Me quito el sombrero ante usted, señor magistrado.

El fiscal especial, Robert S. Mueller, ha completado su envenenado encargo de investigar la injerencia rusa en las elecciones estadounidenses de 2016 con temple y sobriedad, manteniendo durante 22 meses su compostura ante las repetidas provocaciones del mayor bribón que haya ostentado el poder imperial estadounidense en tiempos modernos y los vituperios de sus cachanchanes. Trump no solo ha acusado insistentemente a Mueller de conducir una “cacería de brujas”, sino que además ha descrito al fiscal especial como un hombre “altamente conflictivo” y “desacreditado”. Mueller ni siquiera se ha dado por enterado, esquivando cámaras, micrófonos y medios sociales con destreza, no por temor o cobardía, sino por respeto a la ley y los reglamentos que gobiernan su encomienda. Mueller se pronuncia solo con las acciones legales, las que ya han producido importantes condenas contra otrora cercanos colaboradores de Trump, y la acusación contra Roger Stone, aún pendiente de conocerse en los tribunales. Es un discurso elocuente y contundente, unos expedientes acusatorios que habrán de ser estudiados por generaciones de procuradores que aspirarán a emular su estrategia legal.

Mueller hizo su trabajo con discreción, controlando fugas y filtraciones con excepcional destreza, y dejando que los hallazgos de sus pesquisas hablen por sí mismos en los tribunales, no en la prensa. Su moderación y ecuanimidad han dado como resultado que el departamento de Justicia, dirigido por funcionarios designados por Trump, en ningún momento consideró preciso prohibir a Mueller que tomara las medidas determinadas por el fiscal especial en el curso de la investigación. Todas sus acciones cuentan con el respaldo de sólidas pruebas y testimonios que, hasta la fecha, han producido confesiones voluntarias o condenas en los tribunales de los actores procesados por la justicia, sin reveses. Ha lanzado un juego perfecto contra un equipo mañoso.

Me inclino ante usted, con profunda reverencia y gratitud, señor magistrado, por servir a su patria sin estridencias; por servir de contrapunto a las personas que hablan sin cesar (y sin decir nada que valga la pena) y a las que callan por temor o desidia; por servir de modelo a seguir con su firmeza en el propósito de cumplir con la tarea encomendada al pie y el espíritu de la letra, sin importar el costo personal; por servir una vez más sin esperar recompensa o gloria, solo por el compromiso y  el placer de servir a la patria. Aun más que las posibles consecuencias de su recién entregado informe realizado con profesionalidad, confiamos en que el brillo de su ejemplo como servidor público idóneo, en medio del pantano que le ha tocado obrar, habrá de impactar en el liderazgo de futuras generaciones.