Aunque al año de su muerte -1980- escribí un artículo en el Listín Diario; que confeccioné una semblanza suya para mi libro “Solo mueren los que se olvidan”; luego hice un breve perfil al cumplir su 50 aniversario la Escuela de ingenieros agrónomos de la UASD y finalmente un par de pinceladas al recibir en el 2019 de la actual rectora un pergamino a los primeros egresados por haber transcurrido medio siglo de su graduación, se impone en esta evocación un nuevo retrato por escrito de Albertico para que los lectores se expliquen mejor el liderazgo que sustentaba.

A diferencia de los primeramente redactados,en esta inédita descripción incluiré pormenores de su vida no relatados con anterioridad que me parecen de utilidad para la mejor comprensión de este pintoresco personaje que tenía en sus actitudes mucho parecido con el célebre Don Quijote de La Mancha en el sentido de que ambos se creyeron todo lo que habían leído, el español en las antiguas novelas de caballería y el dominicano en las obras del Siglo de oro español, Marcel Proust, Alejandro Dumas y W. Somerset Maugham.

Le gustaba rematar sus argumentaciones con frases extraídas de textos cervantinos como aquella que usaba como muletilla de que el caminar se demuestra andando; otra tomada de los Pluralemas de Manuel Rueda en el que el montecristeño definía a la poeta Aida Cartagena Portalatín como una Monstrua que menstrua, y aunque se lo estuviera llevando el mismísimo Satanás, al preguntarle cómo estaba su respuesta era siempre la misma: feliz y en la papa.

Por guardar un cierto parecido facial con el novelista colombiano Gabriel García Márquez le complacía sobremanera que se lo reconocieran en público. Presumía calzarse con zapatos caros y de marca como Florsheim, Freeman o Thom McAn, y de usar trajes no confeccionados sino a la medida al gusto de Santiago Coruña. Consciente de que corporalmente era uno más del montón, es decir de plebeya anatomía, resaltaba la apostura de aquellos/as fenotípicamente favorecidos/as por la naturaleza.

A pesar de ser un clasemediero siempre disponía de dinero para gastar, siendo en este aspecto lo que en España se designa como manirroto, o sea  alguien que lo derrochaba a manos llenas con sus amistades no lamentándose nunca de malgastarlo. Convidaba incluso a sus adversarios a beber o comer haciéndose responsable no sólo de saldar la consumición sino que él cubría además el gasto de la conversación y de lo que terciara. Su generosidad y obsecuencia no tenían límites.

Su familia-hermanos/as, tías, primos etc- era un patrimonio intocable defendiéndola a capa y espada ante cualquier asomo de crítica o censura. Aunque lo estimábamos mucho, sus amigos sabíamos que era capaz de volverse momentáneamente contra nosotros si el estado de ánimo de una conversación así lo requería, no siendo raras las ocasiones en las que durante una juntadera si uno hacía amagos de marcharse o despedirse alentaba tu partida diciendo: si, vete, para darte una murmurada.

Cesar Alberto Meyreles -de ahora en lo adelante la sigla CAM será su abreviatura-en el fondo no era un hombre de principios sino algo mejor, de inclinaciones, queriendo con esto expresar que en situaciones límites se decidía no por lo que creía si no mas bien por lo que sentía. Por esto nunca pude conciliar sus actividades pro-izquierdistas, revolucionarias, con una moral que era a todas luces burguesa, aristocratizante, prefiriendo la buena vida a una existencia de sacrificio a favor del bienestar colectivo.

Nunca sabía si era cierto cuando me hablaba de sus encuentros clandestinos con dirigentes catorcistas; de la existencia de la " La Barrica "  una finca propiedad de la familia la cual no conocimos ninguno de los de su entorno; tampoco de las hazañas y proezas de un mítico tío y de una bruja que consultaba llamada Fefa. Para nosotros representaban sus molinos de viento, o y el yelmo de Mambrino, que no poníamos en duda ya que al reseñarlos nos hacía felices a todos.   

Su verbal desenfado  y extravagante desempeño existencial podían hacer pensar que era un individuo desinhibido, pero la asiduidad de su compañía me convenció que la timidez presidía su comportamiento muy a menudo. Cuando reconocía haber incurrido en un exceso, un desafuero, hacía todo lo posible por subsanar el agravio provocado llegando a veces hasta las lágrimas en su intento de persuadir a quienes se habían sentido ofendidos.

Albertico era más de hablar que de escribir y por ello no recibí carta suyas durante el primer año que estuve en Francia. Enterado de mis quejas compró    una cartulina de 1.5ˣ1.5 mts la cortó en hojas 8½ x 11 que enumeró y escribió de ambos lados para así informarme de todo. Cuando se apareció en París solo se transportaba en taxis y nada de visitar Museos o Galerías sino Las Pulgas, los puentes del Sena, las Tullerías, Eiffel, Pere Lachaisse y sobre todo el Bosque de Bolonia.

Hablaba como si fueran sus íntimas amigas o conocidas Wallis Simpson la norteamericana divorciada dos veces que se casó con el rey inglés Eduardo VIII y por quien abdicó; de la gran duquesa Vladimiro hermana del Zar Nicolás II de Rusia y de la princesa de Réthy que protagonizó un escándalo al casarse con el rey belga Leopoldo II. Sobre ellos y otras celebridades contaba cosas que no le interesaban en lo absoluto a la mayoría de los comensales que compartían su mesa, pero esta presunción le procuraba una profunda satisfacción.

Su folclorismo y ambigüedad eran proverbiales siendo infinitas las coyunturas en que al observar una persona caminar sobre una acera en sentido opuesto al nuestro me decía sotto voce al oído: no te la pierdas Pilarya -con ese remoquete me trataba-. Mirando a una persona mayor marchita y desmejorada sentenciaba: Pilarya, éstas serán sus últimas Navidades o Semana Santa. Al detenerse para hablar con ella me asombraba cuando le decía: te ves muy bien, está nuevo/a, qué comes. Su cinismo formaba parte de su saber vivir.

En compañía de este excéntrico e irrepetible personaje compartí por horas, días, semanas, meses y años mi vida universitaria y el podio de enseñanza durante una década, no debiendo omitir el ascendiente que ejercía sobre sus condiscípulos y colegas su extraordinaria competencia  en todas las asignaturas que tuvieran por base el cálculo y las matemáticas, así como su manfutismo al no tomarse con seriedad y compostura las convenciones que formatean nuestra sociedad.

Su actual sobrevivencia a más de 40 años de su muerte obedece a que es la literatura y no la Historia, la Sociología y la Psicología el mundo al cual pertenece este novelesco personaje.