El domingo tuve la encomienda de asistir a un suculento almuerzo en la mansión de los Gula. Debo la invitación a una amiga que, gracias a su trabajo de directora de la galería de arte, ha trabado amistad con los señores Gula. Esta amiga sabe que estoy jarto de comer comida rápida o, mejor dicho, chatarra, y de que para disfrutar de un buen almuerzo soy, como buen dominicano, capaz de olvidar mis principios y sentarme a la mesa con el mismo Satanás y sus demonios.

La mansión de los Gula se encuentra entre las residencias de millones de pesos en Arroyo Hondo. Después de pasar el semillero de casitas del barrio La Yuca empiezan las paredes de seis metros pintadas de marrón. Parece un castillo diseñado por un ciego y un jugador de basketball. Todo es inmenso. Cámaras de seguridad en la entrada; un cupido gigante, con chorros de agua turbia, tal vez sidra o champagne, brotando de la boca, de la punta de la flecha y del bimbolo, corona la fuente rodeada de enanas matas de coco. Había una exhibición de yipetas, los otros invitados habían llegado. Un helipuerto indicaba que era muy posible encontrarse en esta mansión a un senador que jura que no ha robao. Un guardia nos guió a través de un piso de ajedrez para cíclopes. Hasta nosotros llegaba el piano de Di Blasio.

—Por fin llegas dal ling—nos recibió una señora alta y flaca besando a mi amiga dos veces a la manera europea. Un conjunto blanco con manchas negras, o negro con manchas blancas, como un dálmata; un peinado que tomé por un gorro del desierto de la legión extranjera francesa: cabellos rojos en visera y el resto en tenaz línea recta hasta los hombros.

—Mi amigo poeta—dijo mi amiga para darme cuerda.

—Un placer moncheguí, ¿dos pelolindo?, me en can tan jajajajajajajaja—dijo la señora Gula, tomándome las manos y plantándome dos besos sonoros en las mejillas. Parece que la doña estaba happy. Nos confesó que ingirió el primer screwdriver a las ocho y media. Nos tomó a cada uno de la mano y, como mamá gallina, nos fue presentando a los otros animales del corral. Todos levantaban el trago en señal de mucho gusto, es un placer, me da tres pitos. Una mesa de billar en el centro rodeada de cien sillones estilo Luis XV o XIV y mesas de mármol debajo de lámparas en vitrales santeros completaban el mobiliario. Un cura bien feo y un diputado bien horroroso jugaban una partida amistosa. Por la cara del diputado pude comprobar que el cura le estaba dando una pela. La bola 8 quedaba sobre la mesa, el cura afinó el tiro, la metió limpiamente en una boca del medio.

—Perdió mi querido cura—dijo el diputado.

—¿Cómo que perdí?

—Sí, uté debió metela en la boca de allá abajo donde metió la última bola, no en la del medio—arguyó el diputado señalando la boca exigida con el cigarro en la mano.
—MIRE CARAJO, NO FUE ESO LO QUE ACORDAMOS—bramó el cura moviendo el taco como muy rápido—. Dijimos que la bola 8 en cualquier boca.

—No señor, así sí e fácil, con razón uté ganó.

—¿USSTEDD ESTÁ LOCO? A USTED YO LE GANO CON LO SOJOS CERRADOS Y DÁNDOLE UNA VENTAJA DE CINCO BOLAS SI USSTEDD QUIERE NO PAGUE PERO ADDDMITA QUE PERDIÓ DEBAJO DE ESSSTA SOTANA HAY UN JUGADOR DE BILLAR CARAJO.

—¿Y UTÉ CREE QUE E POR NO PAGAR LO MIL MISERABLE PESITO ESO? E POR UNA CUETIÓN DE HONOR. LO RETO A UNA DE UN MILLÓN PA QUE UTÉ VEA—clamó el diputado sacando una papeleta de dos mil pesos rompiéndola frente a todos.

—Señores señores, esto e una reunión de amigos—rogó un gordo con chacabana que resultó ser el señor Gula: bigotes teñidos, pantalón crema y zapatos en dos tonos de marrón, cejas teñidas—. Vamos, vamos querido cura, no se ponga así, cármese, recuerde er corazón, yo le pago la apueta.

—NO SEÑOR, NO LO ACETO ESO, EL CURA PERDIÓ BIEN PERDÍO—exclamó el diputado, indignado. Varios comensales tuvieron que interponerse entre el diputado y la rabia del cura con el taco. Forcejeo y taconeo. El señor Gula se llevó al cura, abrazando la sotana fuera del salón. Algunos hombres trataron de calmar al diputado. Después de este episodio me dirigí al bar y le pedí al mozo varias copas de un vino bien caro que indolentemente bebí parao ahí mismo. Medio ajumao me acerqué a mi amiga que trataba de tumbar a la señora Gula.

—Pero yo quiero algo con animales, pueden ser gallo o jirafa, ¿tienes algo con jirafa? Los animales con mancha me en can tan—dijo la señora Gula bebiendo su screwdriver.

—Creo que con jirafas no, pero me quedan unos gallos de Guillo—dijo mi amiga.

—Bueno, los gallos tan bien, pasaré el monday por allá, resérvamelo, aunque, no sé, nunca he visto más de dos gallo en los cuadro de Guillo—dijo la señora Gula dudando, después abrió los ojos ante una idea maravillosa—. Ve a ver si aparece uno con cinco gallo, dos peleando y lo sotro mirando a ver quién gana, y arriba un sol, en esta paré caben bien…

—Claro, voy a ver, no se preocupe—dijo mi amiga mirándome, tal vez esperando una cortá de ojo. Ay ni la miré dando la vuelta hacia el bar. Allí un militar con muchas rayas hablaba con un juez de la JCE y un periodista que también es entrepreneur.

—Leña y má leña e que hay que dale, ¿utede creen que hacé una marcha con un hombre muerto de hambre, maquillao como si tuviera agolpeao, con una camiseta rota que dice "REPÚBLICA DOMINICANA", y una antorcha en la mano que parece la antorcha olímpica; con otro hombre gordo con guante de boxeo con una camiseta que dice "COMESOLO", dándole golpe al muerto de hambre y atrá un molote de agitadore cargando un caldero negro, dique el pebetero olímpico, voceando "ABAJO EL GOBIERNO", e una buena imagen pa los turista que vienen a difruta de nuetras playas? No, señore, no podemo dejá que eto sea otro Haití, leña y má leña hay que dale a ese grupo de traidore…

—La antorcha del hambre mi general—dijo burlón el periodista entrepreneur.

—Bueno, pero e mejor eso que un carro bomba—me escuché decir a mí mismo en voz alta, asombrao. Todos me miraron pero por suerte en ese momento entró el señor Gula abrazao al cura: "SEÑORES, ER PUERCO TA SERVÍO".