“Ni vivos ni muertos, ni en el poder ni en la calle se logrará de nosotros que cambiemos nuestra conducta. Nos hemos opuesto y nos opondremos siempre a los privilegios, al robo, a la persecución, a la tortura. Creemos en la libertad, en la dignidad y en el derecho del pueblo dominicano a vivir y a desarrollar su democracia con libertades humanas pero también con justicia social.
En siete meses de gobierno no hemos derramado una gota de sangre, ni hemos ordenado una tortura ni hemos aceptado que un centavo del pueblo fuera a parar a manos de ladrones.
Hemos permitido toda clase de libertades y hemos tolerado toda clase de insultos, porque la democracia debe ser tolerante; pero no hemos tolerado persecuciones, ni crímenes ni torturas ni huelgas ilegales, ni robos porque la democracia respeta al ser humano y exige que se respete el orden público y demanda honestidad.
Los hombres pueden caer, pero los principios no. Nosotros podemos caer, pero el pueblo no debe permitir que caiga la dignidad democrática. La democracia es un bien del pueblo y a él le toca defenderla. Mientras tanto, aquí estamos, dispuestos a seguir la voluntad del pueblo”.
Hasta aquí la carta de Juan Bosch al pueblo dominicano, escrita desde su cautiverio en el Palacio Nacional, un 26 de septiembre de 1963. Su mensaje es tan contundente como breve; no hay en él un asomo de dudas o nerviosismo. Después sería sacado por la fuerza al destierro, en la fragata Mella; destierro de dos años que vivió en Puerto Rico, gestando y dirigiendo desde allí la Revolución de Abril.
A veces uno ha leído que el golpe fue contra Bosch e, incluso, que él fue su causante. Nada más falso. El golpe de Estado de 1963 no fue contra una persona: derrocó al gobierno, al Congreso, al programa de transformaciones y derogó la Constitución de 1963. Su sentido histórico fue imponer la “democracia bastarda” establecida durante los últimos 55 años. Un orden donde supuestamente las personas votan, pero no deciden; eligen, pero no son representadas; la mayoría se expresa, pero una ínfima minoría determina lo que se hará.
Se compran y se venden los votos y las decisiones. Papeleta mató a menudo y la gente como caña pa’l ingenio. La legalidad es un pedazo de papel. El pueblo apenas es tratado como una masa, instrumento en lugar de sujeto. La ratificación de esta voluntad antinacional y antidemocrática fue pedir la invasión yanqui de 1965, para ahogar el sueño libertario.
Las causas del golpe de Estado no están en el ayer, sino en el presente. No ocurrió producto de un conflicto del pasado, sino para impedir que se conquistara la “democracia revolucionaria”, electa por el pueblo, que quería que por primera vez en la historia dominicana, el poder del Estado no fuese la maquinaria de oprobios de una cúpula para imponer sus designios, y convertirlo en el instrumento de los intereses colectivos y los derechos de todos, sin distinción.