Decía Rainer María Rilke que la única patria feliz de un hombre es su infancia y yo he visto parte de lo mejor de mi generación abandonar la mía.
La falta de garantías, de rigurosidad institucional, económica, ciudadana, política, y sobre todo, de esperanza, ha llevado a abandonar de nuestra tierra a un número sin precedentes de grandes mentes, de grandes dominicanos, de eso a lo que nosotros, los que creemos en un país mejor, llamamos “esperanza”. La razón de esto es muy simple – aunque no sencilla-, nuestro país atraviesa la peor de las epidemias: el miedo. Miedo a la política, a disentir, a enfrentar, a debatir, a entendernos, a participar; a volver a ser una familia. Esto ha dado como resultado el único escenario posible de este tipo de dinámica social: un régimen de partido único, donde alegremente se roba, se destruye, se responde con prepotencia, burla o autoritarismo, se garantiza impunidad y se simula de todo, incluso guerras, por eso de guardar un poco las apariencias.
Parecería que despertamos un día y esa democracia por la que nuestros padres y abuelos habían sangrado, llorado y luchado, desaparecía poco a poco en un juego de mentiras y chantajes sin fin, donde nuestro país, -a sabiendas que un país se compone por su gente- se perdía para siempre, como si todo hubiese sido un teatro, una farsa.
¿Crecimos? Sí, crecimos, pero mucho menos que todos los demás y a un costo mucho mayor, en el que parece que no estaban incluidas garantías o seguridad de cualquier tipo. Esto pasó porque nosotros lo permitimos y lo permitimos por miedo.
Nos dijeron que la política era sucia y los dejamos hacer política sólo a ellos. Nos dijeron que la economía era muy complicada y los dejamos usar nuestro dinero, recursos, sudor y nuestros más profundos anhelos, como mejor les ha parecido. Nos dijeron que hablar era incómodo y los dejamos hablar sólo a ellos. Nos dijeron que gobernar era demasiado complicado y les dejamos el país para ellos solos. Cambiamos nuestra democracia por una, nunca más mentirosa, supuesta seguridad.
Para nosotros, la inmensa mayoría, sólo ha quedado la dependencia, el atraso, el hambre, la inseguridad, el niño abandonado, el engaño a la vuelta de cualquier esquina, la desolación, el pie descalzo, el anciano que muere por no poder pagar un hospital, el delincuente y el peor de todos los cánceres: el político corrupto que es permanentemente impune de sus fechorías.
Por suerte (que bueno que existen los “Por suerte”), la esperanza aveces nos sorprende. La victoria de Luis Abinader como candidato presidencial del PRM ha dado lugar a un nuevo mapa político: evidencia de que las sillas voladoras y la desorganización no forman parte de su agenda, sino que han quedado en manos de ese PRD dirigido por Miguel Vargas, que ahora es acusado de jugar a favor del partido de gobierno como reminiscencia de un caballo de Troya. La sorpresa de una oposición, representada en una convergencia, unida, sólida, plural, democrática y que da aparente fin a una era marcada por protagonismos desesperados, mientras todos esos que nos han engañado se vienen abajo. La inmensidad de jóvenes -que piensan como jóvenes y no como puritanos de geriátrico, como nos quisieron decir que debía ser-, en un país donde, aunque los jóvenes son mayoría, nunca se ha enfocado nada hacia éstos, sino todo lo contrario. Conocer personas como Eduardo “Yayo” Sanz Lovatón, candidato al Senado por el Gran Santo Domingo, comprometido con temas tan honestos y necesarios como la olvidada, pero lógica, labor legisladora de un senador, la seguridad ciudadana, los derechos humanos más básicos de libertad y de respeto a la identidad e individualidad de cada quien, su sacrificio y trabajo tan lleno de optimismo. Y, claro, lo no menos importante: el abandono
de la crítica que sólo se queda en la crítica, a cambio de la promesa de un mejor futuro para todos.
Es por esto que quiero que vuelva Catalina, María del Mar, María Alejandra, Avril, Fernando, Tatiana, Giancarlo, Dino, Noé, Eduardo, Yanelo, Andresito, Jorge, Amaury, Gina. Porque quiero y creo que podemos superar las trabas de un sistema electoral que tiende a alimentar sólo los espacios mayoritarios y quiero un congreso donde se hable de las necesidades de lxs dominicanxs y no donde el dinero de los contribuyentes siga siendo usado para decidir como repartirlo entre ellos mismos. Quiero tener quien levante la mano por todos los que, durante todo este tiempo, hemos sentido que no estamos representados y quiero caminar tranquilo por las calles y saber que el fruto de mi trabajo será respetado y que mi progreso, no mi fracaso, sea lo que esté apoyado. Quiero dormir tranquilo por las noches, quiero sentir que valió la pena haberme quedado en mi tierra a luchar por ella y que vale la pena para todos los que decidieron quedarse. Quiero el derecho inalienable a buscar la felicidad y que todos tengan este derecho. Y quiero que los dominicanos que se han ido, por decepción o desesperación, puedan volver y puedan trabajar en un futuro para todos en el que volvamos a esa alegría y a ese inmenso corazón que nos define. Que sepa el mundo que ese gran espíritu de lucha y amor no quedó olvidado en esas fotos gloriosas de la Guerra de Abril. Por eso quiero y necesito aquí a todos mis amigos, hermanos, compatriotas, vecinos, primos: tenemos mucho trabajo que hacer y podemos lograrlo.
Creo, muy sinceramente, que la alegría está cerca, pero como en todo, la mejor forma de esperar es ir al encuentro y sólo si empezamos desde ahora a trabajar, ese sueño llamado República Dominicana dejará de ser, desde este próximo 16 de mayo y para siempre, una pesadilla.