Hace una semana presencie el espectáculo moral de un grupo de figuras influyentes de República Dominicana que bajo los principios de la argumentación formalizada del lenguaje, ejercían como "libres pensadores" de la democracia liberal. Todo discurrió feliz. La  ciudadanía requisada por tantos soliloquios permanentes se "empodero" con un personaje central, a  pesar de la falacia perpetua de nuestra ya amarillenta morada. En fin reputaron y respaldaron las narraciones de la diversidad, bajo las fornidas arboledas del Jardín Botánico Nacional.

Que grato fue para el Estado dominicano reunirlos de nuevo para escuchar los  viejos y gastados discursos de solicitudes añejas que nunca toman en cuenta. Cuanto agradecimiento tiene la oficialía morada que está atravesada, por la no disposición del Fondo Monetario Internacional de aceptarles nuevos plazos por violación de promesas. Se les secan, las horas buenas, por eso es notoria la alegría dentro del ágora, ya que estos discursos acabarán en los archivos históricos y en sus relevantes citas textuales en los areópagos citadinos o internacionales.

Hoy  lo nombran,  los acuerdos de Santo Domingo. Pero ya nadie se traga el cuento. Asumidas están las dispensas, los acuerdos,  las revisiones, la condicionalidad de la historia, las promesas electorales, los endeudamientos impagables, las seis líneas nuevas del metro, los ya "legales" robos del erario público, o la tan aclamada  reformas del Estado.

¿Volver al ágora? o a la falsa ilusión del discurso del otro. Es parte de una vieja historia que fortalece, la persistencia de ciertas élites intelectuales de seguir con estos juegos del lenguaje. No obstante, es interesante observar, la dinámica social que perpetúa la agónica razón. Hoy  patrimonio  vocacional  de una ciudadanía que todavía cavila sobre la autonomía del pensamiento  occidental. Cuan austero se veían debatiendo los problemas nacionales y que envidiable racionalidad, mientras los otros, los pobres, "los sobrinos de Rameau", batallan en los barrios con cuchillos y pólvora por los espacios del cartel o las citaciones rosas que las prudentes trabajadoras sexuales acunan para sofocar la fuerza de la virilidad.

¿Apoyan  el discurso del otro?, no me lo creo. La democracia es un terraplén endeble que cualquier agüita, licua.  Ni la vieja escuela de Fráncfort con las diligentes reflexiones de  Adorno y su  apoyo irrestricto a la aceptación de un pensamiento colectivo justifican esta reunión de notables.  Como base, su dialéctica negativa considera como no posible, una total conceptualización de la realidad, ni mucho menos, sin aquellos discursos y acciones que Foucault llama  "lo de la alteridad".

Ya nadie cree que lo comunicacional basta para formular cambios. Para la escisión, la razón argumentativa  de las élites no es necesaria. Tiene que aparecer los otros discursos y  acciones desgarradas que no van a responde al  ágora. Se distinguen, porque no  conseguirán ser confinados o encerrados, pues  emergen como la sombra. Algunos lo sitúan con el "ente social y moral" que se levanta día a día, sin saber si almorzará, o refieren que se trata de un comediante que está mejor dotado de pulmones para hacerse oír.

En fin, pueden ser aquellos que aparentemente justifican la libertad de los enriquecidos o los que refractan los principios de razón y que de cuando en cuando, aflora su lucidez e irrumpen con nuevos criterios éticos. A decir de un modernita como Diderot,  la presencia desgarrada se abre paso y no necesita de nuestras argumentaciones éticas.