Escribo de regreso del funeral de doña Aída — ochenta y siete años, la muerte llega cuando llega — y todavía quedan en mí las palabras de despedida — ¡tan bellas! — de doña Idelissa, su hermana, y de Vinicio, su sobrino.

Y aquí están mis palabras, las que escribí con motivo del acto oficial de designación de la Sala de la Cultura del Teatro Nacional Eduardo Brito con el nombre de Sala Aída Bonnelly de Díaz, el 24 de noviembre de 2011. Sentidas hoy como aquel día.

Por razones familiares, me tocó conocer de niña a doña Aída Bonnelly y, de hecho, fue ella quien de cierta manera orientó lo que sería mi vida musical. Por recomendación de doña Aída, una de sus más brillantes alumnas, la profesora Kyra González de Roca, me inició en el piano. Apenas unos pocos años después, de manera fortuita, me tocó tomar lecciones de piano con doña Aída. En retrospectiva, entiendo que aquellos meses me marcaron profundamente. Corría el año 1973 y apenas estaba inaugurándose el Teatro Nacional. Nunca voy a olvidar las lecciones de los martes en la tarde, cuando atisbaba desde la terraza de la hermosa casa de la familia Díaz-Bonnelly, la llegada del Mercedes Benz gris con la muy temida profesora Aída al volante. Ahora me pregunto si, al llegar a su casa, pasadas ya las tres de la tarde, ella habría almorzado. No lo sé… Solo sé que entraba conmigo directamente a su estudio con el piano Steinway y aquellas lecciones no duraban una hora, podían prolongarse por dos horas y media con toda facilidad. Confieso que más de una vez lloré ante la rigurosidad de la profesora. ¡Ay!, pero el resultado fue un ingreso precoz al Conservatorio y, creo también, una vida ya íntimamente ligada a la música.

Pero debemos empezar por el principio: Aída Bonnelly de Díaz nació en Santiago de los Caballeros el 2 de mayo de 1926, hija del Ingeniero Rafael Bonnelly García y la señora Victoria Peralta. Además de doña Aída, el matrimonio Bonnelly-Peralta solo tuvo otro vástago, la hermana más pequeña y muy querida de doña Aída, su alter ego, doña Idelissa Bonnelly.

Doña Aída se graduó de bachillerato con Primer Honor de su clase en el prestigioso Colegio Luis Muñoz Rivera de Santo Domingo en 1944. Al mismo tiempo, estudiaba piano con la profesora cubano-alemana Manuela Jiménez, cuyo estudio constituía, en aquellos años lejanos donde no existía aun el Conservatorio, un espacio verdadero de aprendizaje de la música, con similar nivel y la disciplina académica de un estudio europeo. Permaneció bajo la tutela de doña Manuela hasta 1945, cuando se marchó a Nueva York para continuar sus estudios de música.

Se diplomó en la legendaria Escuela Juilliard – indiscutiblemente el primero de los Conservatorios en Estados Unidos por aquel entonces — con mención en Piano en 1949, con la profesora Catherine Bacon. Más tarde, entre 1954 y 1955, continuó estudios de especialización en música y piano en París, con el profesor Harry Cox.

Al regresar de Juilliard, la joven pianista Aída Bonnelly tocó numerosos recitales públicos en el país. Además, se inició en la enseñanza del piano: privadamente, congregó un gran número de discípulas que luego pasarían con ella al Conservatorio, al ser nombrada Directora del Departamento de Piano de esa institución, entre 1955 y 1961. Varias de aquellas discípulas llegarían a convertirse con posterioridad en profesoras del mismo Conservatorio. Durante aquellos años, la joven profesora impartió también clases de historia de la música.

En 1955, ocurrió un acontecimiento trascendental en la vida de doña Aída: contrajo nupcias con el escritor y abogado Virgilio Díaz Grullón. De ese matrimonio, muy estable y feliz, nacieron sus dos hijos: Victoria y Virgilio Díaz Bonnelly. Doña Aída y don Virgilio formaron una pareja ejemplar y de pasiones comunes, aunque no la de la música, ámbito exclusivo de ella.

La turbulenta década de los 60 vio a la joven familia Díaz-Bonnelly viviendo en la ciudad de Washington, en los Estados Unidos. Mientras don Virgilio cumplía con una posición de trabajo en el Banco Interamericano de Desarrollo, doña Aída aprovechó, entre 1962 y 1967, para realizar cursos de Post-grado en la Universidad Católica de Washington y además cursos de piano con el eminente profesor Emerson Meyers.

A partir de 1971, la familia retorna a la República Dominicana. Es en ese momento que Doña Aída empieza a escribir crítica musical y artículos de temas culturales diversos para el Listín Diario.

Y, por supuesto, el 9 de agosto de 1973, Aída Bonnelly de Díaz recibió la designación de Co-Directora Artística del Teatro Nacional, solo días antes de su inauguración. Esta primera etapa de doña Aída al frente del Teatro Nacional terminó en 1978.

En 1979, fue Directora de la Sección de Música de la Biblioteca Nacional.

Nuevamente, desde 1980 a 1983, ocupó ya sola la Dirección Artística del Teatro Nacional. Fue en esta segunda etapa y con el interés de promover un número cada vez mayor de presentaciones para todos los públicos en el Teatro, cuando creó esta funcional sala que ella misma llamó "de la Cultura" y que hoy lleva su nombre. Mientras tanto, dedicó la Sala Ravelo exclusivamente a las presentaciones teatrales que organizó en temporadas.

Finalmente, el 7 de septiembre de 1987, fue por tercera y última vez designada Directora Artística del Teatro Nacional — fue justamente durante ese periodo que tuve el privilegio de acompañarla como su asistente en la Dirección Artística. Renunció al cabo de tres años, en 1990, decidida a retirarse, quizás prematuramente, a tocar el piano, enseñar música, escribir artículos y nuevos libros, además de ofrecer charlas de apreciación musical.

Doña Aída es una autora destacada, con varios libros publicados y más de 1700 artículos, en el Listín Diario en su mayoría. Sus obras principales son: En Torno a la Música; Testimonios del Canto y las Palabras; Variaciones; y varios libros de literatura infantil.

Las cualidades que han adornado la vida y la obra de doña Aída son numerosísimas, pero debemos destacar, primero, una reciedumbre moral a toda prueba; la disciplina y dedicación al trabajo unidas a un acentuado sentido del deber; su amor y compromiso con los valores dominicanos; su lealtad, generosidad sin límites y el trato humano cálido y profundo, de amistades largas y auténticas; y, por último, un sentido práctico de la vida que, según ella misma, había heredado de su padre, don Fello.

Ella amó profundamente este Teatro Nacional y supo dirigirlo con dignidad e inteligencia, preocupada siempre por atraer nuevos públicos y ofrecer una variada y asequible programación de calidad adaptada a nuestro ambiente. Abrió las puertas del Teatro a jóvenes y talentosos artistas dominicanos de la música, el teatro, la danza. Impulsó la creación artística — no olvidamos que la Fantasía Merengue del Maestro José Antonio Molina, hoy director de la Sinfónica, fue una comisión de doña Aída para el aniversario del Teatro Nacional del año 1989.

La Sala Aída Bonnelly de Díaz ha llenado y continúa llenando un cometido admirable, sirviendo de acogedor espacio para recitales y conciertos de pequeños grupos de cámara; charlas, cursos, clases magistrales y eventos varios; incluso ha sido usada para cierto tipo de obras teatrales. ¡Cuán acertada y justa ha sido la decisión de nombrar esta sala con el nombre de doña Aída!

Antes de terminar, deseo expresar mi agradecimiento más sincero y profundo al Maestro Julio De Windt, adalid de las mejores causas con total desinterés. Agradezco por haberme hecho recordar y reflexionar en torno a la figura ejemplar de doña Aída, porque a final de cuentas me encontré con aquella niñita asustada antes de la lección de piano que halló EN TORNO A LA MÚSICA el sentido absoluto de su existencia.