México y República Dominicana comparten muchas cosas: la lengua, el espíritu fiestero, los políticos sátrapas y sobre todo, el gusto por el beisbol. En esto último, los caribeños son mejores, baste apuntar que nadie como ellos aporta tantos y tan buenos peloteros a la gran carpa. Ahora bien, ambos tuvieron la ocasión de ver al gran Héctor Espino.
En efecto, en 1976 el jonronero sentía cómo el pegajoso calor de Santo Domingo le ayudaba a acariciar la pelota…a batazos. Dominicana, representada por las Águilas Cibaeñas organizó la Serie del Caribe, en la que también participaban los Tigres de Aragua de Venezuela y los Vaqueros de Bayamón de Puerto Rico.
Aunque en el juego inaugural las Águilas vencieron en extra innings a los Naranjeros, Espino remolcaría 2 de las 3 carreras del equipo mexicano. Aquella fue la única derrota, pues los de Sonora, comandados por Benjamín “Cananea” Reyes, ganaron el torneo, el primero en su tipo para México, además. ¿Necesito añadir quién fue el Jugador Más Valioso?
Aquel 76, fue un año de ensueño: Tribuna y autoridades sonorenses decidieron que el estadio de Hermosillo (inaugurado hacía poco) llevara su nombre. Según las propias palabras del toletero, ese fue el momento más emotivo en su carrera.
Héctor Espino González nació en Chihuahua el 6 de junio de 1939. En aquel tiempo veía a sus hermanos mayores divertirse en un “diamante llanero” cercano a su casa en la colonia Dale. Veinte años después, volvería a su ciudad natal para jugar profesionalmente en con la novena de los Dorados de Chihuahua. Aunque los equipos de sus amores fueron los Sultanes de Monterrey y los Naranjeros, con los que dio la mayoría de sus 753 cuadrangulares (453 en la Liga Mexicana y 310 en la del Pacífico). Setecientos vuelabardas son muchos, demasiados para cualquier liga…
En 1962 llegó a Monterrey y de inmediato ayudó a la novena dirigida por el cubano Clemente “Sungo” Carrera a ganar el campeonato. También se adjudicó el título de Novato del Año. Un poco antes, en el 60, había aterrizado en Sonora. Los Naranjeros se lo reclamaron a su rival de Ciudad Obregón, sin imaginar que contrataban al mejor pelotero de la franquicia.
Su poderío con el bat era impresionante. «Siempre pega de hit, siempre se envasa», decía con envidiosa admiración un fanático de los Tomateros, pues el “Niño Asesino”, como también lo apodaban, ya que ante él no había lanzador que durara, tuvo un porcentaje de arriba de 330 en las 24 temporadas que se cuadró ante el home plate.
Era tan temido que en alguna ocasión le dieron la base por bolas…con todo y casa llena. En la temporada 1972-73, Deacon Jones, el manager de los Mayos de Navojoa ordenó darle la base, ¡qué importaba que las almohadillas estuviesen llenas de naranja!, ¡increíble! Sin embargo, el terror (fundado) le salió muy caro a los Mayos, pues en esa entrada se comieron 4 rayitas y perdieron la serie por barrida, según lo relata Jesús Alberto Rubio.
Si no jugó en las grandes ligas no fue por falta de talento. Según los enterados, cuando fue a probarse en un equipo de triple A de San Antonio, un promotor le jugó chueco con unos contratos simulados. Sin más, Héctor se despidió con un portazo y no quiso saber nada de los gringos (y eso que no le tocó la época fatídica de Donaldo Trump). No obstante, su nombre reluce en el Hall of Fame. En el espacio dedicado a la influencia de los peloteros latinos, se ve la imagen del “Mexican bambino”, como lo llama el cronista John Odell, enfundado en la casaca naranja y con el 21 inmortal en el pecho.
Como en el cuento de Daniel Sada, Cualquier altibajo, en el que dos equipos de los llanos secos de Coahuila se enfrentan interminablemente (debería estar prohibido hacer juegos de ocho, diez o más horas en época de verano, pues son demasiado largos para los espectadores y los mismos peloteros se fastidian a causa del calorón), así fueron los números del Supermán chihuahuense: líder de bateo durante 13 temporadas; jugador más valioso en 6 ocasiones; líder de carreras impulsadas en 8 temporadas; 7 títulos de cuadrangulares (liga del Pacifico)…1573 carreras producidas; 2752 hits; campeón de bateo cinco veces (en el 64, 66, 67, 68 y 73); campeón jonronero en 4 temporadas…todo esto en la Liga Mexicana de verano…
El beisbol « matemática oscura, ballet sin música», como lo bautizó “El Mago” Septién encontró en Espino al mejor toletero mexicano. En estos días, cuando Padres y Dodgers salten al diamante en el Estadio Monterrey, no serán pocos los que rememoren los batazos del chihuahuense.
El 7 de septiembre pasado se cumplieron 20 años de su prematura muerte (tenía 58 años), provocada por un infarto fulminante como una recta. La gente de Hermosillo lo recordó con cariño y volvió a reclamar que la estatua del ídolo haya vagado sin rumbo por las calles calurosas de la capital sonorense… ¿las incompetentes autoridades, sin proponérselo crearon una metáfora?, ¿el monumento, perdido en un bulevar solitario, como la pelota que desaparecía en el graderío, lejos de la barda, en plena eternidad?