Quien se dirige a usted, Papa Francisco, es una escribiente que ocasionalmente publica artículos de opinión, a veces, no muy dados a las reverencias y con regularidad, en un tono que a algunos les parece muy astringente.
Hasta hace muy poco, no me habría pasado por la cabeza escribirle a un Papa. Sin embargo, por estos días recién pasados, por los que cada año se pone de moda -efímera- hacer llamados a la reflexión; examinando las inquietudes que expresaron los sacerdotes en La Catedral de Santo Domingo, en El Sermón de Las Siete Palabras – y que no necesariamente compaginan con las acciones de todos los obispos dominicanos, a quien usted convocó para recibirlos en Mayo próximo- y ante una serie de acontecimientos desoladores, me he decidido a contarle algo de lo que nos pasa, sin que la Iglesia Católica, como institución y varios obispos -y un Cardenal- sean muy ajenos a esta asfixiante pesadilla de corrupción e impunidad en la que estamos sumergidos.
Le escribo esto, rogando porque sea usted aunque sea una brizna de lo que se alcanza a ver: un nuevo Papa con una especial espiritualidad, una especial calidez, una especial bondad, cualidades que, si el problema fuera el carácter de una persona y no la prolongada naturaleza de una institución, lo diferenciarían esencialmente de otros, cuyos desempeños han obligado a su Iglesia a hacerse alguna autocrítica y a anunciar correctivos, aunque sea muy a regañadientes.
Si usted, viera, Padre, la gente desmigajada a la que estos delincuentes le anulan todo futuro. Los representantes de su iglesia, que usted recibirá próximamente en El Vaticano han contribuido enormemente a llegar a este estado y no están conformes, Padre. Quieren más
Santo Padre -y le llamo de esa forma, para honrar la devoción de mi madre, que no comparto y quien justamente así lo llamaría- le escribo asustada y en estado de conmoción.
A La República Dominicana se la está tragando la corrupción, la impunidad, el desmantelamiento de las instituciones, la negación de derechos básicos, inherentes a la condición humana; la nula transparencia en la administración pública, la incompetencia del sistema de Justicia, que en la actualidad, está tan subordinado como en la Era de Trujillo, a los dictados de un delincuente político, que además ha sido, personalmente, un mafioso involucrado con el narcotráfico.
Los últimos acontecimientos, que fueron planificados para que coincidieran con el inicio de la “Semana Santa”, han aturdido a la sociedad dominicana, por la certeza de que las autoridades -un grupo de ladrones- no tienen límites, ni se someten a ninguna ley y no sabemos hasta dónde van a llegar.
Un juez de la Suprema Corte de Justicia, Alejandro Moscoso Segarra, catedrático de Derecho en una universidad, dictó un fallo de “No ha lugar” que beneficia a un congresista llamado Félix Bautista, asociado al ex-Presidente Leonel Fernández y acusado -con pruebas abrumadoras- como un mega-ladrón de bienes públicos, entre otros delitos, no menos graves.
El señor Bautista tiene unos orígenes extremadamente modestos y cuando se incorporó a la administración pública, en calidad de funcionario, carecía de fortuna.
Sin embargo, actualmente encabeza unos consorcios internacionales, que para desarrollarse, debieron contar con lo equivalente al botín de guerra que reunieron los nazis, cuando saquearon a Europa.
No es que sea excesivamente novedosa la historia del funcionario sin patrimonio, que después de pasar unos años trabajando en la administración pública, se metamorfosea en un potentado que parece haber encontrado la Cueva de los 40 ladrones de Alí Babá, pero las dimensiones del caso no tienen precedentes, Padre. Y lo peor es la absoluta generalización de esas prácticas.
El mismo día que la justicia dominicana desestimó las acusaciones contra Bautista, también declaró inocente a un alcalde en la ciudad de San Francisco de Macorís, otro acusado de robo al erario.
No quiera saber lo difícil que resulta para la ciudadanía dominicana defender sus derechos ante autoridades en el poder y ver llevar estos casos de corrupción en la administración pública, ante los tribunales.
Sin embargo, muchos jueces, tan corrompidos como los políticos de los que son marionetas, descartan de la forma más frívola hasta los expedientes más sólidos, por alianzas políticas y sobornos, aplastando toda esperanza de corrección.
Si usted, viera, Padre, la gente desmigajada a la que estos delincuentes le anulan todo futuro. Los representantes de su iglesia, que usted recibirá próximamente en El Vaticano han contribuido enormemente a llegar a este estado y no están conformes, Padre. Quieren más.
Todos los días hay una nueva razón para preguntarse: ¿Pero cuántos abusos son los que tenemos que soportarle a un gobierno clientelista, corrupto e inoperante, a un sector privado renuente a asumir responsabilidades sociales, a unas “fuerzas del orden” atestadas de sicarios, delincuentes y criminales, a un ejército que es una asociación de malhechores y a un “liderazgo” religioso podrido, que con frecuencia actúa como un martillo para golpear el corazón del país y como una monstruosa sierra eléctrica, para descuartizar recursos y fondos públicos -y privados también-.
Como el país entero, la ciudad en la que nací, Santiago, que alguna vez tuvo calles y espacios vivibles y acogedores, se ha vuelto un infierno, en manos de una serie de alcaldes y gobiernos que han estado compitiendo para ver quién roba más, quién destruye más, quién viola más leyes y disposiciones, quien crea las peores reglas y quién rompe el récord de la peor ejecución.
Ese es el escenario en el que se pasean, a sus anchas, los obispos de su iglesia, cabildeando oropeles, Padre, en una relación Estado-Iglesia-pueblo, que es abusiva contra el pueblo.
Dígales, cuando vayan a visitarlo, que le presenten una relación de todas las obras que han levantado con fondos del gobierno. Y no incurra en la temeridad de revisar los estados financieros de esas obras.
Las obras, los presupuestos, las contratas, mueven a esos obispos, que parecen buitres impacientes, ante un moribundo al que ellos mismos hirieron. Lo último que ha hecho la jerarquía católica, es aliarse con Gilberto Serulle, el más desalmado de todos los alcaldes crápulas que hemos tenido -y créame que la competencia es cerrada- y se han dedicado a masacrar nuestro parque Duarte, en el centro de la ciudad.
Lo han mutilado, con vistas a convertirlo en un pedazo de un marco para La Catedral Santiago Apóstol, a la que supuestamente planean convertir en basílica -aunque más bien parece que quisieran transmutarla en una serpiente de treinta y dos cabezas. O algo así- lo cual estaría muy bien, siempre que ello no supusiera el dominio y apropiación de áreas públicas y siempre que eso no supusiera una mayúscula intervención urbana en el centro histórico, realizada subrepticiamente y de espaldas a la ciudad.
No quiera usted conocer, la pasmosa frivolidad con que sus obispos han dilapidado, una y otra vez, los recursos del erario, en múltiples remodelaciones a La Catedral Santiago Apóstol, de costos no solo cargados al Estado, sino también amañados y sobredimensionados.
Desde la iglesia se roba a dos manos, Padre. La adhesión al boato y la codicia insaciable, compite con las de los políticos delincuentes que son sus cómplices.
Entre las innovaciones recientes a la Catedral de Santiago, se incluye una cripta subterránea faraónica, donde ya tienen aseguradas sus tumbas hasta quienes serán obispos, dentro de 300 años.
A nuestra sociedad se le ha encallecido el alma, Padre y, más aún, se le ha petrificado. La Iglesia y los obispos han colaborado en ello. Nicolás Cardenal López Rodríguez ha sido uno de los más generosos, aportando en esa tarea. Con toda y su aparente pequeñez, lo que le han hecho al parque es similar a lo que le han hecho al país y expone la terrible situación en la que nos encontramos y toda la vulnerabilidad que nos aqueja, la violencia y arbitrariedad a la que estamos expuestos y la facilidad e impunidad con que nos agreden las autoridades, incluyendo las que dependen de usted y presiden su iglesia, que en oposición a su prédica, aquí sigue siendo un siniestro barril sin fondo, un monstruo que solo traga y no mastica.
Padre, estamos cansados de este nivel de corrupción. La República Dominicana no soporta más impunidad. Mañana, jueves 9 de Abril, saldremos a movilizarnos a la calle. A Dios le encomiendo que esto llegue a su destino, si tiene uno.