El pueblo venezolano acaba de enviar una poderosa señal de perseverancia y civismo.  Después de diecisiete años de un régimen   que llevó al poder  a través de las urnas y que fue derivando cada vez más hacia un sistema absolutista, desconocedor de los más elementales derechos y libertades, apelando a esa misma vía democrática proclamó por mayoría abrumadora ¡un basta ya¡ a su desenfreno.

No fue una jornada fácil ni libre de riesgos que en realidad comenzó mucho antes de la cita comicial, desde que el gobierno de Maduro  lanzó sus fuerzas represivas a las calles, otorgando franquicia a los militares para que dispararan a discreción en el inútil empeño de acallar el creciente descontento popular reflejado en multitudinarias manifestaciones.  El saldo de las protestas resultó trágico, si bien en el tiempo no resultó sacrificio baldío: decenas de protestantes muertos, sobre todo jóvenes.

Se trató de brutales acciones represivas cuya responsabilidad el gobierno de Maduro trató de arropar desviándola hacia el líder opositor Leopoldo López, apresado y condenado de manera ilegal a catorce años de prisión en un juicio con pruebas amañadas.  Más que encarcelado, este permanece en un virtual estado de secuestro.  Numerosos ex presidentes, líderes internacionales e intelectuales de prestigio han intentado visitarlo, encontrando siempre como muro infranqueable la obstinada negativa del gobierno.  Ahora se abre para el la posibilidad de recuperar la libertad que le fue arrebatada.

No les parecieron suficientes al sucesor de Chávez las ilegalidades cometidas para intentar aterrorizar a la oposición que,  salvando diferencias anteriores, tuvo esta vez el buen juicio de forjar un sólido frente unitario.  Así, despojaron arbitrariamente de su curul a María Corina Machado, la diputada más votada en las anteriores elecciones y más luego,  llevaron a prisión al popular alcalde de Caracas.

Reprimieron a periodistas; se apoderaron de la mayor parte de los medios de comunicación para convertirlos en dóciles bocinas a su servicio; intervinieron empresas en una demencial  carrera  de nacionalizaciones sin sentido y como si fuera poco, iniciaron el más turbio y escandaloso período de corrupción con los dineros públicos y  los negocios sucios realizados amparo del poder, incluyendo el narcotráfico a gran escala, en no pocos casos con la participación del propio gobierno.

En vez de utilizar parte de la cuantiosa fortuna producida por los elevados precios del petróleo por casi década y media en desarrollar el enorme potencial de riqueza del país para diversificar su capacidad productiva y crear fuentes estables de empleo, única forma real de combatir la pobreza, se dedicaron a gastar alegremente la  misma en comprar el apoyo de los sectores más necesitados por vía de un desmedido populismo y en forjar un liderazgo internacional para el “chavismo”.

Mientras tanto el país se fue yendo a pique debido a dispendio y la imprevisión hasta hacer crisis total con la caída de los precios del petróleo provocando el desplome estrepitoso de su economía; sepultado en una pobreza sin precedentes; convertidas florecientes empresas privadas en improductivas unidades estatales; un desbordado incremento del desempleo;  un crítico y prolongado nivel de desabastecimiento de productos esenciales;  la tasa de inflación más elevada del mundo que ha disparado el costo de la vida hasta niveles inalcanzables para la gran mayoría; el auge irrefrenable de la criminalidad y, sobre todo, gobernada por uno de los mandatarios más ineptos y soberbios que registra la tormentosa historia de la América Latina.

El resultado de todo este desastre quedó reflejado en las urnas que recogieron el voto masivo de castigo y repudio del pueblo venezolano.  La victoria de la oposición ha sido tan apabullante que cerró toda posibilidad de ignorarla, obligando a Maduro a reconocer su aplastante derrota que pone el control de la Asamblea Legislativa en manos de la oposición.

Alumbra ahora para Venezuela un nuevo amanecer de reencuentro con el ejercicio democrático, donde será preciso compartir el ejercicio de la gobernabilidad o al menos, poner un freno a los excesos y arbitrariedades del régimen “madurista”.  Es una etapa de esperanza, pero ¡ojo¡, también de cuidado, donde la oposición tendrá que mantenerse unida y firme en la defensa del territorio limpiamente recuperado al tiempo de mostrarse alerta frente al riesgo siempre latente de que la insensatez de Maduro lo lleve a intentar un golpe artero contra la voluntad popular,  como ya de antes había amenazado estar en disposición de llevar a cabo si el resultado de las elecciones le resultaba adverso como,  así ha ocurrido.

Será preciso, por consiguiente, que sus líderes no pierdan la cabeza y se manejen con firmeza pero con previsora prudencia, conscientes de que se estarán moviendo en un terreno minado donde deberán caminar al paso y con pies de plomo.