Haitianos que nos invaden y amenazan la nacionalidad dominicana, la mujer como ser débil y “menos inteligente”, Venezuela y Cuba como infiernos, el ladrón de barrio como merecedor de linchamiento, el corrupto que se lleva millones pero que “boronea”, el bueno del Presidente que me regala 1.000 pesos mensuales… ¿Qué tienen de común todas estas conclusiones con un Sol que le da vuelta a la Tierra? Que todas brotan de lo que pudiéramos llamar el dato inmediato, la mera apariencia directa ante la cual se rinde el sujeto sin más que buscar ni más que pensar. Esto, naturalmente, con el refuerzo de mecanismos de difusión y opinión…
Se ha definido la alienación como la pérdida del reconocimiento de la dignidad propia, aceptación de la (su) realidad como designio divino o natural, extrañamiento de su propio ser. Es un proceso de construcción de la conciencia a fuerza de prácticas machaconas, de predicamentos recibidos, de falsificaciones de la realidad y por supuesto de acciones represivas que conducen a la resignación y a la legitimación de la fuerza que le arrebata su ser, su espacio, al punto de llegar a convertirnos en simple cosa útil (cosificación), por ejemplo útil para llenar de votos las urnas.
Este proceso de alienación propiamente dicha no deberá confundirse con inmadurez cognitiva señalada más arriba, “minoría de edad” de edad mental, ignorancia, en fin, miopía en la interpretación de los hechos. Esto último, en principio, encuadra como deficiencia intelectual o informativa; la alienación es por definición un hecho ideológico. Una cosa sería apoyar un mal gobierno porque se desconocen sus fechorías o porque se suponga un mal menor, y otra aceptar resignado sus acciones.
Pero que estas dos condiciones sean distintas no significa que en la práctica sean separables, al menos masivamente; hay por el contrario una relación óntica, indisoluble. La alienación es posible precisamente porque los mecanismos que la producen pudieron más que la capacidad reconocer e interpretar al mundo, el mundo del sujeto, ese que le aprieta y subyuga. Claro que esta incapacidad no bastará para quebrar su voluntad y hacerlo, como si dijéramos, cómplice de su propia desgracia, pero conforme escasea la “palanca” de la ignorancia –siempre relativa, bien sabemos—, todo proceso alienante tendrá que acudir a estrategias cada vez más complicadas y sutiles. Se dirá que en los centros de poder esas estrategias existen y se reinventan cada día. Lo cual es patente. Precisamente se trata, de alguna manera, de respuestas a una población con más acceso a la información.
Más acceso, por supuesto, no quiere decir mejor información. Desinformar es hoy quizás la más importante misión de los grandes medios. Saben que manipular, falsear, desorientar, ocultar, distraer son condiciones necesarias para embrutecer, desviar atenciones, fabricar mitos y enseñar desesperanzas.
Es una labor, no digo que fácil –ni hablar de que su costo sea bajo–, pero sí favorecida por la relativa resistencia humana a trascender creencias, saberes y costumbres, a menos que factores de fuerza mayor (temores, proyectos) obliguen más o menos. Esta es la razón por la que las derechas ideológicas suelen llevarlas más fácil –en este aspecto– que las izquierdas. En tiempos normales, educar para esclarecer y para des-alienar es siempre nadar a contra corriente…
En todos los tiempos, normales o no, la labor de esclarecimiento será sin embargo posible, en mayor o menos medida. Y esta labor será siempre condición para toda liberación mental. Des-alienar es ante todo esclarecer, revelar verdades ocultas. No es posible que se descubra y odie al enemigo (clase, partido, gobierno) con solo señalarlo una y otra vez: por más duro que pegue el sufrimiento, la ignorancia siempre buscará causas fuera de aquel. Pues alienación será siempre ocultamiento de realidades, ceguera mental reforzada. Superar la alienación no es ante todo llegar a odiar –y a amar— sino llegar a comprender.
¿Logocentrismo? No creo. No hablo de la búsqueda de la verdad por la verdad misma (lo cual tampoco sería pecado) ni de la pura misión evangelizadora que pretenda “llevar conciencia” al atajo de ignorantes; también creo que verdades hay en muchas partes y aun en las cabezas menos cultivadas. Esclarecer y liberar mentalmente, por lo demás, debe ser fruto de una práctica cotidiana desde las condiciones mismas de la gente, aún con sus errores y hasta sus resignaciones. Pero ello no debe llevar a menospreciar la tarea de esclarecimiento, de procura de que se trascienda el dato inmediato, las creencias paralizantes, las desinformaciones que deforman los hechos, el divertimento que expulsa del mundo real. No se ve el mundo igual suponiendo que la Tierra es plana y que las estrellas giran en torno a ella. No se concibe igual al gobierno y a sus funcionarios corruptos después que se conoce cómo funciona el Presupuesto. Se hace sospechoso todo fundamentalismo “pro- vida” si sabemos que nada dicen de las pastillas para después del coito no protegido.
La ignorancia no se confunde con la alienación, pero la sostiene.