In memoriam a la maestra Magaly Pineda

El prejuicio de género es el más antiguo y extendido de las múltiples actitudes preconcebidas de los seres humanos, pues  incluso se especula que antecede a homo sapiens sapiens. No se explica cómo un ser que se cree doblemente sapiente mantiene una actitud anacrónica que tanto perjuicio causa a la humanidad, si no es porque surge de etapas menos evolucionadas de los homínidos. Si bien en las tinieblas de la prehistoria la discriminación de la mujer pudo haber tenido alguna razón de ser (aunque no podemos imaginar la causa raíz), evidentemente hoy es un absurdo destructivo que debemos luchar por eliminar.

Discriminar a la mujer no es perjudicar al “otro”. La pobre excusa para rechazar (¿porque nos sentimos amenazados?) a los que vienen de fuera o son diferentes por el color de su tez, su habla y sus costumbres “extrañas”, etc. no aplica en el caso del sexismo. Pues discriminar a la mujer es  maltratar a nuestra madre, hija, la hermana, la compañera de vida, la madre de nuestras hijas e hijos, seres queridas y familiares que comparten ancestros con nosotros, conviven con nosotros a diario, hablan nuestra lengua y tienen las mismas costumbres. El sexismo es un absurdo que solo se explica como una herencia no “sapiens” cuyo origen se remonta por lo menos a la caverna, y sin embargo persiste en diferentes grados de intensidad por todo el globo, en muchos casos plasmado en leyes, mandamientos y reglamentos institucionales que con frecuencia aceptamos sin cuestionar. Quizás por antiguo y universal es tan difícil de desaprender el prejuicio de género que heredamos de nuestros ancestros, aun conscientes del perjuicio que ocasiona a personas muy queridas, y a la comunidad en su conjunto.

El prejuicio y la discriminación usualmente son propios de una población mayoritaria contra una minoría, aunque también hay casos de una pequeña minoría- como los afrikáners en el África del Sur del apartheid o los franceses en la colonia de Saint Domíngue (y posteriormente los mulatos de Haití)- que ha subyugado a la mayoría en base a fuertes prejuicios, discriminación y hasta un régimen de terror). En el caso del sexismo lo curioso es que los prejuiciados y las discriminadas se encuentran equilibrados en número en todas las sociedades, pero la discriminación es de una sola vía.                        

La lucha contra la desigualdad de género ha avanzado mucho en algunas sociedades, y menos en otras. Fruto de largas batallas sociales, en casi todos los estados el sufragio es universal, aunque en muchos la representación femenina en los poderes del estado es exigua. Los abusos físicos y psicológicos contra la mujer han sido legalmente abolidos, aunque no por eso siempre eficazmente eliminados en la práctica. En muchas sociedades las niñas formalmente tienen iguales oportunidades educativas (y mejor desempeño académico), aunque persisten fuertes prejuicios que alejan a las estudiantes de las matemáticas, las ciencias y las ingenierías. En numerosas sociedades las educadoras  dominan numéricamente en la educación básica, pero en los niveles superiores permanecen en minoría así como en los puestos de dirección. Aunque algunas damas alcanzan la cima del poder político y en la empresa, no fue hasta 2008 que Ruanda se convirtió en la primera nación en alcanzar una mayoría femenina en el poder legislativo. No conocemos de ninguna empresa global con un consejo de dirección integrado mayoritariamente por mujeres. Por todos lados se evidencia que las batallas legales fueron las que produjeron los primeros grandes impulsos hacia la igualdad de género, pero que el más lento proceso de consolidación por vía de una educación no sexista es crucial.

La mujer ha avanzado mucho en la conquista de derechos y libertades, pero en casi todo el mundo la jerarquía religiosa es la última frontera, pues su participación es mínima, sobre todo en la administración de los sacramentos y otros aspectos nodales de la liturgia. Aunque recientemente algunos judíos y cristianos están ordenando mujeres rabinos y pastores respectivamente, es un fenómeno incipiente que hasta el momento solo abarca a unas pocas sectas. La Iglesia católica romana así como las iglesias cristianas ortodoxas ni siquiera admiten discusión respecto a la posibilidad de ordenar a mujeres como sacerdotes en el futuro. Por el momento es un caso cerrado en base a su lectura de los libros sagrados, y el Vaticano así lo ha manifestado bajo el Papa Francisco.  Entre otras consecuencias esta disposición obliga a las católicas a confesar sus pecados ante un sacerdote, desde que así fuera reglamentado por el Concilio Lateranense IV (1215), pues las religiosas no están autorizadas a intermediar en el perdón de los pecados. Ni hablar del Islam y otras religiones que segregan y relegan a las mujeres al trasero.

La lucha por el derecho a iguales oportunidades para todas las personas pasa obligatoriamente por la eliminación del sexismo. No puede haber una sociedad justa y próspera si dificulta el pleno desarrollo humano de la mitad de su población por un prejuicio arcaico que no admite justificación ni explicación alguna. No es una lucha solo de feministas, de mujeres militantes que nos mantienen enfocados en apreciar como en nuestra vida diaria creamos y respondemos a estereotipos de la mujer que limitan su pleno potencial humano, manteniendo parcialmente encadenadas a nuestras esclavas de antaño. Es la lucha de todos los que queremos una sociedad más justa y próspera. Indudablemente, sin el liderazgo de las mujeres de vanguardia que vienen luchando por los derechos y las oportunidades que permiten el pleno desarrollo de su potencial humano, hoy estuviésemos aun en la caverna. El barbarismo de la discriminación de la mujer no solo es a costillas de esa mitad de la población, porque cuesta caro a toda la sociedad, incluyendo a los hijos, padres y cónyuges de las discriminadas.

La igualdad de la mujer es algo que nos concierne a todos sin distinción de género.