladas, (…) gritos sometidos, (…) Quién va cortando párpados florales (…) Quién precipita los racimos muertos (…) Quién despeña la rama de los vínculos?/ Quién otra vez sepulta los adioses?"

Llama mucho la atención el amplio registro de términos relacionados con el dolor, lo aciago, el sufrimiento que descubrimos en este canto VIII que nos hacen ver el panorama adverso, duro, despiadado, estremecedor, de ese entonces así como la hostilidad, la inclemencia del tiempo, el acabamiento:

"golpeado, frío, apartando, combatidas, nieve, salvaje, abrupta, rodillas rojas, truenos, herida, vendaval, castiga, desarraigada, apresó, encadenado, lágrimas, sacudido, espadas, golpeando, guerrero, final, acosados, relámpago, rebelde, rompiendo, heladas, gritos sometidos, cortando, precipita, muertos, despeña, sepulta, sumergida, rotos, ciego, áspero, pisando, despeñada, escarpada, estalla, silencio, sombra sanguinaria, nave negra."

En la siguiente metáfora "continua" – llamada así pues se prolonga en varios versos – Neruda realiza, de nuevo, un desplazamiento hacia abajo, como en descenso y realizado por etapas, escogiendo para ello términos que transmiten la idea de profusión, de abundancia, de exhuberancia y, al final, integrado a la capa más íntima de la tierra:

"Quién precipita los racimos muertos/ que bajan en tus manos de cascada/ a desgranar su noche desgranada/ en el carbón de la geología?"

En el canto IX encontramos un esfuerzo por reconstruir simbólicamente la fortaleza, degradada por el olvido, por elogiarla, a la vez que devolverle actualidad y vigor. Este esfuerzo se traduce por una prodigiosa acumulación de imágenes intemporales donde se conjugan elementos naturales y culturales y una serie larga de enumeraciones con una presencia casi asfixiante de substantivos de los más diversos registros:

"águila, cinturón, pan, lámpara, serpiente, caballo, vapor, libro, ráfagas, dedos, plumas, tronos, garra, catarata, campana, estatuas, manos, discusión paloma, planta, abeja, luna, burbuja, patria."

El ritmo – contantemente tenso de los primeros cantos – y la irregularidad de la métrica son abandonados en el canto IX para ceder el paso a una construcción regular y armoniosa de versos de once sílabas, unas veces, sin cesura, otras veces, regularmente escindidos en el hemistiquio, "colocados" o "superpuestos" lo mismo que las piedras de los monumentos incas. Los participios, que aparecen de manera abundante, sirven para indicar que la realidad señalada tiene significado pasivo pero, en todo caso, queda claro que es por la acción demoledora del tiempo que todo termina en escombros:

"Nave enterrada, Témpano (…) labrado, tiempo sumergido, Muralla (…) suavizada, Techumbre por las plumas combatida,(…), garra encarnizada,/ Argolla de las nieves dominadas (…) paloma endurecida (…) estrella construida (…) luna arañada".

No perdamos de vista que Macchu Picchu simboliza el lugar geométrico que mejor corresponde a la nueva visión del autor sobre el mundo lo que es revelado a través de las imágenes y la afluencia de términos que han sido tomados a la geometría, a la construcción, a la arquitectura, tales como:

"triangular, escala, hipotenusa, diagonal, capiteles, acueductos, nave, geometría, muralla, bases, torre, techo, arquitectura, escuadra, ventana, cúpula catedrales, muro, piedra, hierro, construida,"

La ausencia de formas verbales da la sensación de dureza e inmovilismo propio a la materia inerte, a la piedra, vocablo que repite sin cesar como un eco insistente y ensordecedor:

" Polen de piedra (…)/ pan de piedra./ Serpiente mineral, rosa de piedra./ (…)

manantial de piedra./ (…) luz de piedra./ (…) vapor de piedra./ (…) libro de piedra."

En el canto X el poeta "desciende" de la cima de la pirámide hasta la base oprimida, los esclavos olvidados que reclama a la maravillosa cumbre, aquí personalizada. El hablante la responsabiliza del maltrato de sus hombres, recuerda de nuevo su sufrimiento, la pérdida irreparable, al tiempo que recuerda la miseria de los constructores. La voz comprometida indaga sobre la permanencia del hombre, exige, pide cuentas:

" (…) el hombre dónde estuvo? (…) La pobre mano, el pie, la pobre vida (…) la boca vacía, Hambre, coral del hombre, hambre (…), hambre". Macchu Picchu, pusiste (…)/ en el fondo la lágrima y (…) el rojo goterón de la sangre?"/ devuélveme el esclavo que enterraste!"

Encontramos, además, una predominancia de la forma interrogativa e imperativa. Neruda interpela la materia, los objetos del hombre americano y toma partido por los de abajo preocupándose por su suerte y por las condiciones precisas en que vivieron estos pobres obreros:

"Yo te interrogo, sal de los caminos/ muéstrame la cuchara, déjame, arquitectura, roer con un palito los estambres de piedra,/ devuélveme (…) muéstrame los vestidos del siervo(…) Dime cómo durmió (…) Dime si fue su sueño ronco, entreabierto, como un hoyo negro/ hecho por la fatiga sobre el muro."

Se trata ahora de una búsqueda decidida y esencial del hombre que se pone de manifiesto sobre todo por las preguntas que acuden numerosas. El poeta se refiere tanto al hombre de hoy como al que se perdió con el tiempo y bajo la historia de la construcción que llega a ser, ante nuestros ojos, odiosa por lo que representó en términos humanos:

"Macchu Picchu, pusiste/ piedra en la piedra, y en la base, harapo?/ (…) en el fondo la lágrima?/ (…) el rojo goterón de la sangre?"

La consolación llega, sobre todo, con los cantos XI y XII, pero concentrémonos en el primero. En primer lugar ya no se trata de preguntas sino de respuestas. El poeta desea que el esplendor de la construcción no le haga olvidar, en ningún momento, lo que hubo detrás de toda la historia de su edificación por ello es que no alude, ni le interesa referirse a los detalles arquitectónicos de la perfecta edificación sino al sufrimiento de los hombres que la hicieron posible:

"A través del confuso esplendor,/ (…) déjame hundir la mano/ y deja que en mí palpite, como un ave mil años prisionera,/ el viejo corazón del olvidado (…) Déjame olvidar, ancha piedra, la proporción poderosa,/ la trascendente medida, (…) las escalinatas diagonales (…) déjame hoy resbalar/ la mano sobre la hipotenusa de áspera sangre y cilicio (…) veo el antiguo ser, servidor, el dormido/ en los campos, veo un cuerpo, mil cuerpos, un hombre, mil/ mujeres,/ bajo la racha negra, negros de lluvia y noche,"

El vate llama a los constructores a través de apellidos que de una manera sugestiva describen su trabajo o forma de vida, buscando que, de alguna manera, recobren la "existencia" a través de la poesía. Es por ello que con apremio le ruega que renazcan con él, que se integren a su "voz", a sus versos, en una nueva dimensión, la poética, que es el único camino que le queda al vate, se trata pues de restablecer la verdad y de perpetuarla gracias al verbo poderoso de la poesía. Por otro lado, el "descenso" que se hace al mundo de los muertos, a la noche dura de la piedra, es un acto de profunda solidaridad con los ignorados, como una tentativa de rescatarlos del sueño oscuro e impenetrable y, unido a la suerte de los desaparecidos – enterrados por su condición social en el hondo abismo del olvido – busca "elevarlos" a través de su canto convirtiéndose en su intérprete:

"Con la piedra pesada de la estatua: Juan Cortapiedras, hijo de Wiracocha,/ Juan Comefrío, hijo de estrella verde,/ Juan Piesdescalzos, nieto de la turquesa,/ sube a nacer conmigo, hermano."

Otra vez descubrimos a Neruda tratando de "rescatar" lo perdido, queriendo saber, con precisión, todo lo que todavía no se sabe acerca de la impresionante obra pues se siente muy cerca y atado a la suerte de los hermanos que perecieron. El amor amplio, grande, pleno, universal, que implica a todos los hombres y entes de la creación, es puesto de manifiesto cuando se expresa la idea de un río desbordante de fraternidad:

"Déjame olvidar hoy esta dicha, que es más ancha que el mar,/ porque el hombre es más ancho que el mar y que sus islas,/ y hay que caer en él como en un pozo para salir del fondo/ con un ramo de agua secreta y de verdades sumergidas."

El último verso del canto XI es repetido al comienzo del canto XII. Es también el amor que determina, en estos dos cantos, el llamamiento ferviente, la invitación a "renacer" que descubrimos al final del canto XI y en todo el canto XII. Pero la muerte, en el tiempo histórico, es irreversible. Los "sometidos", los que fueron mutilados y exterminados en la construcción magna – de quienes se mencionan con precisión sus oficios y ocupaciones – son irrecuperables, de ahí lo desmesurado de la tragedia y la angustia del que se lamenta:

"Dame la mano desde la profunda/ zona de tu dolor diseminado (…) No volverás del fondo de las rocas./ No volverás del tiempo subterráneo./ No volverá tu voz endurecida./ No volverán tus ojos taladrados./ Mírame desde el fondo de la tierra,/ labrador, tejedor, pastor callado: domador de guanacos tutelares: albañil (…): joyeros de los dedos machacados: agricultor (…) alfarero."

El lamento cede el paso, de repente, a un desbordamiento de furia, al rencor, al resentimiento. El empleo del imperativo se hace excesivo lo que revela el nuevo tono categórico que adopta el texto al final. El vate – esperanzado y sintiendo que todo no se ha perdido – se convierte en el abogado, en el protector, en el guía, es por ello que insta a los obreros que le confíen todo con detalles y precisión para hacerse cargo entonces de la defensa pues su compromiso con lo social lo empuja por esta dirección. Como los esclavos no se rebelaron contra sus opresores, el hablante les pide que le concedan toda la cólera contenida durante siglos, que le otorguen sus atributos, los propios de la "raza" mineral como la piedra, que no ha roto el vínculo con la tierra materna y reclama incluso la transfusión sanguínea, para que la sangre del poeta sea la de todos y su palabra también la de todos los hombres y, así unidos, formen un solo cuerpo, una sola alma, un sólo propósito para el combate. Por todo ello, es que creemos que no se trata, únicamente, de un testimonio sino también de una incitación ferviente y decidida a la lucha:

"Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta (…) juntad todos los silenciosos labios derramados/ (…) contadme todo, cadena a cadena,/ (…) y paso a paso/ afilad los cuchillos (…) / ponedlos en mi pecho y en mi mano, (…) como un río de tigres enterrados,/ y dejadme llorar, horas, días, años (…) siglos (…) Dadme el silencio, el agua, la esperanza./ Dadme la lucha, el hierro, los volcanes,/ Apegadme los cuerpos como imanes./ Acudid a mis venas y a mi boca./ Hablad por mis palabras y mi sangre."

Conclusión

"Alturas de Macchu Picchu" representa al interior del Canto General indiscutiblemente uno de los puntos culminantes del texto. Recordemos que para Neruda las ruinas no son solamente una grandiosa arquitectura de piedra sino que reconoce y explora en ellas las raíces de la historia de un mundo que reivindica y llega a ser también un monumento de la palabra, la que el poeta provisto de su útil de trabajo modela con dignidad, sinceridad, verdad y entrega.

El poeta deja un espacio para la reflexión metafísica, las consideraciones sobre el ser, la meditación sobre la muerte, la historia, el sufrimiento……..

El poeta extraviado del principio cede el paso al hombre comprometido que descubre finalmente el sentido de la existencia, que se encuentra en el amor y la solidaridad humana.

Por otro lado nos desplazamos en el texto siguiendo un movimiento de descenso y ascenso, de caída y de levantamiento, de despeño y de ascensión. El hablante siguiendo la situación que describe nos hace sentir, unas veces, en una situación de vacío, deterioro, acabamiento y, otras veces, optimistas, esperanzados, fuertes para afrontar lo injusto y el porvenir.

Una característica esencial de este poema es su estructura dualista, bipartita, la muerte y la vida, lo alto y lo bajo, lo grande y lo pequeño, lo personal y lo social, lo particular y lo general, lo noble y lo injusto……

Neruda se siente comprometido con un continente cuyos pueblos han sido despojados, oprimidos, explotados, exterminados y sumidos en la injusticia social, por ello es que se adhiere al partido proletario y quiere que su poesía pase del mito a la historia, de la evocación nostálgica al combate, de la obscuridad a la claridad, de la alienación individualista al compromiso militante y colectivo, de la soledad a la solidaridad.