I: El quid del pensamiento filosófico espinosista. Si algo debe reconocerse acerca de la obra de Baruch Spinoza es que revolucionó la filosofía moderna. «La filosofía de Spinoza es la más impresionante síntesis de las ideas del siglo XVII, erigida en una concepción del mundo y de la vida», de acuerdo a la expresión de O. Baensch.
Incluso detractores de la talla de Hegel tuvieron que admitir, antes de refutarlo, “que el pensamiento debe empezar situándose en el punto de vista del espinosismo, ser seguidor de Spinoza es el principio de toda la filosofía”. Otro tanto aconteció con el joven Schelling, Marx, Engels, Goethe y Schiller.
Tan significativo ha sido su aporte al pensamiento occidental que, cuando Einstein estaba ocupado en una disputa filosófica con Niels Bohr, sobre los problemas fundamentales de la mecánica cuántica, escribió que prefería tener como referencia al “viejo Spinoza” que a Bertrand Russell o Carnap.
El genio de la física en pleno siglo XX conocía que dicho “viejo” no se había limitado a los estrechos confines de la filosofía empírica, tal y como se practicaba en aquel entonces, razón por la que fue capaz de trascender los límites de la ciencia mecanicista de su época. Mientras Berkeley y Hume llevaron la filosofía a un callejón sin salida (también a la ciencia), el sigiloso maestro holandés mostró brillantemente el camino hacia delante.
Spinoza, avalado por el razonamiento expuesto como método geométrico, formuló una de las más grandes hipótesis del pensamiento humano de todos los tiempos; a saber, el universo no está formado por espíritu y materia -como pretendía el dualismo de Descartes, heredero en ese punto de Aristóteles y de esa larga sucesión de contraposiciones entre cuerpo y alma, idea y naturaleza e, incluso, luz y sombra platónica.
Así, pues, superando ese dualismo en un monismo, revaloriza la experiencia concreta al verificar en ella que es más que ella misma. Tal y como expone de manera magistral la profesora de la UASD, Elsa Saint-Amand Vallejo, en su tesis doctoral sobre el materialismo utópico de Spinoza, éste se adentra en las condiciones de la experiencia y de todo lo que es particular con el propósito de correlacionar la dimensión metafísica con la realidad, lo universal con lo particular.
He ahí el quid del pensamiento filosófico de Spinoza. El mismo consiste en identificar, más allá de toda duda hipotética, que la realidad metafísica y la metafísica real coinciden a la sombra de la vieja fórmula Deus sive substantia sive natura (Dios como substancia o como naturaleza).
II: La verdad y su implicación ontológica. Con ese objetivo por meta, Spinoza se adentra en las condiciones de la experiencia humana y lega una metafísica del conocimiento que al mismo tiempo descubre las verdades eternas como elementos aprióricos del conocer humano y las esencias eternas como el fundamento y ley de toda entidad.
Es así que concibe que la inteligencia humana no mira al mundo desde un punto de vista temporal y contingente, sino sub specie aeterni, es decir, de manera intemporal y esencial. De ahí que la verdad se manifieste por sí misma, de modo análogo a lo que acontece al rayo de luz. Éste -al mostrase- hace patente la oscuridad. Por igual, no hay que buscar criterios ni métodos para descubrir la verdad. Ella se auto revela, gratuitamente, sin más.
Desde esa óptica, el verdadero y único propósito espinosista pasa a ser «buscar la verdad misma o el ser objetivo de las cosas o sus ideas (pues todo ello designa la misma cosa) por su debido orden».
Dicho a vuelo de pluma, Spinoza, cobijado a la sombra del viejo argumento ontológico de San Anselmo de Canterburry, el cual toma en carrera de relevo de la mano de René Descartes, lo reformula para que diga que, con la idea esencial y perfecta de una cosa, ésta está dada y, como está dada, es conocida la realidad substancial del ser de esa cosa que existe.
La comprensión espinosista busca un punto de apoyo a partir de la cual integrar -por no apresurarme a decir reducir- todo a una sola unidad substancial. Lo verdadero es total en sí mismo, autosuficiente, inobjetable: «Entiendo por verdad eterna aquella que, si es afirmativa, no puede jamás ser negada» pues, como acontece con la existencia de Dios en el argumento ontológico cartesiano, la verdad eterna implica su propia existencia o de lo contrario –lógicamente- sería lo que no puede ser, es decir, falsa e inexistente.
Por supuesto, solo hay una verdad tan evidente como la eterna. Por eso Spinoza deduce solo de ella, gracias a su método geométrico, el inefable valor que reconoce en la esencia o naturaleza de todo lo que existe.
III: Método geométrico. El método empleado por Spinoza en su obra póstuma, la Ethica, es el ordo geometricus, es decir, una explicación deductiva del ser que procede de arriba hacia abajo, de lo general a lo particular, del todo a sus partes.
El andamiaje escalonado de definiciones, axiomas, proposiciones y demostraciones no es más que una consecuencia de una metafísica del conocimiento, que comienza por asentar lo que es «primero en orden de naturaleza», como fundamento explicativo de lo que es «posterior».
Pero como podemos presumir, lo primero –natura prius– son las ideas y sus definiciones, y éstas, en tanto que contenidas en la idea de las ideas, en el origen de todo origen, en Dios. De forma tal que «nuestro espíritu, para ser una imagen perfecta de la naturaleza, ha de deducir todas sus ideas de la idea que representa el origen y fuente de toda la naturaleza, fuente, por tanto, de todas las demás ideas».
Como se repite una y otra vez a lo largo de la obra de Spinoza, y del mismo modo en el libro antes mencionado de la profesora Elsa Saint-Amand, cada uno y todo lo que existe, nosotros incluidos, provenimos y dependemos -por simple lógica deductiva- del único ser perfectísimo que es Dios, Substancia o Naturaleza.
Pero si eso es así, las siguientes preguntas son inevitables. ¿Qué entiende Spinoza por substancia? Y, contrapuesto de manera fáctica a su propia naturaleza o substancia, el devenir potencial de cada ser singular, ¿termina reducido, sí o no, a ese único dios o substancia?
Por motivos de espacio dejo ambas pregunta por ahora sin respuesta, pero no sin antes advertir que, en medio de tan sistemático y especulativo pensamiento filosófico, en juego está, primero, si la utopía espinosista a la que se refiere el libro de la doctora Saint-Amand termina siendo democrática, pues articula sin reducción alguna la libertad subjetiva y singular de cada quien, o si por el contrario finaliza involuntariamente imponiéndose como substancia impersonal que reduce todo lo ideal a una realidad única e intolerante de la misma libertad. Y segundo, la posible relación conceptual entre dicha substancia y cualquier sistema operativo contemporáneo, repleto de algoritmos, así como de esa inteligencia artificial que ya se descubre en tanto que no dependiente de la humana.