Al terminar la Segunda Guerra Mundial se especulaba sobre el futuro de la Alemania derrotada. Poco antes de concluir la mayor conflagración mundial que registra la historia se discutió la posibilidad de obligar a los alemanes a dedicarse primordialmente a la agricultura. Entre otras razones, para que no tuvieran el poder industrial que les permitiera rearmarse.  Quedaban, por un lado, los recuerdos de las nefastas consecuencias del Tratado de Versalles que castigó a Alemania por la Primera Guerra Mundial y provocó en buena parte la reacción que llevó a Adolfo Hitler y al nazismo al poder.

A mayor abundamiento, los elementos más razonables de los “aliados” entendieron que otra humillación llevaría a los alemanes a una nueva experiencia de esa naturaleza y a instalar en el poder a otro régimen con pretensiones imperiales. Los imperios o grandes potencias de británicos, soviéticos y estadounidenses decidieron permitir, con el apoyo de los llamados “franceses libres”, que se reorganizara gradualmente la gran nación de Europa Central. Pues bien, con el paso de las décadas Alemania ha vuelto a ser, al menos en ciertos aspectos, la nación con mayor influencia en el Viejo continente europeo y en buena parte de la economía mundial.

Como se ha escrito mucho sobre el resultado de las recientes elecciones germanas y se ha resaltado en los últimos años la indudable condición de líder europea de la Canciller Angela Merkel, la actual jefa del Gobierno alemán, me concentraré en otras cosas. Una de ellas aclarar que la victoria del Partido Demócrata Cristiano y su aliada la Unión Social Cristiana de Baviera es impresionante, pero relativa. Debe impresionar porque la señora Merkel, esa notable estadista, logró que su partido obtuviera casi una mayoría absoluta en el parlamento, acercándose con ese detalle a la era del muy católico Konrad Adenauer y el muy luterano Ludwig Erhardt, a quienes se atribuye en gran parte “el milagro alemán” de la posguerra, pero teniendo en cuenta que la suma de los votos de la también civilizada izquierda alemana de hoy, socialdemócratas, excomunistas y verdes, supera a la de los demócrata cristianos. LaUDC/USC obtuvo el 41.5% y la izquierda combinada el 43%. Es más, si esa “izquierda” se pusiera de acuerdo tendría más diputados que la “derecha” y formarían gobierno con mayoría absoluta, aunque con escasos escaños de ventaja.

Claro que esa situación se debe a que los partidos más pequeños no lograron el 5% necesario para estar representados en el Bundestag, esa cámara baja que decide quien gobierna el país. Aun así, los alemanes forman sus coaliciones más allá de las viejas categorías de “derecha” e “izquierda”. Los democristianos de la Merkel hubieran preferido aliarse con los demócratas liberales, un partido también conservador, aunque eminentemente secularizante, lo cual no “encaja” bien con el nombre del partido gobernante. Pero ante el fracaso liberal (o neoliberal) aceptaron volver a la “Gran Coalición” con los socialdemócratas, el  segundo partido en votación y en diputados. Y estos últimos, prefirieron ser socios menores con los demócrata cristianos que socios mayores en una coalición con los verdes y con el partido de Izquierda, como se identifican  ahora los antiguos comunistas. Curiosamente, este ultimo jpartido casi empezó de cero, o escasos puntos porcentuales, después de la reunificación alemana, pero ya se va acercando al 10% de los votos (logró el 8.6%) y controla la décima parte del Bundestag.

El título de este artículo intenta ser el de “Alemania Al Frente”. Quizás el de “Merkel Al Frente” sería mejor. El triunfo fue más de ella que de su partido. Esa dama alemana es la figura más importante entre los jefes de Gobierno de los países de Europa, tiene influencia en otras regiones y ha demostrado capacidad no sólo en política nacional sino especialmente en asuntos inernacionales y por encima de todo en su dominio del tema económico en época de crisis continental y mundial. Reconozco que su pericia no implica necesariamente ventajas para un sector europeo que ha sufrido en los últimos años. Hija de un ilustre pastor luterano de la antigua Alemania del Este (la RDA), la señora Merkel ha demostrado poseer las calificaciones más altas en un período histórico que no se caracteriza por impresionantes credenciales o capacidad real entre los gobernantes, con excepciones notables como la del hábil presidente ruso Vladimir Putin, a quien se le puede negar un espíritu realmente democrático, pero que ha demostrado una enorme capacidad de maniobra.

De cualquier manera, Alemania está al frente, al menos por el momento, en aspectos fundamentales en el mundo occidental. Con todo y su pasado, con errores que comparte con otras naciones o que le son caracteríticos, ha derrumbado varias barreras y no sólo el muro de Berlín. Una de ellas es el excesivo partidarismo. Existen allí infinidad de pequeños partidos, hay hasta uno de fundamentalistas, pero los grandes movimientos politicos han aprendido a coexistir y a cooperar cuando es necesario, pasando a veces por encima de sagradas ideologías. Otra barrera que han superado es la religiosa y sus enfrentamientos centenarios. En un libro de historia de las religiones que publiqué en Madrid en los años ochenta, quise resaltar como los protestantes alemanes pasaron por encima de la teología tradicional y crearon, ya en el siglo XIX una Iglesia Evangélica Alemana que incluye a luteranos y calvinistas. Más importante que eso, algo hermoso aconteció en los difíciles días de la posguerra. Los católicos y los protestantes cedían el uso de sus templos y capillas al otro sector religioso cuando éste había perdido su edificio para el culto en los implacables bombardeos aliados.

Las noticias de los últimos días han sido algo más alentadoras que al iniciarse el 2013. Posibilidades de arreglo en la cuestión siria. Conversaciones entre los presidentes de Estados Unidos e Irán. Pero también situaciones lamentables como el Congreso estadounidense negándose a financiar un plan que ya había sido aprobado legalmente, aunque la decisión cerraría temporalmente operaciones del gobierno y dañaría la economía. Y así, país por país, crisis y más crisis, y sobre todo un partidarismo absurdo. No digo que los alemanes hayan superado definitivamente tal cuestión, pero la forma civilizada de su proceso electoral, la “Gran Coalición” y su liderazgo en Europa, aunque resulte temporal, pone a Alemania al frente en este período de la historia.  Han logrado  hasta tener un papa alemán contemporáneo en la persona del eximio teólogo Benedicto XVI.

Nada de lo que me he atrevido a afirmar en materia política o económica debe necesariamente aceptarse, mucho menos exagerarse, pero algo parece salirle bien a los alemanes. Al menos, la suya contrasta favorablemente con otras situaciones. En cualquier caso, algo es mejor que nada.