La nación vive momentos históricos de efervescencia moral y de movimientos telúricos pocos sostenibles, desatados en su última gota por un estudioso alemán de la conducta del soborno de apellido Odebrecht, razón por la cual el gobierno debe medir con estricta sintonía, sus movimientos mal sanos en el afán de mantener el control absoluto sobre cada molécula del ciudadano dominicano.
A nuestro juicio, el Consejo Nacional de la Magistratura (CNM), bajo el control absoluto del poder político, en el actual proceso de selección de los jueces que resultan necesarios en la Suprema Corte de Justicia y en la sustitución de la matrícula completa del Tribunal Superior Electoral, podría con sus desmanes, seguir tocando esas fibras populares del pueblo que desde ya aguantan poca cosa.
Resultan penoso mi resabio en tono de amenaza, toda vez que en un sistema democrático pleno, esto no sería un tema de discusión, sino, de transcribir con hechos lo que esencialmente establecía Platón, en el Libro III de su obra de mayor trascendencia titulada “La República”, en la cual elabora minuciosamente la filosofía política de un Estado ideal, el cual citaba lo siguiente: “Los jueces deben ser ancianos, los ancianos deben ser gobernantes y los jóvenes gobernados”, siendo para este, lo más importante en la ciudad y en el hombre como tal, sería la justicia, es por ello que, su Estado ideal estaba basado en una necesidad ética de justicia.
Entiendo que para este gran filósofo el hecho de considerar que los gobernantes y jueces fueran ancianos, no estaba relacionado con la edad, sino a la necesidad de que estos fueran personas llenas de sabiduría, que no es más que la habilidad que se desarrolla con la aplicación de la inteligencia en la experiencia, y esta apoyada en la moral, tendrá como consecuencia a un ser humano que actúa con buen juicio.
El hecho no es repartir las altas cortes a abogados vinculados sólo a la política de turno, con méritos profesionales, destrezas, imagen o reputación, estamos en la obligación de insistir en la sabiduría de los que serán elegidos, aquellos hombres de pensamiento autónomo que no sean impetuosos y que no pierdan el dominio de sí mismo, esos que aunque vivan rodeado de gloria y esplendor nunca pierden la paz, los mismos que se mantienen alejados de la rivalidad, de la codicia y de la confusión producida por los deseos, hombres que han sido felices por el solo hecho de vivir, sinceros al hablar y equilibrados y rectos en el trabajo y en la propia vida.
Insisto, necesitamos hombres sabios como jueces, tan sabios como aquellos que tienen poco, porque se han olvidado de las cosas.