El día 9 de julio del 2019, mi caro amigo, el doctor Ramón Antonio Veras (Negro), publicó en el diario digital acento.com un excelente y educativo artículo sobre la conducta de los mentirosos, titulado La mentira y el mentiroso entre nosotros, que vale la pena que sea leído en las iglesias, escuelas y clubes, billares, bares, prisiones, cuarteles y guarniciones y hasta en los velorios porque talvez este sea el único país del mundo donde los mentirosos patológicos, o mitómanos, como se les llama en los textos de Psicología, se empeñan en poner una excesiva focalización en la mentira despiadada contra las personas escogidas para destruirlas moralmente.

Sobre aquel artículo de Negro Veras, haré ahora algunas consideraciones adicionales ya que la mentira común, la mentira extraordinaria o patológica –mitomanía– junto a la información falsa están causando estragos en la sociedad dominicana de hoy y si no se insiste en que la conducta del mentiroso es destructiva, pues nuestros nietos y bisnietos dentro de 40 a 50 años nos juzgarán como amanuenses o cómplices de  los “jabladores”.

Aunque resulta vergonzoso para la sociedad,  hay que decirlo: si la cantidad de maníacos de la mentira y la fabulación dominicanos fueran a sicólogos y siquiatras para recibir terapia de reversión, esos profesionales no darían abasto. Los sicólogos orientales creen que el mentiroso patológico es incurable, aunque los sicólogos occidentales creen lo contrario, porque la enfermedad es social, no individual, y el hombre  solo busca ayuda para la cura si el mal le provoca sufrimiento o dolor personal. Por eso no le importa que su comportamiento mentiroso lleve sufrimiento a su semejante. El mentiroso tiene el delirio de que su víctima se merece el sufrimiento sicológico que  le ha provocado con la difamación porque considera injusto que su víctima tenga intimidad y él no, disfrute de cierta seguridad o buenas relaciones reciprocas y él no, que participe del proceso de afectos y de valía social y él no. Claro, no siempre la victima del infundio se merece todo eso.

La mentira es tan vieja como la Humanidad. Incluso, la mentira, la racionalización y el desplazamiento de la culpa son los tres principales mecanismos de defensa empleados por los humanos para salir de aprietos económicos, afrontar los fracasos en la vida, justificar derrotas electorales o las deslealtades y acciones fraudulentas, el incumplimiento de compromisos o promesas y, por supuesto, en situaciones donde está en riesgo la vida, cuando si la persona no miente en un caso como ese, cometería la peor estupidez.

El doctor Veras dice en su artículo: “El mentiroso no tiene componte para su accionar malvado; es implacable, no se detiene ante nada ni nadie; es inflexible, cruel e intolerante [……]. No conoce la benevolencia [….]; su víctima, alarmada por el infundio utilizado en su contra en forma sorpresiva, queda desarmada”.

Pero ¿por qué el mentiroso actúa de modo tan miserable? Veamos. De  los antiguos griegos, nuestra cultura occidental aprendió a guiar sus acciones por una instancia que todavía actualmente carece de un nombre científico. Solo le llamamos “voluntad”, y esa voluntad, según los griegos, era controlada por los dioses del Olimpo. Los filósofos, Platón, y luego Descartes, creían que es a través de  la voluntad que los humanos logramos controlar los deseos internos, las pasiones y los apetitos o las intenciones perversas e inicuas.

Aunque la gente cree que la frase “fuerza de voluntad” es antiquísima, de hecho tiene menos de 150 años de uso. Y en Psicología Cognoscitiva se dice que la “fuerza de voluntad” es una especie de filtro que hace que las fuerzas impulsivas y desbocadas de nuestros apetitos, deseos, pasiones y las intenciones perversas, lleguen a ser explicitas. ¿Qué pasa con el mentiroso? Ah, que no tiene fuerza de voluntad y por tanto  carece de filtro para controlar el deseo  de aniquilar, arruinar, destruir con la falsía a una persona o grupo que odia o que adversa aunque nunca le hayan hecho daño a él. Esa fuerza de voluntad es la que nos permite resistir la búsqueda de la satisfacción que produce la mentira infamante contra el otro.

A menudo el pueblo llano piensa que el mentiroso extraordinario y el calumniador rapaz es conducta exclusiva de gente analfabeta e ignorante, pero no, ese tipo de mentiroso abunda  entre gente educada como en gente frívola y en la de alcurnia económica y familiar. No tiene herencia genética pero sí familiar y cultural. ¿Por qué ocurre? Porque la mentira o la calumnia no es, frecuentemente, una conducta motivada, sino inventada. De ahí, que a mi modo de ver, esa es la razón del porqué  hay más hombres mentirosos que mujeres mentirosas ya que la mujer tiende a una expresar una conducta defensiva en tanto el hombre expresa mayormente un comportamiento agresivo; y toda mentira o calumnia constituye una conducta agresiva explicita que requiere a menudo de invención.

Ahora les hago a mis lectores la pregunta del millón: ¿Es fácilmente reconocible el mentiroso? ¡Claro que no! Los psicoanalistas dicen que los mentirosos son difíciles de reconocer porque poseen una fuerza pulsional que los lleva a buscar y encontrar en su propio seno los recursos específicos que anulan la posibilidad de sentirse avergonzado de su conducta. Aparte de eso, dicen los psicoanalistas, el mentiroso superlativo, es decir, el mitómano que disfruta su perversidad de falsear sobre el otro o el grupo, a menudo tiene personalidad idéntica a la del tacaño, que es de tipo anal. Por eso, en tanto el tacaño sufre de estreñimiento crónico, con lo que simboliza su apego enfermizo al dinero y a los objetos de su propiedad al tiempo que evita sentir solidaridad con nadie, el mitómano experimenta un apego voraz por lo falso y un excesivo desprecio por la verdad.

En los años 50, escuchaba a los viejos de Altamira, recitar este versito:

     El mentiroso es como el diablo/ pero más inteligente,/

     Aunque no le den motivo/ ataca con uña y diente.