Mi llegada a Chicago coincidió con la escritura de mi propuesta de tesis. Como estaba entre libros en cuanto a mi labor narrativa se refiere, me tenía montado un performance de
investigación llamado Antípoda, que como El hombre triángulo y Ciudadano Cero, era un trabajo de mima corporal y poesía que se presentaba de manera itinerante. Esas exposiciones al público terminaban complementando el proyecto, otorgando una visión y sabor característicos a medida que la pieza iba evolucionando. Cabe decir que me presenté con Antípoda en varios lugares de Chicago, pero debo destacar que el performance entró en su etapa de madurez sobre las tablas del Teatro Aguijón.
La primera vez que visité el local de la Laramie ellos presentaban la obra Soldaderas. Quedé de inmediato prendado del breve espacio, la coqueta sala, y el túnel subterráneo que guarda la oficina, la cocina, la sala de estar y los vestidores. Todo eso es en cuanto a lo físico, que tiene lo suyo. En cuanto a la metáfora, no exagero cuando digo que sentí muy viva la llama de la magia del teatro, de la intimidad que el trabajo en equipo de una compañía representa. Al igual que hice con la revista Contratiempo, me integré de inmediato a colaborar con el Teatro Aguijón, que es sin lugar a dudas una institución artística en este medioeste de los estados juntos. Es insitución, sí, pero también línea última de defensa ante el desolador estado de la cultura en este tiempo de abuso social y pugilateo.
Tengo la dicha de sentirme parte de esta familia, y como buen hijo del rebaño, les deseo que cumplan muchos años más y que yo esté cerca para disfrutarlos. Abrazo con orgullo a Rosario, a Marcela, a Augusto y a todos los miembros de este inmenso espacio. ¡Y que viva el Teatro Aguijón!