El ensayismo hispanoamericano tiene en Max Henríquez Ureña un sabio y consistente cultivador. Los ritmos de escritura y pensamiento que encontramos en su obra ensayística y periodística, remiten a lecturas estéticas propias de aquel momento de su formación literaria, en la que toda una avalancha crítica de comienzos de siglo XX producirá un pensamiento propio de la ruptura, la libertad y los valores apoyados por la erudición e intensidad de un espíritu universalista.
De ahí que su lectura crítica sobre Alfonso Reyes revele agudeza, pasión por la palabra, movilidad de espacio, “deseo de escritura”, rigor y apego crítico al texto y su contexto. Y propicia es su pasión al leer las Cuestiones estéticas de Reyes, “efebo mexicano” como lo denomina Francisco García Calderón en aquel “Prólogo” escrito en París en 1911, y donde se refiere el mismo García Calderón a su personalidad literaria:
“Pertenece Alfonso Reyes a un simpático grupo de escritores, pequeña academia mexicana, de libres discusiones platónicas. En la majestuosa ciudad de Anáhuac, severa, imperial, discuten gravemente estos mancebos apasionados. Pedro Henríquez Ureña, hijo de Salomé Ureña, la admirable poetisa dominicana, es el Sócrates de este grupo fraternal, me escribe Reyes. Será una de las glorias más ciertas del pensamiento americano. Crítico, filósofo, alma evangélica de protestante liberal, inquieta por grandes problemas, profundo erudito en letras castellanas, sajonas, italianas, renueva los asuntos que estudia”. (Ver “Prólogo ahora e Obras Completas de Alfonso Reyes, Eds. Fondo de Cultura Económica, México, 1955 (1996), Vol. 1, pp. 11-12).
Al referirse al grupo ateneísta, García Calderón da cuenta del grupo que acompaña a ese “Sócrates” que influye, en aquel tiempo, en escritores que determinarían los rumbos de una nueva visión del pensamiento latinoamericano de entonces:
“Junto a Henríquez Ureña y Alfonso Reyes están Antonio Caso, filósofo que ha estudiado robustamente a Nietzsche y a Augusto Comte, enflaquecido por las meditaciones, elocuente, creador de bellas síntesis; Jesús T. Acevedo, arquitecto pródigo en ideas, distante y melancólico, perdido en la contemplación de sus visiones; Max Henríquez Ureña, hermano de Pedro, artista, periodista, brillante crítico de ideas musicales; Alfonso Craviato, crítico de ideas pictóricas; otros varios, en fin, cuyas aficiones de noble idealismo se armonizan, dentro de la más rica variedad de especialidades científicas”. (Op. cit. p.12)
El “Prólogo” es la biografía del grupo donde “Alfonso Reyes es entre ellos el Benjamín”, y sus ideas llevan a García Calderón a proclamarlo como el “paladín del Arielismo” en América”.
MHU destaca en su ensayo sobre Reyes que “El trabajo más notable del libro (se refiere a Cuestiones estéticas), por la penetración crítica que revela, es el dedicado al procedimiento ideológico de Mallarmé. Supera al acucioso estudio sobre la estética de Góngora y a los rápidos apuntes sobre la simetría en la estética de Goethe”. (Ver, “Alfonso Reyes”, op. cit. p.56)
Max sostiene y acentúa el aporte de AR sobre la filosofía estética de Mallarmé:
“Con entera exactitud afirma Alfonso Reyes que Mallarmé quiso resolver un problema de filosofía estética. “El lenguaje humano ha nacido para las transacciones diarias y no especialmente para la manifestaciones del arte verbal. Si todas las artes tienen elementos propios y muy ajenos para otro empleo, no así la literatura. Mallarmé, con justo motivo, quiso, para la literatura, un elemento original y diverso del usado en las diarias transacciones humanas, distinguiendo así el lenguaje que llamo escrito –el lenguaje de la literatura, el de las expresiones- del que llamó hablado, el lenguaje de las comunicaciones humanas”. (Vid. pp. 56-57, op. cit.)
La puesta en contacto de AR y MHU con la modernidad vanguardista, no descuida sin embargo su fervor por el humanismo “sensible” en ambos escritores e intelectuales. La cultura literaria francesa en Max y Alfonso los puso en contacto con el parnasianismo, el simbolismo el “hazardismo” del poema y el lenguaje crítico de la modernidad; ese “lenguaje de las comunicaciones humanas” y de “las diarias transacciones humanas” que hizo del poeta y el poema un locus mundi abierto a los propósitos de la creación.
Desde el primer contacto con la obra de AR, Max entendió que su poesía y su ensayística estaban marcadas por Góngora y Mallarmé, según MHU observa en la siguiente cita:
“Prueba de la íntima comprensión con que ha estudiado Alfonso Reyes la obra de Mallarmé son estas observaciones rápidas, escogidas al azar entre las muchas y muy originales, escogidas al azar entre las muchas y muy originales que encierra su estudio: “la sensación de concavidad que me sugiere la lectura de Mallarmé”, “las imágenes de Mallarmé, vestidas en frases angulosas y recortadas”; “su tesoro de sensaciones y de imágenes nunca se agita”. Su paisaje divisionista (como analítico que era) siempre contenta los ojos y nos hace, instintivamente entrecerrarlos”; “en las obras de Mallarmé se goza de algo como un hallazgo perpetuo en las formas, en los sonidos, en los elementos de expresión, que empieza por desconcertarnos y a poco nos convence ya como una verdad”; “por lo cual leer sus escritos es insoportable tarea para los que leen sin voluntad; no se puede ser pasivo en esta lectura”; “Mallarmé salta sobre los estados transitivos del pensamiento, los suprime y se para solo en los vértices de los sustantivos, empleando así la elipsis ideológica además de la gramatical”; Mallarmé se diría que solo escribió sus intuiciones: ¡tan refleja e inmediatamente logró expresar su secreto en todos los casos!”. (Ibídem.)
En su reseña, MHU subraya la importancia de los capítulos del libro, de suerte que entre Doxa y Agôn da cuenta de singulares aspectos que conforman la cardinal de las cardinales tópicas y temporales de las “Cuestiones” del libro de AR:
“La segunda parte del libro de Alfonso Reyes se intitula İntenciones, a la manera de Oscar Wilde, y se inicia con tres diálogos, admirables de aticismo, que pudieran, a su vez, parangonarse, por más de un concepto, a los diálogos del gran esteta inglés finisecular de Inglaterra”. (Ibídem. Op. cit.)
La vena comparativa y crítica de Max empalma con el momento histórico, donde predominaba la argucia, el grado y los niveles de aprehensión estético-crítica, entendido a partir de las fases y modos de creación de la obra literaria y de arte:
Según MHU:
“Completan esta segunda parte un artículo sobre La noche del quince de septiembre y La novelística nacional, y otros cuatro Sobre un decir de Bernard Shaw, Las canciones del momento, Horas áticas de la ciudad y Los proverbios y sentencias vulgares. En estos últimos resaltan aquellas observaciones que bien pudiéramos llamar, empleando una paradoja, frivolidades profundas”. (Ibíd.)
Max estuvo en contacto con AR hasta el final de su vida en 1959. El 10 de agosto de 1959 Reyes le escribe una carta estando ya muy, muy enfermo, y donde le refiere su envío de libros y del Tomo IX de sus Obras Completas:
“Querido Max: me complace tu alivio del que me felicite y te felicito. Nunca recibí tu Garra de luz. Por esos días se perdieron otros tres envíos de Cuba, no es de extrañar. Saludos nuestros a tu Guarina. Ya te llegaron –atrasados- el No. 6 de la Alfonsina. ¿Recibiste mi IX de Ob(ras) Completas? Pronto, 2º Ciento de Burlas veras y La filosofía helenística. Mucho, muy enfermo. Tu Alfonso Reyes”. (Ver, Vol. 3, Epistolario, Op. cit. p. 110).