"Quien se sabe profundo, se esfuerza en ser claro, quien quiere parecer profundo a los ojos de la multitud, se esfuerza en ser oscuro. Pues la multitud tiene por profundo todo aquello cuyo fondo no logra ver"
Friedrich Nietzsche
La belleza que llevamos por dentro puede deslumbrar al contacto con el mundo exterior y si a ésta le agregamos una crítica radical acerca del mismo entonces su brillo es aún mayor. Alejandro Arvelo, cual cigüeña, dejó caer en el umbral de mi casa un paquete, con la advertencia de que tan solo eran unas cuantas líneas escritas en estado de ocio y de acuerdo a sus palabras, totalmente inofensivas. Ditirambos de filósofo sin oficio, me dio a entender. Sin embargo, cuán equivocado estaba yo al acercarme ingenuo y con cuánta malicia él depositó ante mí su envío, a sabiendas de que éste estallaría ante mis ojos.
Alejandro logra introducirnos a lo largo de su ensayo "Filosofía del silencio" en el centro mismo del debate de las ideas y lo hace sin alardes, bajo el manto de una aparente amabilidad, desde ese tipo de cortesía de quien no levanta la voz para mostrar su verdad. Usa para ello una franqueza, que no disimula sus propósitos a la hora de llevar a cabo una contundente disección de nuestra sociedad y como bisturí, corta por el medio todo lo que toca. Se nos revela así indómito, lúcido e infatigable Quijote, contra molinos de viento que intentan acallar todo disenso.
La claridad de su prosa, la fluidez en cascada de su decir, me trae inevitable a la memoria una reflexión de Boris Pasternak que afirma, "Describir una mañana de primavera es fácil y a nadie le hace falta, pero ser sencillo, claro y espontáneo como una mañana de primavera, es endiabladamente difícil“. No sé cómo lo logra el autor del ensayo que hoy nos ocupa, pero lo cierto es que consigue tocar las llagas más purulentas de una manera sencilla y clara, y lo hace como quien camina en lo alto del Monte Everest con total naturalidad. No se aprecia en él intención alguna de exhibicionismo narcisista en la palabra. Cada frase está cargada de sentido y la urgencia en su decir es evidente, sin la menor concesión al juego fonético. En determinado momento, muestra la crudeza de quien toma al toro por los cuernos, para someterlo a la vista de todo el mundo. Nos sitúa entonces en medio de la escena, llamando al cese del murmullo de fondo, con un ademán primario que antecede al decir. "El silencio es un gesto de nobleza, si no se tiene qué decir. En la decisión de dosificar su derecho a la palabra reside la gracia del hombre discreto. Bien administrado, el silencio es tan digno como el imperativo de difusión de la verdad". Es un caminar sin vuelta a la yugular de los que no saben callar. De aquellos que rehúyen meditar desde la calma y perderse en el convento para hacer voto de respeto a la palabra. Unas líneas más adelante se vuelve aún más ácido y nos alerta sin medianía posible "En la tierra en que vivimos, ya nadie escucha. Todos hablan sin rubor de cosas que nunca han aprehendido ni entenderán jamás".
Una lectura atenta de este trabajo nos confirma, sin posibilidad de errar en el diagnóstico, que estamos ante un estudioso que no se conforma con ser tan solo un espectador, no delega en otros la responsabilidad sino que se lanza al ruedo, si es preciso enfrentarse en soledad al toro. Su propuesta se vuelve aún más incisiva cuando crítica el rechazo a la subjetividad, que él considera básica, para no diluirse en el anfiteatro y evitar ser parte del corral. El autor es, en este punto, muy consciente del elevado coste que ha de pagar quien trata de ser uno mismo. Permitamos que él lo exprese con la elegancia que le es propia: "El cultivo de la subjetividad es señal de peligro. El que se resiste al adocenamiento y a la nivelación predominantes, es condenado al aislamiento o a la indiferencia". Cada peldaño que descendemos en compañía de Arvelo parece acercarnos al infierno, podemos sentir el calor, el vapor que emana de sus calderas. Sin embargo y lo más grande de todo es que él no se impacienta, uno intuye que está acostumbrado a caminar estos senderos con total seguridad y sin sobresaltos. No niego que en determinado momento siento, al adentrarme en su lectura, la posibilidad de llegar a resbalar en sus abismos. Sus descripciones son a veces escalofriantes. Nos ofrece siluetas, personajes del cotidiano vivir y las muestra al desnudo. “Donde veáis un ser antropomorfo hablando sin descanso lo mismo de lo simple que de las más graves cuestiones, pensad que hay allí un poseso, un enfermo que os puede contagiar". Hay que ser muy valiente para nombrar al monstruo y retarle a los ojos sin temblor en la mirada. Su puñalada va al centro del mismo y sin la menor piedad, "Es la nuestra una comunidad donde frecuentemente el que más habla, que casi nunca es el más sereno, valioso o sincero, carga sobre su pecho las medallas augustas del reconocimiento".
Como colofón aborda el acontecer nacional y nos advierte del carrusel en que estamos montados en un girar que se antoja inacabable. A pocos días de las elecciones, generoso, nos permite escuchar el sonido de un clarinete conmovedor. "Los dominicanos necesitamos, para seguir existiendo como nación o comunidad cultural más o menos autónoma, de partidos y de gobiernos cada vez menos politizados, cada vez menos vocingleros y más conscientes de los peligros que sobre nuestro inmediato porvenir se ciernen"
"Filosofía del silencio" es un ensayo fundamental en esta hora que nos ha tocado vivir. Escrito a partir de una reflexión íntima y profunda, posee la enorme virtud de no estar contaminado desde la pasión instrumentada. Es por ello un claro desafío al pensamiento, un saltar sin miedo a la arena, dispuestos a enfrentar al toro de la ignorancia.