En el pasado dominicano hasta la Guerra de Abril de 1965 el acceso a la universidad era muy restringido por el alto costo de la matriculación. La inscripción en el año académico tenía un valor de cien pesos, una suma muy elevada de acuerdo al costo de la vida en esa época, esto determinaba que la formación de profesionales fuese muy limitada. El objetivo primario de la mayor parte de la población joven de escasos recursos, era hacerse bachiller y luego inscribirse en un instituto comercial de mecanografía o ciencias secretariales y/o teneduría de libros. Inclusive ya estaba activo el liceo de peritos contadores, con una importante población estudiantil. Ese panorama cambió radicalmente tras la gloriosa Insurrección de Abril. La UASD hasta ese momento se enseñoreaba como una universidad de elites, en aquellos momentos surgió la acción militante de estudiantes, profesores y empleados vinculados a las fuerzas progresistas y promovieron el Movimiento Renovador, por la democratización de la enseñanza universitaria. Esta combativa jornada de lucha aportó una significativa cuota de sangre el 9 de febrero de 1966, estudiantes universitarios, secundarios, intermedios y primarios fueron ametrallados frente al Palacio Nacional, reclamando el reconocimiento de las nuevas autoridades. Tras una protesta nacional por el ametrallamiento, se reconoció el Movimiento Renovador como el sector dirigente de la universidad y se inició la democratización de la enseñanza universitaria.
De inmediato se auscultaron los alcances de esta lucha. El pago por matriculación fue reducido de modo substancial a quince pesos por semestre, las guaguas para el transporte de los estudiantes se colocaron gratis, el comedor universitario con el precio de la ración alimenticia a veinticinco centavos. Esto provocó una gran oleada de estudiantes sin precedentes hacia la UASD desde todos los ámbitos del país. Se organizaron las casas o domicilios de estudiantes de provincias, auspiciadas por las asociaciones provinciales de estudiantes, Santiago, San Juan, Baní, Puerto Plata, etc. La UASD se convertía en una verdadera universidad nacional, abierta a todos los sectores sociales.
Luego se determinó que era más económico para las familias pobres y de clase media instalar extensiones de la universidad en las principales provincias, ahí surgieron el Centro de Barahona y el de San Francisco de Macorís. El más estratégico, el de Santiago, fue obstaculizado por mucho tiempo, pero al fin se logró y hoy observamos su muy importante desarrollo, logré palparlo personalmente cuando fui profesor del Cursa, en la Ciudad Universitaria de La Barranquita. En el Sur se contaba con el Centro UASD de Barahona y el de San Juan, pero los estudiantes de la línea media del Sur, la región Valdesia y zonas aledañas: Baní, Azua, Ocoa y los municipios y secciones banilejos de Villa Fundación, Sábana Buey, Palmar de Ocoa, Matanza, Arrollo Hondo, Quija Quieta, Sombrero, Boca Canasta, Los Llanos, El Limonal, Carretón, Catalina, Nizao, Las Barías, Paya, Fundación de Peravia y Mata Gorda, quedaban «entre Luca y Juan Mejía» con las opciones distantes de San Juan o la Capital. Se formó un comité gestor pro centro y en 2008 fue inaugurado el Centro UASD-Baní. Plausible esfuerzo por donde han pasado miles de estudiantes de la región encaminándose en el terreno profesional.
Varios años después pasé a ser profesor de este Centro UASD-Baní, constatando en la práctica que las actividades docentes constituían una labor excepcional , se desarrollaban muy bien pese a numerosas adversidades. El centro se ha habituado a trabajar en medio de apabullantes precariedades, como un hipertenso que se “acostumbra” a sus niveles de alta presión. No existe un área que concentre las diferentes unidades académicas y administrativas, las oficinas centrales están en una zona contigua al antiguo cine Vaganiona, mientras en diferentes locales alquilados no adecuados para la docencia se imparten las clases, se inauguró un laboratorio para las ciencias básicas en un local de la universidad pero algo retirado del centro del pueblo, una buena parte de la rutina de la semana discurre trasladándose de uno a otro lugar, todos incomodos. Antes se utilizaba en horas de la tarde la Escuela Canadá, pero esto fue descontinuado.
Los sábados, que es el día de mayor auge como en otros centros regionales, se cuenta con el local del Liceo Francisco Gregorio Billini, que honra a un ilustre y honesto presidente, periodista, autor de la novela Engracia y Antoñita. El local es grande pero no adecuado para aulas universitarias, son medianas. En una ocasión tenía un curso repleto de estudiantes y un grupo obstaculizaba la puerta de entrada al aula, requerí se retiraran y me respondieron que también eran estudiantes de esa sección que no habían logrado alcanzar asientos. Entonces ordené que buscaran sillas y se acomodaran en los pasillos de las filas apretujados dentro del aula. Cuando salió el listado definitivo de la sección tenía 95 estudiantes. Esto ha sido una norma por mucho tiempo, hay momentos que baja el número de estudiantes por secciones, pero regularmente son demasiados, en aulas que se tornan poco ventiladas y con deficientes instalaciones eléctricas, para instalar mi proyector y aprovechar el Powers Point, tenía que auxiliarme con los bedeles, que son unos verdaderos utilities en el centro. También se resaltan otras precariedades que nos vamos ahorrar enunciar para no ser tan prolijos.
Pero no podemos obviar el más grave dilema, dada las limitaciones de aulas y laboratorios para las carreras, el centro ofrece el ciclo básico y principalmente los primeros semestres de carreras importantes como administración de empresa, contabilidad, comunicación social, pedagogía, derecho, psicología y otras, pero en la medida que van ascendiendo en los semestres se dificultan las secciones y muchos tienen que desertar trasladándose una parte a la sede central en la Capital y lo que es peor otro grupo abandonando los estudios de manera definitiva, porque se les hace imposible costear el trasiego casi diario a la Capital, trabajar y/o tener otras responsabilidades en su lugar de residencia.
Un aspecto muy interesante es que este centro le ha dado la oportunidad de regresar a los estudios a ciudadanos de la tercera edad que son responsables de familias, y en su oportunidad se vieron compelidos a abandonar los estudios profesionales para atender las cargas familiares. Ahora con la facilidad del centro pueden retornar a las aulas y completar sus estudios. No obstante, al igual que los jóvenes también necesitan se pueda ofrecer una cobertura total para terminar sus carreras en el centro. Ante este cúmulo de precariedades, desde hace mucho tiempo se viene reclamando con diplomacia la construcción de la ciudad universitaria, incluso se consiguió un importante terreno, ya cercado para su construcción. Solo ha faltado la voluntad política estatal para levantar esa obra, que por su costo no puede asumir la universidad.
En diversas ocasiones se han realizado marchas pacíficas en la ciudad de Baní demandando la construcción de la Ciudad Universitaria, marchas en las que siempre participé cuando era docente allí. Reclamaba se le imprimiera un tono más elevado (en atención a mi antigua condición de dirigente estudiantil de Fragua y el Flavio Suero) para que la autoridades dejaran su sordomudez y nos escucharan. Pese a nuestro exiguo optimismo, de repente tenemos la buena nueva que el presidente de la República en una reciente visita a Baní se ha comprometido a colocar por primera vez en el presupuesto nacional la construcción de la Ciudad Universitaria de esa localidad, escribimos estas líneas desaliñadas para refrendar esta loable actitud. Se podría argüir y con razón que es un deber del Gobierno, pero otros mandatarios habían ignorado la muy necesaria construcción de la ciudad universitaria de Baní. ¡Enhorabuena!