"Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos y oportunistas, de gente importante que ocupa el poder, de todos los neuróticos del éxito, del figurar, del llegar a ser. Ante esta antropología del ganador de lejos prefiero al que pierde". (Pasolini).
Ante el accionar dentro de la defensoría ambiental como manifestación de amor y ternura hacia nuestra casa común he dejado bien claro los criterios que rigen nuestra conducta, quizás como un acercamiento a la gestión acertada.
Está más claro que el agua que debemos aprovechar los bienes y servicios con un criterio de justicia inter-generacional y disfrutar de ellos. No agotar en esta generación lo que le corresponde a las que vendrán después de nosotros. Hay que “aprovechar” los recursos y bienes, “no explotarlos”; hacerlo con respeto hacia nuestros descendientes y hacia los recursos de la naturaleza. No explotarla, como creían Francis Bacon y René Descartes, que nos decían eso de que “somos amos, maestros y señores de la naturaleza, y que a la naturaleza hay que explotarla a nuestro antojo, exprimirla, sacarle todo lo que pueda dar, hacerla nuestra esclava para nuestro beneficio”, no debió ser así, ni deberá así; pero, es el concepto de esta sociedad capitalista que todo lo usa hasta sacarle el último suspiro y luego lo manda como desecho al botadero. No, hay que tener en cuenta también el principio precautorio, no tocar un recurso o un bien, sino estamos seguros del daño que podemos provocar, ya que los estudios actuales nos señalan con precisión que, hay daños son irremediables, y no valen las sanciones económicas o penales que se impongan para resarcir el daño ocasionado o restaurar un ecosistema.
En todo proceso, manda usar el criterio de la sostenibilidad: no dañar el ambiente, más allá de su capacidad de recuperación; tampoco poner en aprietos la cultura y la vida social de las comunidades con patrones foráneos de producción que las dañan, sólo detrás de empleos, que ha sido la gran justificación del capitalismo para dañarlo todo y seguimos con falta de empleos y hambre que lo inunda todo, eso es mendicidad; que el bienestar y los beneficios sean para todos, no para quien invierte el capital, porque los recursos son patrimonio de la comunidad y todos deben tener la misma posibilidad de acceso a ellos y su uso y sus beneficios, y al fin y al cabo las instituciones deben salir fortalecidas de este proceso para el orgullo colectivo. Es un proceso de cuatro patas, no de tres.
Sin estos criterios todo lo que hagamos con los bienes y servicios ambientales es juego de azar y “arar en el mar”, como apuntaba Bolívar. No podemos permitir comportarnos con la actitud de Esaú ante Jacob, según nos señala la Biblia (Génesis 25:27-34), vender nuestra primogenitura por un plato de lentejas. Pasa el hambre que no cesa, y vuelve a pasar y perdemos la primogenitura, el patrimonio, la herencia que no tiene vuelta atrás.
En toda esta caminata, nos vamos a encontrar según mi experiencia y la de tantos otros, con la ignorancia por un lado, de una población que vive de espalda al mar, a la naturaleza. Por eso, insistimos en la educación ambiental en la escuela, en los grupos organizados, en las redes sociales para llamarle la atención y quitarles el velo a su mirada. La otra lucha es la indiferencia, la falta de sensibilidad en donde no se toma en cuenta que los daños ambientales que producen es un suicidio. La población se admira de los daños ambientales que se ven, los daños que se convierten en espectáculos, pero no se dan por enterados de los daños pequeños que producen sin acceso de la prensa o las redes sociales y que se suman y se convierten en desastres. Como tercera, es la lucha contra la complicidad, la componenda, de sectores políticos degenerados y los depredadores, unos defienden a los otros, son padrinos y ahijados, y hasta compadres. Es común, verle los refajos y pantis, ya que los pájaros del mismo plumaje vuelan juntos y comen en la misma mesa.
Pero la más dolorosa de todas, es la lucha que se libra hacia el interior de la misma institución ambiental contra sectores que actúan como quinta columna, sicarios, encomenderos de los intereses oscuros que apuestan hacia la destrucción de la naturaleza para amasar fortunas y bienestar individual y enclavan allí sus mensajeros, defensores y títeres. Sirven a Dios y al César.
Sin embargo, nos queda seguir apostando al cambio de la mirada de la gente sobre su entorno y sobre el momento que vivimos de la historia humana casi al colapso, para que asuman mayor responsabilidad (responder por sus actos) y se conviertan en ciudadanos, dejando de ser habitantes de un territorio que vive de espalda a los desechos que producen de cualquier naturaleza, sin importarles el destino último de los mismos ni el efecto boomerang que ocasionan en contra de sí mismo. Nos falta por conseguir que la población entienda que en la despensa no hay más recursos naturales para gastar, y que necesitamos dos República Dominicana para satisfacer nuestra huella ecológica. Los datos crudos están por doquier.