La acumulación de riqueza en el país ha ocurrido en base a la corrupción a gran escala, el despojo y el abuso, incluyendo el saqueo de las tierras por la ocupación norteamericana y sus ingenios; el uso del Estado como megaempresa capitalista por el clan Trujillo; hasta el carnaval de la élite partidista que desde 1978 administra una democracia de baja intensidad, viciada y “bastarda”, como la llamó el historiador Piero Gleijeses. Las instituciones han garantizado la acumulación sin límites y la impunidad perpetua.  Pues al poder no se le desafía.

La impunidad también ha servido para permitir una vida de reyes a los asesinos y delincuentes que desde el fin del Trujillato hasta hoy no padecen castigo. Han envejecido en paz, nombrados, con pensiones y honores, y mueren en sus camas. El olvido se ha impuesto a las víctimas, mientras los criminales y cómplices tienen sus nombres en calles y avenidas. Balaguer es “padre de la democracia” y Narcisazo sigue desaparecido. El poder no se desafía.

La salud y las pensiones con la que los dominicanos sueñan se han trastocado en un meganegocio que ha otorgado casi 700 millones de dólares en ganancias para los dueños de las AFP, mientras las ARS han absorbido más de 50 mil millones de pesos entre beneficios y “gastos” ajenos a la salud. Con todo ese dinero, República Dominicana debería tener un sistema de protección social excelente, pero ya se sabe: al poder no se le desafía.

Las élites se enorgullecen de la multiplicación del PIB dominicano, pero a mayor riqueza, más aguda la pobreza. Es la ley del embudo. De sus consecuencias nos enteramos cuando vemos cada vez más jóvenes en los medios, fotografiados con la etiqueta de atracador o sicario, o asesinados en ejecuciones extrajudiciales. También cuando salimos con temor a la calle.

La clave está en que los trabajadores cargan con el 65% de los impuestos mientras participan apenas en un 30% de la riqueza producida. El salario promedio real decrece. El 60% de quienes trabajan ganan por debajo del costo de la canasta básica, y el 48% tiene ingresos que ponen a sus hogares por debajo de la línea de pobreza. En estos días se está pidiendo un pírrico ajuste salarial, casi arrancando con las uñas como si fuera limosna… porque al poder no se le desafía.

En 2018 se reportaron 3494 muertes infantiles y 197 muertes maternas, muchísimas de ellas evitables. El 27% de los nacimientos en 2015 fue de madres con edades entre 10 y 19 años. Al mismo tiempo, las mujeres solo ocupan 3 de los 22 cargos de ministro, apenas el 22% de los cargos de elección popular y en 13 años fueron asesinadas 1,356 dominicanas por su condición de mujer. Pero hablar de educar para el cuidado, el respeto, la paz, la igualdad de derechos, y hacer efectiva la Constitución, resulta ofensivo y “nocivo”, pues al poder no se le desafía.

La sociedad dominicana sigue frente a su dilema histórico: acatar o despertar. El credo de no desafiar al poder no es invento ni nada nuevo, más bien ha sido la ley de oro del orden social que, además de destructivo, anhela un pueblo dócil y cobarde. Pero si admiramos a Duarte, Luperón, Ercilia Pepín, las Mirabal, Caamaño y Juan Bosch, es porque desafiaron y enfrentaron las maquinarias de todo poder que destruya a la sociedad y al ser humano. ¿Cuál será la alternativa del presente?