De lectura y reflexión obligadas, como ejercicio de vital interés, debiera ser la columna que bajo el título de Consultorio Ecológico publica el matutino Hoy a la firma del experto ambientalista Eleuterio Martínez, más en estos tiempos en que la sequía se deja sentir con fuerza afectando tanto el suministro del preciado líquido para consumo humano, como provocando serios daños a la agricultura y la ganadería.
La de hoy se refiere a la Seguridad Hídrica que el autor resume para el caso de nuestro país en estos elementos: disponibilidad de agua en volúmenes y calidad suficientes para la satisfacción de las necesidades básicas de la población, a saber consumo directo para la higiene personal y del hogar, salud y actividades relacionadas, a la que suma la requerida para la producción de alimentos, el desarrollo pecuario, industrial y turístico así como la minería; la sanidad e higiene urbana; la generación de electricidad y el caudal ecológico indispensable para garantizar los eco sistemas y los bosques de galería de los principales ríos con que cuenta el país.
¿Dispone nuestro país de agua suficiente para lograr la seguridad hídrica? La respuesta del autor es categóricamente positiva, afirmando que podemos producir la cantidad de agua necesaria y con la calidad requerida para ello. Su opinión está avalada por la experiencia práctica y el trabajo de campo de muchos años que conforman su currículo profesional.
Pero… ¿estamos haciendo lo suficiente para alcanzar la seguridad hídrica que contribuya a que podamos disfrutar niveles de progreso y bienestar y sobre todo garantizar que siempre dispondremos de ese vital recurso que es el agua sin el cual es imposible la vida en el planeta? El ingeniero Martínez advierte que para ello será necesario que sepamos donde están las fuentes productoras de agua, la celosa protección de las mismas y la conservación de los bosques.
Ciertamente es al gobierno al que corresponde la responsabilidad de trazar la estrategia que permita identificar y preservar nuestras fuentes productoras de agua y ejecutar acciones tendentes a evitar que, como al presente, en vez de disponer de reservorios en cantidad suficiente que permitan su conservación, la mayor parte del agua que producimos se pierda en el mar o en el subsuelo, como un bien irrecuperable. Y a la luz de esta realidad, carece de toda justificación que en el Congreso de la República, desde hace más de veinte años, se encuentre estancada la necesaria Ley de Agua, cada vez más apremiada de ser conocida y aprobada ante el inexorable avance del cambio climático.
En cuanto al común de la gente, o sea, a la gran mayoría de la población la importancia del tema le resulta extraño o ajeno, y posiblemente no le despierta mayor interés, salvo cuando la sequía limita la llegada de agua a sus hogares. La razón es muy simple: aceptamos la existencia y hacemos uso del agua en forma mecánica, las más de las veces gastándola de manera dispendiosa, sin poner mente en cómo se produce y de donde proviene. Y al considerar que es un bien inagotable tampoco tomamos conciencia de la necesidad de hacer un uso racional de la misma, ni de las medidas que es preciso adoptar para garantizar su durabilidad. De ahí, la necesidad de insistir en evitar todo derroche y gasto innecesario.
Porque el agua no tiene certificado de eternidad. De hecho la producción de agua potable a nivel mundial se ha ido reduciendo en la medida en que sobre todo la explotación irracional a que hemos sometido el planeta tierra ha ido limitando cada vez más su existencia. Y si el petróleo dispone de sustituto como fuente de energía, el agua en cambio es insustituible.