“¡Santos Reyes Benditos, ayúdennos con estos muchachitos! ¡Help us, carijo!”
Así imploraba Carmela Puig todos los días de la semana a las nueve de la mañana.
“Yo querer Melchor bring me un pony” – decía Jacinto en perfecto Spanglish.
“Y yo Gaspar traer una bicicletica”- coreaba José Luís, el más chiquito, mientras ambos metían un montoncito de yerba y un pocillo de agua fresca debajo de la cama.
“Reyecitos, reyecitos, no sean este año tan malitos”- imploraban los dos diablitos mientras incluían una esquelita junto a la yerba seca para que los Reyes se acordaran de ellos.
"Yo good boy siendo all year" escribía Jacinto.
”Me the same"- balbuceaba el hermanito, que era el retrato vivo de Danielito el Travieso, pelirrojo, pecoso y revejío.
“¿Cómo enseñar vamos a estos diablitos que la vida no siendo lo que ellos pensar siempre?”- indagó el marido de Carmela Puig, Caralampio Quezada Balmaceda de Los Santos, rascándose la testa como un escarabajo tuerto.
Jacinto era un optimista empedernido para quien todo parecía color de rosa. José Luis, sin embargo, era un sin vergüencita crónico. Siempre estaba lloriqueando porque, según él, la vida era una gran injusticia. Se venía al mundo a pagar las verdes y las maduras. Palo si boga y palo si no boga, ese era su lema. "Life is the perfect valley of tears" (la vida es un perfecto valle de lágrimas)-decía.
"El agua ser para ustedes y la yerbita para los camellitos" escribió José Luis, como un diplomático latinoamericano ante el Fondo Monetario.
"Eso sí", añadió, "no me vayan a fallar… ¿eh? Si lo hacen no poner yerbita más never.” “En su lugar encontrar botellita de romo lava-gallo barato que les quemará el galillo a los tres y pondrá turulatos a esos camellitos del carajo". Ahí siempre le salía el diablito a José Luis.
“La vida es el producto de lo que pensamos”- filosofaba en alta voz don Caralampio Quezada Balmaceda.
“Yes, you are right, my dear”- ripostaba Carmela Puig en puro spanglish. ”Neither too little nor too much" (Ni muy mucho ni muy poquito). Traducía la frase al inglés para que la escuchara todo el vecindario. Ambos habían crecido en Queens y su segundo idioma había sido el inglés macarrónico de Astoria.
“What is your point, my dear?”- Indagó Carmela Puig inquisitiva.
“My point is that these diablitos are both loquitos (mi punto es que estos muchachitos están turulatos)-respondió su marido machacando la lengua de Shakespeare, pues lo de ellos se había convertido en un desafío lingüístico desde que retornaron al país, como sucede con muchas parejas hispanas que se sienten a menos cuando parlan en pañol. Habían dejado de ser “dominicanos ausentes” para convertirse en dos nostálgicos “Dominican-yorks”.