Cuando en mayo de 2018 se nombró al saliente Ministro de Cultura, todo el sector cultural del país sintió que podría ocurrir algo en ese estamento. Pues ese perfil de funcionario se adaptaba muy bien a las necesidades que se han requerido, y así cubrir los baches que había dejado el anterior incumbente; que a su vez debió resolver los que le dejaron. Por lo visto, lo de cultura no se trata de un nombre ni una persona de moda, sino más bien de la visión general del estado con respecto al intangible que debe preservar el país.
Para cada célula del movimiento cultural, su área es la de mayor protagonismo y en esa medida procura sus reclamos. Poetas y escritores van por su “Feria Internacional del Libro”, los actores con su “Festival de Teatro”, los músicos con la “Temporada Sinfónica”, entre otros. Pero sin dudas, en el segmento de las artes visuales es donde se da un considerable sectarismo, multiplicándose los micro grupos, todos por conquistar la atención del ministerio con respecto a la Bienal Nacional de Artes Visuales. La situación que genera una gran pregunta: ¿Con cuántos grupos o colectivos se salva el arte dominicano?
Ante la llegada de cada bienal surge un grupo, que por consecuencia busca “salvar el evento”, con articulaciones, ideas y utopías muchas veces manoseadas sobre apertura, reforma, cambios, internacionalización, nulidad de categorías; y una serie de puntos que parecieran reciclarse con nuevos términos para cada edición. Sin embargo, ante el retraso de 5 años en la celebración de este evento, la resiliencia ha sido lo único que ha podido sobreponerse al idealismo político grupal.
Luego de agotar un ciclo partidista, copado de incapacidad gerencial, es evidente que todavía no estamos conscientes de que la sensibilidad colectiva debe enfocarse en objetivos puntuales, al margen de todos los salvadores que se enlistan en procura de un nombramiento. De que en este nuevo proceso de política cultural es necesario un ministerio de cultura sin botellas, ni programas mediocres para postular proyectos de media ejecución que no terminan en nada. Tampoco la fabricación de maniquíes de mal gusto pretendiendo ser esculturas, y que en todos los casos solo han logrado el rechazo generalizado.
La deuda estatal con la comunidad artística nacional es vasta, pero existen visiones compartidas, orientadas a un nuevo modelo de gestión cultural -público privada- donde participen de manera conjunta y fiscalizadora como una manera de documentar y analizar los constantes procesos socioculturales que resulten en nuevos aprendizajes junto a la capacitación de los servidores culturales.
Del mismo modo, como parte de la política gubernamental, todas las instituciones culturales deberían contemplar una figura representativa, independiente al orden jerárquico que reúna las capacidades pertinentes para que su gestión sea eficiente en el intercambio interinstitucional y el desarrollo del sector.