Éramos miles. Llevábamos por techo un sol que se hizo a la par con la brisa; a izquierda y derecha, cientos y cientos de hermanos y bajo las plantas de los pies, los míos y los de todos, el suelo que se hacía testigo de una historia que apenas iniciaba. Ese domingo 22 de enero el despertar fue mayúsculo e imposible de negar. Niños, mujeres y hombres, viejos y jóvenes, ¡todos!, gritábamos con humor descarado y alegres. Con la frente en alto y el puño alzado, marchamos para exigir justicia y que nos devuelvan lo robado.

Ese día fue poético para mí. Desde tempranas horas mi pequeña repetía: -¡marcha, marcha…! Ella, como yo, se sentía emocionada. Nos dirigimos entusiasmadas al punto de reunión, ella por hacerme el coro y yo por la decisión de luchar por su futuro y el de mi país. Claro está, con todo y poesía, con toda la emoción y el alborozo, no pude evitar un quebranto de espíritu cuando llegué a las proximidades de Palacio, puntualmente a la intersección formada por la Ave. México con la calle 30 de Marzo.

No me sorprendió en lo absoluto que bloquearan el acceso a la casa de gobierno desde la Dr. Delgado, puesto que es reincidencia que no se permitan protestas, así sean pacíficas, en las inmediaciones de la casa oficial del Presidente de la República, aun cuando estas son un derecho ciudadano debidamente establecido en la Constitución dominicana. La misma medida fue aplicada durante las Cadenas Humanas realizadas el último cuatrimestre del pasado año 2015 -con todo y sentencia del Tribunal Superior Administrativo-, igual ocurrió con poco menos de 200 mujeres cuya única intención era entregar un manifiesto de reclamo, el pasado 8 de marzo de 2016.

Lo que quebrantó mi espíritu fue la mirada de las mujeres que me observaron con rostro ausente y mutis absoluta cuando, apostadas tras una verja improvisada, defendían un espacio de la Av. México. Eran mujeres del cuerpo policial que de seguro no tuvieron más opción que acatar la orden de vigilar que nadie pasara más allá del límite impuesto por la necedad de un gobierno mudo, ciego y sordo.

Me acerqué a ellas con el propósito de conversar brevemente y pedirles una foto. Cuando lo hice me miraron inexpresivas y algunas manifestaron duda. Antes de darme cuenta un hombre se acercó, me conminó a alejarme y espetó: -¡cero fotos!-. Estuve unos segundos más. La mujeres, en su mayoría jóvenes, me observaban totalmente neutras, pero la expresión de algunas lo decía todo. Las sentí apenadas -o quizá mi propia pena se reflejó, cual espejo, en sus rostros-; Una que otra me miró con cara de "es que no podemos…". Solo atiné a sonreírles con respeto y decirles: -también marchamos por ustedes-.

Ya febrero cuenta con cuatro soles. Como es su costumbre, el Presidente no ha hecho un solo pronunciamiento respecto a un evento que, sin lugar a dudas, marca un antes y un después en nuestra historia reciente y se convierte en punto de referencia de lucha social. Dicho silencio, paradójicamente, es toda una declaración que debe servir de catapulta para las siguientes protestas, pues, sin duda el fenómeno de la corrupción y la impunidad nos ha unido todos, sin importar las diferencias substanciales que podamos tener en otros temas, y más todavía, se puede decir que un nuevo pensamiento sobre lo que implica este flagelo empieza a asirse en las mentes de nuestra gente, lo cual, de por sí, ya es una conquista.

Lo anterior es solo un cariz de los muchos tantos que tuvo la gran Marcha Verde, así, con sus letras en mayúsculas. Es una verdadera pena que el Presidente Medina ignorara tan burdamente el llamado de "su pueblo"; es una lástima que su silencio sea tan ensordecedor que nos obligue a elevar aún más la voz. Tener que apelar al grito, por una irrespetuosa ausencia de respuestas y soluciones al desorden que impera en el Estado. Y es tremendamente triste ver a estas mujeres -y hombres- del pueblo con salarios de miseria, del otro lado de la verja, atragantándose con sus propias opiniones, coaccionados y reprimidos.

El reto que nos recibe desde que ese domingo se despidió de nosotros, es el de continuar con insistencia el plan de lucha. Lograr fortalecer lo que empezó ese día y reproducir más actividades de protesta pacífica en distintos puntos del país. Traducir el grito de la marcha en charlas, encuentros, reuniones, programar eventos artísticos y un gran etcétera. Trabajar con la juventud de nuestros barrios más humildes, seducirlos a la causa del país y fortalecer los métodos a utilizar. Apelar a la gran capacidad creativa que tenemos los dominicanos para explotar todos los escenarios posibles.

La consigna diaria de cada dominicano debe ser el poner el noble propósito de construir la nación que tanto necesitamos por encima de todo, y luchar por la erradicación de los graves males que nos sacuden. No quedarnos en el discurso, sino que ir a los hechos. No ceder en este objetivo, insistir y persistir. El pueblo ha despertado, y ya no podemos permitirnos siquiera una siesta.