En el artículo de ayer hablábamos de los orígenes del fascismo; hoy intentaremos abordar su significado y vigencia. El fenómeno fascista supuso la movilización de enormes masas populares tradicionalmente pasivas con respecto a la actividad política.  De acuerdo al psicoanalista alemán Wilhelm Reich, el atractivo que el fascismo y su política reaccionaria ejerce en todo el ámbito de las clases medias se debe al miedo a la responsabilidad social que surge de los estilos de crianza autoritarios característicos de las sociedades industrializadas.  Estas personas llegan a la adultez desconfiando de su capacidad de conducirse sin un guía o consejero.  Para conquistar a esta "mayoría silenciosa", los fascistas emplearon dos tácticas efectivas:  Primero, crearon estructuras rígidas, limitadoras de opciones que ayudaron a disminuir la ansiedad generalizada a través de la disciplina y la conformidad.  Segundo, promovieron una ideología racista que proyectaba la falta de felicidad y libertad en el "otro", el enemigo o chivo expiatorio, llámese judío, inmigrante, negro, homosexual, socialista, gitano, intelectual o discapacitado.

El fascismo fue producto de dos factores esenciales: una crisis socio-económica aguda y la debilidad de las fuerzas progresistas.  La principal base social del fascismo fue la pequeña burguesía urbana que había perdido importancia en el campo de la producción con el desarrollo industrial y el capital financiero. A esta le seguían otras clases inmediatamente encima del proletariado que temían ser "reducidas" a esa categoría por la crisis económica y vieron en el fascismo un vehículo para impedirlo.  Al mismo tiempo, los fascistas recibieron un sustancial apoyo económico de los grupos empresariales.

En el sistema fascista, el Estado integra la mano de obra y el capital bajo el control de una estructura corporativa que niega cualquier discrepancia entre trabajadores y patronos, y donde las relaciones de producción y la propiedad privada permanecen inalteradas.  De ahí que los fascistas repudien el papel de la lucha de clases y se opongan a cualquier movimiento político basado en la idea de los antagonismos e intereses de clases.

En el fascismo, una élite controla los factores de producción y comparte el poder con una pequeña burguesía reaccionaria que  provee el discurso político y la ideología.  Todo esto apoyado por una fuerza de opresión militar dirigida por un líder mesiánico.  Como remate, existe una marcada tendencia al imperialismo y, en consecuencia, a la guerra.

Valdría la pena preguntarse si podría tener éxito hoy día un movimiento fascista en el Primer Mundo y si se vislumbra en el horizonte un fenómeno semejante.  Creo que la inmensidad de variables que se entrecruzan en nuestro tiempo hacen imposible que la historia se repita.  Además, después de la barbarie del nazismo y la experiencia de la Segunda Guerra Mundial, las sociedades desarrolladas crearon conciencia de los peligros del fascismo.

Sin embargo, lo que sí me parece posible son las pinceladas fascistas.  Es decir, políticas salpicadas de medidas que vayan en detrimento de las mayorías y que promuevan la falta de solidaridad, el elitismo y otros vicios fascistas en la sociedad.  Entre las condiciones necesarias para el desarrollo de un movimiento fascista sólido se encuentran una economía avanzada aquejada por la recesión; un alto índice de desempleo; un sistema de democracia representativa corrupto e ineficiente; una fuerza de izquierdas débil o desacreditada; una derecha influyente; la xenofobia y el racismo.  No sería raro que en esta caja de Petri social presente en muchos países creciera cualquier tipo de microbio político que conlleve a un trastorno cuasi-fascista.

Actualmente existen neo-fascistas en muchas partes.  Pero, cuando digo neo-fascistas, no me estoy refiriendo solamente a la minoría escandalosa de  gamberros skin heads o genocidas como los de Oslo y Oklahoma.  Aludo sobre todo a los más peligrosos y  menos conspicuos: aquellos miembros respetables de la sociedad civil y militares afectados por la crisis, capaces de tener una influencia profunda en la sociedad y su rumbo político.

La mejor forma de ponerle freno al desarrollo de estos grupos retardatorios es sacando de las cenizas a las fuerzas progresistas de cada país, dotándolas de un discurso solidario, democrático y anti-fascista con vigencia política que atraiga a la pequeña burguesía y otras clases populares desplazadas por la crisis y las aleje del espejismo diabólico del fascismo.