Con Jimmy Sierra, desde que nos conocimos, emprendimos aventuras aparentemente sin importancia e innecesarias. Sin embargo, esos asuntos a los que nos dedicábamos eran vitales y relevantes para nosotros. Por ejemplo: Jimmy concluyó, después de analizar un grave problema, que era necesario iniciar una cruzada urgente: había que mostrarles a los niños del nivel básico de la Academia La Trinitaria, con pruebas científicas irrefutables, que el Cuco no existe, que es un personaje inventado para amedrentarlos, y en consecuencia no hay razón para tenerle miedo. Para lograr ese propósito Jimmy encontró la pieza de teatro ideal «El brujo de paja» de la escritora argentina Fryda Shultz de Mantovani, obra que a mí me tocó dirigir y representar con un elenco de alumnos del colegio, y al final de la puesta en escena se realizó un teatro fórum con los pequeños espectadores y los niños actores. Conclusión colectiva: podíamos divertirnos con el Cuco como personaje imaginario, pero nunca temerle.
No conforme con esta proeza, Jimmy aseguraba que debíamos lanzarnos a otra aventura más transcendental, que estremecería los territorios de Villa Juana, Villa Consuelo, Villas Agrícolas, Ensanche la Fe, Ensanche Espaillat, Simón Bolívar, Capotillo y quién sabe si podríamos abarcar toda la geografía nacional. Debíamos planificar las tácticas apropiadas para una incursión popular, sin que nos molestara la policía ni otro cuerpo represivo en aquellos doce años de Joaquín Balaguer. Él, Jimmy, ya tenía experiencia en ese campo de batalla, pero necesitábamos que se nos unieran más combatientes en esta empresa. La estrategia era que todos esos barrios conocieran a un personaje que nadie podía ignorar, al que debíamos admirar y difundir sus hazañas. Saldríamos a las calles 9 tropas teatrales, camuflados de comparsas de carnaval callejeras a mostrarle a todo el mundo quién era la espada de la Restauración, el líder de la segunda independencia, el que peleó contra los ejércitos españoles: ¡Gregorio Luperón! Un símbolo contra el colonialismo, paladín de la libertad y las luchas necesarias, ayer, hoy y siempre, y ejemplo de patriota. Con esa intención, sin buscarlo ni quererlo, fue Jimmy Sierra el pionero del teatro callejero en Santo Domingo, y siguiéndolo a él, nos convirtió en pioneros a todos los que le acompañamos, en jornadas de teatro de calle que alcanzaron a integrar a 16 grupos de teatro y recorrer Santo Domingo y varios municipios del país. Este movimiento teatral hasta tuvo su manifiesto, redactado por Jimmy Sierra.
Ahí no se detuvo nuestro designio para otras jornadas justicieras de «escasa importancia». Un día nos reunió a un grupo de mozalbetes inquietos a explicarnos que las audiencias dominicanas vegetaban en la indigencia sonora. Por tanto, debíamos utilizar unas ondas que viajaban por aire, y que tendrían el poder de propagar y difundir, a extraordinaria velocidad, a un autor genial, que todos necesitábamos conocer, llamado Oscar Wilde. Y, también, a Guy de Maupassant. Además, no debíamos conformarnos con desvelar las obras de estos dos señores a través de esos círculos o espirales que se irradiaban al aire y que constituían una especie de halo, o espectro invisible, bautizado con el nombre de ondas hertzianas, y que esas ondas electromagnéticas eran el arma imbatible para difundir la literatura de éstos y de otros señores que escribían muy bien: Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Juan Bosch. Anunció que sería una oportunidad estupenda de divertirse con el autor ruso Antón Pávlovich Chejov y con el propio Mauppasant, y que haríamos un programa radial que llamaríamos Contacto en Re, donde un especialista presentaría al autor, se oiría música selecta del país del escritor a difundir, y luego se pasaría al género ese en el cual incursionaríamos, y que se llamaba, oigan bien caballeritos: radioteatro. Jimmy Sierra nos aseguró que nuestras dramatizaciones serían tan bien recibidas como «El suceso de hoy» de Rodriguito y «Kazán el Cazador». Así lo propuso y así lo hicimos y lo continuamos por varios años.
En aquella aventura radial conocimos por dentro a Radio Mil, a Radio Continental, a Radio Radio, a Radio Comercial y a su dueño don José Brea Peña que nos abrió un espacio nocturno dominical sin cobrarnos ni un centavo. Tiempo después, Tony Raful nos concedió un espacio semanal en Radio Televisión Dominicana. También descubrimos y utilizamos el estudio de grabación operado por Iván del Risco Bermúdez, se nos unió Oscar Iglesias Baer en las narraciones y Juan Antonio Cruz Triffolio con la sección «Entre surcos» sobre cultura campesina. Laboramos (siempre honoríficamente) junto a don Pedro Piña, Omar Pichardo y Alfredo Polanco en el estudio de grabación de RTVD; allí conocimos o compartimos con Miguel D. Mena, Andrés L. Mateo, Pedro Péix, Junior McCabe, y con personalidades de la radiodifusión y la cultura como Marcio Veloz Maggiolo, Abel Fernández Mejía, Narciso González, Luis Ramón Rodríguez, Machi Constant, Etzel Báez, Lisandro Ventura y Norma Graveley. Visitábamos a los agregados culturales de varias embajadas para que nos hablaran de su país y del autor que difundiríamos.
Y en estos afanes hertzianos, un día aprendimos de Jimmy Sierra una magia espectacular, al impedírsenos la entrada a la Secretaría de Estado de Deportes, a donde íbamos a investigar un tema histórico con el secretario Jesús de la Rosa. Un militar nos detuvo en la entrada, a Jimmy y a otros tres que andábamos con él, que no podíamos pasar, que el secretario no estaba recibiendo. “Vámonos, dijo Jimmy, en un momento volveremos”. Jimmy nos llevó a una casa, de donde salió con cuatro sacos con los que nos vestimos rápidamente y llegamos otra vez a la Secretaría de Deportes, “Caminen derecho, sin mirar a ningún lado”, nos ordenó Jimmy, y así pasamos la barrera del militar que nos había mandado a detenernos minutos antes, y al que sólo le faltó cuadrarse marcialmente y hacernos el saludo. Ya, en la antesala, con Jesús de la Rosa listo para recibirnos, Jimmy se volvió hacia nosotros y nos explicó: “Esa fue la magia del saco y la corbata”. Esa magia, aunque no nos gustara, había que utilizarla en nuestro país para gestionar, con menos problemas, los asuntos culturales.
Cada uno de aquellos jóvenes siguió su propio rumbo cultural, y de ellos siempre estaba pendiente y ayudándolos el maestro Jimmy Sierra. Ellos permanecieron escribiendo, actuando, cantando, dirigiendo teatro, difundiendo la cultura. Voy a mencionar a algunos: Carlos Peña, Julio Sabala, Frank Disla, los hermanos Nova, Basilio e Ignacio; Nubia Cuevas, Jesús Sosa, Juan José Encarnación, Horacio Almánzar, Miguel Ángel Martínez, Tony Gómez y yo, Reynaldo Disla, entre muchos otros. Observando fotos de aquellos tiempos, alguien podría preguntarse: «Pero, ven acá, ¿por qué El Teórico se rodeaba de tanto joven marginado o de escasos recursos económicos?» Jimmy portaba la intuición para descubrir a gente noble y talentosa; pero igualmente poesía la fórmula de transformar a un tíguere maleado en una buena persona y fortalecer sus aptitudes artísticas y de gestión cultural.
Caminando con Jimmy supimos de otros jóvenes como nosotros que cinco o diez años atrás acompañaban a El Teórico, así como andábamos nosotros con él; se mencionaban a: Domingo de los Santos, Leonel Fernández (quien nos prestó las obras completas de Maupassant para los radioteatros), Adriano de la Cruz, José Rafael Sosa, René Fortunato, Ricardo Beca, Domingo Batista, José Bujosa Mieses, Mateo Morrison, Héctor Martínez, Joseph Cáceres, Fernando Sánchez Martínez, Antonio Lockward Artiles y muchos nombres más.
El teórico Jimmy era el hombre más práctico; porque eso de la teoría nacía de la práctica, y dicha práctica debía volver enriquecida a la teoría, que por supuesto, renacía renovada, viva, material y palpable. Cuando El Teórico convocaba siempre era para empresas arriesgadas y novedosas: incursionar en la televisión, con el programa cultural «Contacto Imagen»; respaldar la revolución sandinista con una tele maratón; crear paquitos sobre temas históricos; personificar a varios enfermos mentales del manicomio de Nigua, en la serie televisiva «El hombre que atrapaba fantasmas», sobre la tiranía trujillista; o difundir la historia dominicana reciente a través del programa de TV «Memorias del padre José Miguel».
Siempre surgía una causa noble y nueva; y así se llamaba su organización: Producciones La Causa. Todo sin fines de lucro. Y fueron tantas causas expuestas y defendidas a través de: libretos dramatizados, ensayos, artículos, letras de canciones, grabaciones de entrevistas, teatro musical, historietas, creación de instituciones culturales y de formación cinematográfica, exposiciones pictóricas, teatro callejero, cuentos para niños y adultos, películas, cortos y documentes. Tantas causas… hasta una de las últimas, que nos permitió apreciar la abundancia de talento que existe en República Dominicana, y admirarnos del número enorme de mujeres y hombres valiosos de nuestra patria, eso y más descubrimos cuando colaboramos con Jimmy Sierra en el «Diccionario cultural dominicano».
Claro, hay más aventuras y anécdotas, pero si las relatáramos todas no acabaríamos hoy este escrito. Por más que le decía que lo hiciera, Jimmy nunca participaba en concursos literarios, aunque había obtenido un premio al mejor «cuento brevísimo» en México, en la revista «El Cuento» con un micro relato, género del cual es uno de los pioneros en República Dominicana y del que es definitivamente un maestro. Jimmy rechazaba los homenajes que alguien inventara hacerle y reprendía el culto a la personalidad. En ese sentido, argumentaba sus razones con elocuencia de manera que la persona que deseaba rendirle honores no se sintiera mal. Jimmy sacrificó muchas tomas de filmaciones, con tal de no ofender o entristecer a un técnico o a un director de fotografía. No le gustaba ser jurado en certámenes literarios, ni ejercer funciones en el gobierno. En los programas que producía Jimmy no se promovían licores ni cigarrillos ni otros vicios. Era un maestro de lo correcto, de la ética profesional y predicaba con el ejemplo de ciudadano crítico, creativo, conciliador y combatiente.
Con Jimmy Sierra emprendimos un viaje alborotado de sorpresas y solidaridades. Era sobre todo mi amigo; y en eso de ser amigo verdadero no había quién le ganara. A su amistad no la detenían barreras ideológicas ni políticas. Estaba allí, presente, para compartir las alegrías y los momentos dolorosos. Esa fue su enseñanza más singular y transcendente, el significado exacto, extenso y sin fronteras de la palabra amigo.
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Enlaces a radioteatros del programa Contacto en Re.
«Condenado a muerte» de Guy de Maupassant, en versión radial de Jimmy Sierra:
https://www.youtube.com/watch?v=hEcF6q85X54
«El fantasma de Canterville», de Oscar Wilde, en versión radial de Jimmy Sierra:
https://www.youtube.com/watch?v=cEN6g4FA2ks
«Un perro caro», de Antón Pávlovich Chejov, en versión radial de Reynaldo Disla:
https://www.youtube.com/watch?v=ApE8V_13nZo&t=170s