“Tim Burton se encargó de tomar la Alicia del ayer y la lleva en una aventura donde se encontró a sí misma. Es una versión más sana que la de Lewis Caroll, una lucha del bien contra el mal que entretiene, pero no perdura en los corazones de quien la ven como una gran pieza de cine.” María Conchita Arcalá, junio 2010 en la revista CINEAS7A (la cita es textual incluyendo la falta de concordancia en el último verbo).
No señora, lo de Lewis Caroll no es una “versión”, no falte el respeto por favor. Es pasable ese error con cualquier intento de literatura pero jamás con una obra como la de Caroll. Ni Disney cuando era realmente Walter Elías Disney (y no la basura pop que nos vendieron) logró rozar la grandeza del Padre Caroll.
La basura mal lograda de Burton es comparable con la sodomización que sufre el Mago Oz a manos (si es sodomía obviamente no es “manos” el vocablo) de Sam Raimi, o cualquier otro de los covers que le han hecho a los cuentos de hadas (o de princesas como dicta la moda).
Coraline es algo que vale la pena recordar, a modo de castigo y para avergonzar todo lo que no este a su nivel. Coraline es una oda o mejor una apología a Alicia, nótese que tampoco es una “versión”. Neil Gaiman, grande entre los que más, se quita el sombrero y inclina ante Lewis Caroll y es como ver (atender al sutil humor negro) a Borges diciéndole maestro a Chesterton.
Ambas en sus campos (Alicia en el país de las maravillas y Coraline) tienen una virtud obligatoria en el arte: respetar al destinatario. Ambas están hechas con la estructura y con las herramientas propias para ser consumidas por el público infantil pero lo respetan, no los tratan con la habitual subestimación. Usted y yo hemos sido, somos o seremos niños y por eso debemos convenir en que niñez no es sinónimo de bondad: los niños son influenciables pero no innatamente buenos, y hay que admitirlo. Desde despellejar un lagarto hasta decapitar una muñeca cabe reconocer que la bondad no es una virtud que se nos da bien de nacimiento.
Por otro lado hay que ir pensando en incluir en el himno nacional la frase “el arte no tiene que ser moral”. Si usted desea dogmas morales tan inalcanzables como inapelables busque alguna religión, hay tantas que están al dos por uno (cristianismo con budismo o islamismo con Feng shui), pero por favor no busque aceptación social en el arte, tenga un poco de respeto.
La cal se espande de ojo en ojo entre Coelho y Life of Pi pero eso no es excusa para no mantener la sed en este desierto que llamamos isla donde Novo Centro se come chocolatinas de 300 pesos solo por dar un carnet de pseudointelectualidad. Lo importante es recordarles que la sensibilidad estética es un vicio y un defecto que no se guarda en la cartera ni en los lentes.
Y en medio de tanta doctrina Monroe enlatada en la Cinemateca Dominicana da gusto saborear en los cines comerciales a Django (no la del sesenta y seis sino la de ahora).