Ahora es fácil. Hace más de quince años, en uno de mis tantos periplos, debí ubicar un lugar particular dónde llevar a un crew de Discovery Chanel de su sección “Viajeros”, y alguien me dio el dato del salto que hoy se llama Socoa. Salto que embellece la accidentada orografía de las cercanías de Los Haitises, en Monte Plata. No, no fue nada fácil entonces, y en algún momento temí por aquellos “intrépidos aventureros” cargados de cámara y trípodes, porque llegar allí era una aventura de la vida real.
Ellos habían venido a “pasarla bien” y a hacer un “especial”, durante uno de los tantos Festivales del Merengue que, entonces, eran muy exitosos y gozados por miles de turistas y de nacionales. A mí me tocó, guía turístico nacional a la sazón, armarles ese programa. Pero esa es otra historia. Esta se refiere a los largos años de búsqueda de aquél mítico lugar donde les había llevado. Dicho sea de paso y a pesar de los múltiples obstáculos, resultó ser muy celebrada parte de la gira.
Nunca más recordé (y mire que la busqué, así de mucho había quedado impresionado con el lugar) la intrincada ruta por la cual habíamos llegado al salto. Que llevaba el nombre, para la época que cuento, de un lugareño que había perdido la vida en sus abismales profundidades. Hoy, y ni siquiera sé desde cuando, toma el nombre, he de admitir más apropiado, del río que lo forma. Digo salto y debo inmediatamente aclarar que no es uno solo. Lo accidentado del suelo montañoso de la zona (recuerde las montañas de los Haitíses) forman el salto mayor y su profunda piscina y luego una serie de siete otros pequeños saltos no menos impresionantes y sabrosos para el baño.
Soy de pueblo, por lo tanto de agua dulce, aprecio los baños de aguas cristalinas y frías recién brotadas de las montañas. Así que me bañé en todos, dejándome empujar por la corriente de uno a otro. Moretones y raspillones incluidos. Sin remedio ni remordimiento, me dejé llevar por los recuerdos de mi infancia sanjuanera y los cientos de veces que recorrí el cause de río San Juan en tubo de camión.
Mi búsqueda ha llegado a su final, ya sé dónde está y cómo llegar, y ya he vuelto. Felizmente, es uno de esos lugares que hacen quedar chiquita tu imaginación. Luego de años de haber estado allí, uno termina pensando que a lo mejor exagera, inventa. Aproveché mi participación en la recién finalizada versión de la Muestra de Cultura Cimarrona de Monte Plata, para indagar hasta finalmente reencontrarme con ese portento de la naturaleza. No fue fácil esta vez tampoco, alguien, la dama dueña del hotel donde nos quedamos, me describió el salto Socoa, y ya no tuve dudas, a pesar de que el nombre no correspondía con el de mis recuerdos. Pero, fue mucho mejor en su descripción y las razones por la que no le gustaba ir “tiene muchas piedras” que en las direcciones que nos dio para llegar. Terminamos en un camino de tierra y lodo donde quedamos “enchivaos” hasta que, esta gente nuestra, ese don de servir, nos lograron “desenchivar” un grupo numeroso de campesinos. Ellos mismos nos corrigieron la ruta, en medio de muchas risas “por aquí iban a llegar a Samaná”.
Y ahora es fácil, muy fácil. Tanto que da cierta rabia no haberlo sabido antes. Carretera nueva hacia Samaná, a diez o quince kilómetros del cruce de Monte Plata, a la derecha, se encuentra un letrero de buen tamaña que marca el lugar: Salto Socoa. De ahí en adelante son cinco minutos. Muy civilizado todo, te cobran la entrada y el parqueo y te venden la comida o bebida de tu gusto. Si quieres evitar los abusivos peajes de la carretera nueva de Samaná, tome ruta de Monte Plata, por Villa Mella, y luego de llegar, empalme con dicha carretera hacia la izquierda. Si tienes buen vehículo, los campesinos dueños de los terrenos donde se encuentra el salto, han hecho un camino apropiado para vehículos de buen calaje que lleva casi al borde del río. Eso sí, y casi por suerte, nadie nos evita la caminata cuesta abajo para llegar al salto.
Pero ya es fácil, muy fácil. Antes, recuerdo bien, esa caminata era realmente peligrosa, resbalosa y, en más de una ocasión, tuvimos que bajar de nalgas para no caer a la hondonada con todo y equipos. Hoy, tiene barandillas y escalones. Aproveche y no se pierda una de nuestras grandes bellezas. Yo, he de volver, con muchachos al hombro y todo. Me cuenta Bianca, la hija de la cocinera, que la gente del lugar ya no va al salto si no a una parte más lejana del río donde los charcos, dice ella, son una total delicia. Eso hay que verlo, porque si son mejores que estos, hay que verlos. Sobretodo porque no hay escaleras ni barandillas, ni carreteras donde lleguen los carros, ni nadie que te cobre el parqueo mientras suena una bachata a mil.