En el siglo VIII un joven monje budista le preguntó a su guía espiritual: “maestro, ¿ha envejecido su corazón a la par de su cuerpo?”, y el sabio respondió: “¡Ah, mi tonto corazón!”.
Una canción con el mismo título dentro de los cánticos budistas, dice: “¡Ah, mi tonto corazón, por qué sollozas, te lanzas siempre con tanto ímpetu a las cosas, y luego lloras para dormirte, mi tonto corazón, cuándo aprenderás!”, significando que el corazón no envejece… ni aprende… Es la razón la que madura, el carácter; pero el corazón en su impetuosidad sigue igual.
Muestras testimoniales son los artistas, compositores, cantantes, que en su creación, ya entrados en edad (Picasso, Da Vinci, Agustín Lara, Dalí, Sinatra, Celia Cruz… entre cientos), trabajan plasmando en sus quehaceres las mismas emociones de cuando eran jóvenes.
Inclusive en las cosas del amor, el corazón sigue igual de tonto, se entrega, se alegra, se entristece, se rompe… como si fuera su dueño o dueña un adolescente. ¿No te ha pasado?