Ahora, cuando Cuba y Estados Unidos reanudan vínculos diplomáticos formales, se evidencia que muchos pasos deben ser dados para normalizar las relaciones entre sus gobiernos y pueblos. Entre los temas pendientes que los analistas han mencionado con frecuencia están los derechos humanos. Otros asuntos también han sido mencionados, aunque colocados en otro nivel de urgencia. Evidentemente, los gobiernos involucrados en este proceso deben hacer algo para buscar solución a las cuestiones más álgidas.

En cuanto a derechos humanos, Alguno tiene que frenar a las fuerzas policiales para que dejen de asesinar a sangre fría a jóvenes de raza negra por el simple hecho de no responder de inmediato a cuestionamientos de agentes, muchas veces motivados por prejuicios raciales de larga data.

Alguno tiene que frenar hasta eliminar el derecho constitucional de adquirir libremente armas de fuego y municiones, malsano privilegio que aún incluye a personas inestables emocionalmente. Ninguna sociedad debía abrirle camino al stress post traumático que lleva a elementos desequilibrados a ametrallar a mansalva escuelas infantiles, centros comerciales y otros lugares, provocando más víctimas que las que pudiera generar cualquier guerra.

Alguno está obligado a darle atención psiquiátrica a los veteranos de guerra, quienes ejecutaron o presenciaron brutales crímenes y torturas, imágenes que permanecieron en sus respectivas mentes y luego reaparecen como rasgos de locura que se llevan de encuentro, a tiro limpio, a inocentes ciudadanos.

Alguno debía cambiar la recidiva política de propiciar golpes de Estado, duros y blandos, así como la de asesinar jefes de gobiernos, sólo porque defienden su soberanía territorial para proteger los recursos naturales de la insaciable voracidad de los monopolios. El pecado de los débiles consiste en no coincidir sumisamente con los lineamientos políticos de Alguno y por eso tratan de aplicarle la pena política máxima.

Alguno debe actuar de manera decisiva, en nombre de los derechos humanos, para eliminar el indiscriminado consumo masivo de narcóticos dentro de su población. Debía explicar de una vez y por todas por qué nunca le ha sido posible capturar ni castigar de manera ejemplar a los grandes capos de la droga que envilecen a esa juventud. Quizás Alguno no debe haberse percatado de que sus organismos a cargo de la fiscalización del narcotráfico han venido funcionando más bien como bolsa de valores de la droga, como mecanismo para estabilizar sus precios en el mercado nacional, al tiempo que protege a los grandes promotores del vicio inculcado.

Alguno debía revisar las causas y consecuencias de por qué la inmensa mayoría de la población carcelaria, condenados a muerte inclusive, de su país es de tez oscura o de origen latinoamericano, mientras no se ha querido condenar, ejemplarmente, en los tribunales de justicia a innumerables banqueros por delitos financieros que han empobrecido a millones de familias.

Si hay un derecho humano que debe ser protegido a toda costa es el de la salud ciudadana. Alguno debía tomar medidas urgentes de manera que la atención médica sea gratuita y eficiente para la mayoría de la población nacional de escasos recursos. Una sociedad altamente tecnificada no debía coexistir con la ausencia de una seguridad social que contribuya a agudizar enfermedades hasta provocar la muerte de miles por el solo delito de ser pobre.

Alguno debía promover una educación de calidad de forma gratuita, desde los niveles iniciales hasta los doctorados universitarios, de manera que la sociedad, como un todo, se beneficie de ese derecho humano que es la educación. Así contribuiría a la potencialización del conocimiento científico que se aplicaría masivamente, no para los negocios o la guerra, sino para asegurar el bienestar de toda la población, sin distingos de edad, raza o sexo.

Ahora, cuando Cuba y Estados Unidos reanudan los vínculos diplomáticos formales, deben revisarse, con honestidad y franqueza, cada uno de estos aspectos que tanto se esgrimen contra el adversario, buscando la paja en el ojo ajeno mientras ignora el tronco que tiene incrustado entre sus propios ojos.