Lutero y Calvino se aferraron al paradigma de “reforma” y en la historiografía protestante se le ha denominado como “la reforma magisterial”, mientras que anabautistas, bautistas y cuáqueros (“la reforma radical”) se cobijaron en el paradigma de la “restauración”. Mientras las cabezas de la reforma magisterial entendían necesario aliarse al estado para su rol de avanzar el nuevo entendimiento del evangelio, el liderazgo de la reforma radical asumía la separación de iglesia y estado.
A raíz de las declaraciones de la diputada Faride Raful y el aluvión de críticas que ha tenido de los sectores cristianos, el buen amigo y pastor Robert Bueno hizo un análisis que he querido compartir con ustedes por la validez histórica que tiene el escrito. Por cuestiones de espacio tuve que reducirlo y publicarlo en dos partes y es en la segunda donde haré mi valoración, mientras tanto les dejo con la de Robert.
Una corriente fuerte de testimonio cristiano ha estado siempre apegada a la perspectiva de Jesús de que no es necesario y ni saludable montarse en la estructura del estado para hacer avanzar la agenda del reino de Dios. El acercamiento a la gracia liberadora de Dios es producto de una militancia cristiana que impacta con su capacidad de permearlo todo con la ética del amor, una vida en el Espíritu y compartir la gracia de Dios con toda la comunidad.
La iglesia militante pre Constantino así lo demostró. Era perseguida pero su testimonio contagió a toda la sociedad. Su vida ejemplar como comunidad de amor y su obediencia absoluta a su único Señor le hizo brillar en medio de la adversidad. No necesitó a Constantino ni la estructura de poder del imperio romano para hacer presencia transformadora en la sociedad de su tiempo. Su palabra era el testimonio de Cristo sembrado en la mente y alma de quienes profesaban un discipulado radical. Es importante recordar que esta iglesia pre Constantino ni siquiera tenía un canon totalmente consensuado, en otras palabras, lo que hoy llamamos “La Biblia” como un canon definitivo.
Después del proceso de “constantinización” de la iglesia, el mundo cristiano cambió, pero no todo el cristianismo estuvo de acuerdo. Un grupo valioso de militantes se resistió y quizás el más relevante fue el movimiento monacal. En todo momento el espíritu de Cristo sobrevivió y pese a las celebraciones y apologías para justificar la alianza de la fe cristiana con el imperio (encabezadas por Eusebio de Cesarea) no todo el mundo se sumó. En el siglo IV también apareció testimonio cristiano que proclamaba que la sola gracia era imprescindible y recordó “al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”.
En el mundo medieval, no todo el mundo se sumó a la “cristiandad”; ese maridaje iglesia y estado fue resistido por cristianos dispuestos a dar testimonio libre de su fe, sin ninguna imposición de estructuras eclesiásticas ni gubernamentales. El testimonio evangélico para ellos tenía que correr al margen de las acciones del Estado.
Pedro Valdo y la comunidad que se fue gestando producto de su trabajo misionero es una evidencia de mis planteamientos. Es imposible dejar de mencionar a Francisco de Asís y la primera generación de sus seguidores, ¡que pasión por ser fieles al testimonio de Jesús y a la Palabra! En los últimos años de la edad medieval un gigante en la compresión de estos temas lo fue Juan Hus. El y los hermanos checos defendieron con su vida la necesidad de que el estado y estructuras eclesiásticas les normaran su fe, resistieron hasta la muerte aliarse con príncipes y gobernantes temporales.
En el advenimiento de la modernidad el tema de la relación iglesia y estado explotó. Todos los movimientos de reforma se expandieron y encontraron un terreno fértil para dar fruto. Es probable que muchos evangélicos solo asocian reforma protestante con Lutero y Calvino; sin embargo, centenares de militantes de Cristo no entendieron la reforma a lo Lutero y Calvino y se sumaron a la tradición de Jesús de separar lo del Cesar de lo Dios.
De esto seguiremos hablando…