Uno pensaría que los imbéciles que se estacionan en el sitio exclusivo para discapacitados, ancianos o mujeres embarazadas, no llegarían hasta los aeropuertos. No me refiero a los que dejan el carro en lugares prohibidos para buscar o dejar gente, sino los que se instalan en la pista misma de los aviones.
No miento, el domingo 24 de julio unos trescientos pasajeros (incluido el que escribe) escuchamos que el capitán de Air Caraïbes, nos decía que el lugar « reservado » para nuestra nave estaba ocupado por un intruso, por tanto no podíamos cumplir el sueño de tocar tierra firme. Pasaron un par de minutos, el capitán, con una voz golpeada por el vuelo interminable, insistió que el avión abusador estaba por irse. Aplicaron el dicho de que la música calma a las fieras y pusieron cancioncitas alegres: una, dos, tres, quince piezas se sucedieron y ninguno de los aviones cambió de lugar…Ese no fue el inicio de un cuento de terror, sino su exitosa culminación.
Cómo me gustaría que el señor De Hostos supiera de nuestro suplicio, cortesía de la aerolínea que dignamente representa en la República Dominicana. Todo comenzó a las ocho de la mañana en el aeropuerto Orly de París, a esa hora, si nos atenemos a lo que indicaban nuestros billetes, ya tendríamos que haber estar surcando el horizonte, pero la realidad es terca y quiso « premiarnos » con una demora de tres horas. Como es habitual en estos casos, las amables chicas de la compañía francesa lo ignoraban todo: los motivos del retraso y la nueva hora de salida. Mientras tanto, la gente contemplaba a traves del vidrio a los « especialistas » manoteando en la cabina. Se les fundió un fusible, se les trabó la palanca de los cambios, me decía tratando de no ver el reloj…
Pese a que el aeropuerto estaba en obras y rebosante de viajeros, todo transcurría tersamente hasta que se apareció el fantasma de la postergación. Orly, toma su nombre del pueblo donde se ubica, está a 14 kilometros del sur de Paris y recibe sobre todo vuelos europeos, nacionales y uno que otro internacional como el divino Air Caraïbes. Tiene una larga historia, pues en 1908, en sus extensas llanuras, se echó a andar el primer aerodromo del mundo.
Luego, incia un periodo militar. Desde sus pistas partían los aviones que luchaban contra los alemanes durante las dos Grandes Guerras y la Marina se sirvió de sus hangares para guardar su arsenal hasta entrados los años cincuenta.
En 1961, con una vocación civil ya consolidada, se inaugura la terminal Sur (aérogare sud), que contaba con unas terrazas colosales donde la gente recibía a los viajeros, incluidos las estrellas del momento como la Bardot o el Belmondo. Ir a Orly a ver los aviones era el plan típico de los domingos de aquella época, había de todo: restaurantes, tiendas, una capilla e incluso un par de cines. Gilbert Bécaud cantaba: « le dimanche à Orly. Sur l’aéroport on voit s’envoler des avions pour tous les pays…j’ai de quoi rêver ».
En 1975, fue testigo de un atentado cuando el terrorista Carlos y su grupo atacaron a bazucazos a un avion israelita. Les falló la puntería y sólo alcanzaron a rasguñar una aeronave yugoslava. A partir de ese momento empieza su declive, pues en el norte acababan de construir otro aeopuerto, el Charles de Gaulle.
Como lo comenté, tres horas esperamos en la sala de embarque…Al mediodía por fin, estabamos todos acomodaditos en nuestros asientos. El capitán se disculpó, fue necesario reparar de último minuto los hornos para calentar la comida. Cómo iban a darnos los platos fríos. Qué excusa tan extraña. Eso sí, durante la espera excesiva nadie nos ofreció ni un mísero vaso de agua, pese a que viajaban ancianos, niños, bebés.
Nueve horas más tarde llegamos a Puerto Principe, los haitianos aplaudían de emoción y se amontonaban en el pasillo. Las azafatas, los regañaron energicamente: « Todos deben permanecer sentados en su…» Iniciaba la última parte del trayecto, lo más duro ya pasó, me consolé candidadamente.
Resulta que este vuelo que sale de París rumbo a Santo Domingo hace una « breve » escala en Haití, donde baja mucha gente y se suben otros tantos que se dirigen de nueva cuenta a Francia…estos menesteres suelen ser tan pesados como el viaje mismo. Hagan de cuenta una guagua trasatlántica, que va parandose en cada esquina del planeta, con el vehiculo atiborrado de personas, maletas, fatiga y calor.
Imaginen cuánto puede tomar hacer bajar unas doscientas personas y luego subir otras tantas. Lo más surrealista tuvo lugar en el aeropuerto de Santo Domingo, donde nuestro avión no encontraba su lugar disponible. Después de las cancioncitas el personal de tierra acercó a la puerta de la nave un « puente », esto es la escalera que debía embonar con la apertura, pero ¡oh sorpresa! Nomás no cuadraba, así que seguíamos adentro con la desesperacion y el cansancio en aumento, mientras que las aeromozas trataban de comunicarse con la gente de afuera mediante gestos incomprensibles a través de la ventanilla de la puerta.
Me sentí en el film de Buñuel, donde los invitados a una cena glamurosa, por alguna extraña razón, no pueden abandonar la casona donde se encuentran. De este lado, las maniobras esteriles parecían no tener fin, a cada tanto la voz del capitán se disculpaba sin convicción. Y si llamamos al Santo el Enmascarado de Plata, pregunté a la chica, él está rete fuerte, en un dos por tres de seguro nos libera…el trayecto de Port-au-Prince a Santo Domigo habrá durado escasos 40 minutos, el descenso el ¿doble?, ¿el triple?
« Al subir al avión, nadie espera ser conducido a tiempo al sitio esperado », ese podría ser el lema de Air Guagua.