A Wilfredo Lozano
Esta semana apareció un nuevo concepto que debe ser trabajado por la ciencia política dominicana: alharaca.
No es posible esperar cientistas políticos, ni analistas imparciales pues, afortunadamente, no existen. Pero aun en esta permanente travesía circular en que nos movemos sí existe el derecho a esperar algo de objetividad y a que no se oculten la falta de objetividad y el exceso de imparcialidad con algún calificativo que, colocado en el cintillo de la tele, tiene la fuerza que muchos pergaminos universitarios no dan. Y lo más lamentable es que no colaboran con la necesaria construcción democrática.
La Real Academia de la Lengua define así a esta nueva apropiación lingüística y epistemológica: “Alharaca: Extraordinaria demostración o expresión con que por ligero motivo se manifiesta la vehemencia de algún afecto, como de ira, queja, admiración, alegría, etc.” Incorporar el término a la ciencia política obliga a clasificar a los alharacos al menos en dos tipos: los que manifiestan con vehemencia su ira y los que se quejan. Todo en un contexto aún sin delinear pero que no es posible considerar como “ligero motivo”. Estamos en un punto en que resulta obligatorio intentar explicarnos las conductas que criticamos o celebramos, aparte de que está fuera de duda que el sistema político adolece de serias deficiencias si lo contrastamos con un sistema democrático en cuanto al funcionamiento de las instituciones del Estado, de cómo se relacionan los poderes, de la dominante cultura política clientelar, patrimonialista y autoritaria y de cómo funcionan los partidos políticos que impulsan su funcionamiento. Es desde esto último que se debe ser especialmente cuidadoso y no solo los que han ido a la universidad, también los que desde los medios de comunicación crean opinión e intentan muchas veces explicar lo inexplicable.
Apuntar que el PRM está repitiendo comportamientos no democráticos cuando se reparten cargos por los que decían competir, no puede ser catalogado de alharaco, pues el motivo no es ligero. La ligereza la ponen quienes intentan no darle importancia al abandono de la competencia y de paso tratan de ignorar -por ausencia de alharacos- lo ocurrido con los estatutos de ese partido que fueron cambiados el día lunes y el miércoles se acababa el plazo para la inscripción de candidatos.
Es entonces irresponsable el intento de bajarle el perfil a este tipo de prácticas que no hacen otra cosa que confirmar la decadencia de los antiguos partidos. No nos engañemos: el PRM con el ‘consenso’ para el reparto y con el cambio de estatutos para permitir la inscripción de candidatos que estaban impedidos de hacerlo, ya tuvo su Juan Dolio. Lo menos que podemos es entender lo ocurrido como una demostración notable de la escasa conciencia democrática y de las anticuadas mañas, que por lo demás, pocos creen que no sean parte del ADN de ese partido.
Casi no merece la pena concederle algo de atención al cambio generacional. Hay jovencitos y jovencitas que han salido muy adelantados, que al esfuerzo y dedicación que supone una carrera política han privilegiado los “odres viejos”, el más comprobado trampolín para seguir donde están y desde donde no saldrán. Pero si en verdad alguien espera de ellos y ellas un poco de ‘moderno’, harían bien en leer a Ashton Applewhite quien decía hace unos días en una conferencia en Santiago de Chile que “El edadismo (“ageism”) es igual de inaceptable que el sexismo o el racismo, no hay luchas más apremiantes que otras.” Como han dicho Javiera Sanhueza y Agniezka Bozanic a propósito de esta definición aportada por Applewhite, la segregación por edad nos divide como comunidad y la propuesta de Ashton es que logremos un mundo intergeneracional, un mundo donde sea común tener amigos diez años mayores o diez años menores, un mundo mucho mejor. (El Mostrador, 22 de enero de 2018).
Puede resultar lastimoso tener que reconocer que la ausencia de alharacos pudiera deberse a la ligereza con que se abordan los principios o a la falta de éstos y de práctica democrática. O peor aún, que se lo considere como un asunto sin importancia. En esa actitud han pasado más de cincuenta años con el dolor de tener que recordar que para aparentar que compiten, hasta los dictadores suelen inventarse contendores.
La comunidad científica no puede seguir debatiéndose entre la “crítica social” improductiva y frustrante y los esfuerzos por justificar malas prácticas de quienes se desea sean los próximos administradores del presupuesto nacional. Haría bien un esfuerzo que con menos adjetivos y mucha más conciencia democrática ayude a ir corriendo los velos que ocultan el por qué después de tantos años la democracia dominicana sigue sin aparecer.
No nos vendría nada mal empezar a identificar las características de la elite política ligada por parentesco, afinidades e intereses a la dictadura y a su continuidad balagueriana, sin experiencia democrática o republicana. Iniciar este tipo de esfuerzos obligará a contarse la verdad, a descubrir por dónde pasa la línea divisoria artificialmente dibujada por el “borrón y cuenta nueva” y a voltear la pregunta formulada por Sartori acerca de si la democracia se puede exportar y se respondía que “Sí, pero no siempre”. A lo mejor a veces también se puede importar.
Es irresponsable también -de quienes se supone han estudiado acerca de lo que opinan- calificar como prácticas populistas a las elecciones primarias en las democracias más reconocidas de América Latina (Chile, Argentina, Uruguay), cuando en realidad en esos países las primarias son parte del proceso electoral, componentes del sistema electoral, y muy naturalmente y sin cuestionamiento alguno. Tal desacierto -que no solo significaría algo más que un desacuerdo con Laclau- puede conducir a que alguien crea con igual inexactitud, que se están protegiendo las inversiones hechas por uno de los competidores para el control del padrón del PRM o lo que otros con ingenuidad veían como un gran aporte a no recuerdo qué.
Ante el notable déficit de alharacos, hay que anotar que todavía quedan alharacos verdes y que harán falta alharacos nuevos a la hora de volver al tema del diseño de un nuevo sistema electoral. Como simple dato apunto que consultando hace unos días el mecanismo de selección de los miembros de los colegios electorales en la ley electoral tuve que llegar a la conclusión de que la modalidad allí descrita no satisface las más mínimas exigencias de un proceso electoral que se quiere democrático.
Alharacos se necesitarán también a la hora de diseñar el tipo de financiamiento electoral, porque sin sorpresa para nadie los que están y los que quieren llegar estarán de acuerdo en mantener una forma de financiamiento que de justa no tiene nada.
Entonces, solo vale reconocer que la democracia como promesa sigue escapándose, pero comienza a anunciarse cuando son claramente identificables quienes no la quieren, quienes no la practican, quienes la impiden y, por otro lado, quienes están dispuestos a echar el pleito sin plazos, sin medir esfuerzos, ni incomprensiones.
Mientras la democracia y sus prácticas sigan siendo abordados como “motivos ligeros” habrá que preocuparse por la escasez de alharacos. Cuando la democracia empiece a ser práctica cotidiana en la política, los alharacos serán un buen recuerdo al ser remplazados por políticos y políticas democráticas que serán reconocidas y reconocidos por su constancia, pues es definitivamente cierto que la construcción democrática está más lejos que un cambio de administradores y que vale lo que se ha anotado para la Marcha Verde: “Y la respuesta es que lo peor es darse por vencido o pretender que toda una cultura de corrupción puede ser desarraigada en cuestión de meses.”