Estamos en tiempos democráticos, si se entiende por ello que se ha ampliado el número de personas que pueden expresar sus pareces sobre todo lo humano y divino, sin grandes cortapisas, si se vive en lugares donde llega la electricidad y dispones de una cantidad de dinero suficiente, para tener acceso o poseer una computadora o un “smartphone”.
Eso no necesariamente significa que porque un mayor número se expresen y lo que digan pueda llegar a quien quiera verlo, escucharlo o leerlo, la calidad de la información sea ahora mejor. Antes, por ejemplo, en los diarios y revistas (aparte de la exclusión por pensamiento político o la línea editorial del medio), se contrataba para escribir sobre diferentes temas a quienes se les atribuía conocimientos en dicha materia o capacidad analítica.
Hoy eso ha cambiado, hay diarios y revistas digitales dónde su política es que surjan” mil flores”, es decir, que casi cualquiera que envíe un artículo o exprese una opinión, se le publica, sin distinguir si el que escribe es un conocedor, ha estudiado sobre lo que escribe, o está diciendo sandeces. Esto favorece que broten flores que de otro modo no hubiéramos visto, si bien como suele ser normal en la naturaleza, por cada flor broten a su lado decenas de malas hierbas. Ese es el precio a pagar por el populismo informativo, que prevalezca la cantidad sobre la calidad.
Si añadimos a diarios y revistas, los blogs, las redes sociales, los canales, etc., nos encontramos con una diversidad tal que cualquier modalidad de la expresión, de la opinión, de las habilidades e incluso de las formas y cuerpos, se exhiban en el espacio público virtual. Casi nada queda oculto. Casi todo se va a difundir.
Lo curioso es que junto a esto que se puede denominar ampliación global del ágora se ha dado otro fenómeno, la preponderancia de una actitud dónde se le da una importancia desmedida a lograr una aceptación en dicho espacio. La sociedad del espectáculo digital busca la aprobación, el “me gusta”, el hacerse seguidor de alguien que exhibe su vida sexual, su vulgaridad, sus chistes, sus bailes, junto a aquellos que comentan juegos digitales, ser erigen en gurús de comida sana, de cuidados de belleza, dan consejos psicológicos, y un largo etc.
Quienes logran popularidad y alcanzan centenas de miles de seguidores o millones, se convierten en “celebridades” y pueden por ello obtener miles de dólares o euros y una ínfima minoría llegar a ingresar por “derechos comerciales publicitarios” millones de dólares anuales.
En España unos cuantos de estas celebridades de las redes sociales se han rebelado contra los impuestos sobre las rentas o ingresos que perciben y han decidido mudarse, cambiar su residencia legal, irse de España, y para tener todas las ventajas a su favor, se han marchado al paraíso fiscal de Andorra, enclavado entre Cataluña y Francia. De esa manera están cerca para disfrutar del modo de vida español y tener los beneficios fiscales de Andorra.
Esta forma de actuar nos viene a demostrar que cualquiera que sea la manera en que una persona se hace rica, vendiendo o blanqueando el dinero de la droga, traficando con personas a través de las migraciones irregulares o del tráfico de blancas, creando empresas que han tenido éxito, en la industria, agro, comercio o servicios, escribiendo libros que son bestsellers, defraudando al Estado con contratos onerosos para la población del país que sea, o simplemente con apropiación indebida, sobornos y cobro por contratos públicos, querrán asegurarse mantener su nivel privilegiado de vida para él y sus descendientes, poniendo su fortuna a buen resguardo.
Si eso ocurre en países con gran estabilidad política y en un ámbito seguro en cuanto a seguridad jurídica, con estados que tratan de asegurar en medida variable un Estado de Bienestar; en aquellos dónde hay que tener en cuenta las fluctuaciones políticas, dónde los conflictos sociales pueden llevar a cambios bruscos de la situación económica y dónde la seguridad jurídica es más una aspiración que una realidad, aunque tengan la gran ventaja de tener sistema fiscales con imposición baja y fácil de hacer evasiones o elusiones fiscales, el temor que caracteriza a los tenedores de grandes sumas de dinero, los lleva a buscar la “protección” en los paraísos fiscales.
Hacerlo es insolidario, es éticamente criticable y es estéticamente algo “feo”. Sobre todo si uno está obligado por la función que desempeña a dar lecciones en contrario. Pero para quienes no nos guiamos por análisis metafísicos idealistas sino apegados a la realidad cruda y dura de los hechos sociales y analizamos la sociedad en función de las contradicciones existentes en la vida social, sabemos que las explicaciones pertinentes deben hacerse teniendo en consideración las categorías sociales y que lo personal es accidental.
Es decir, el comportamiento esperado como categoría social de un capitalista es que sus acciones sociales respondan al modus operandis de un capitalista y que no lo haga así es lo incongruente, lo extraño, lo raro. Como raro, extraño, incongruente es que los asalariados y los más pobres – en contra de sus intereses-, voten y sigan a políticos y erijan en líderes, a quienes la lógica social impele a defender sus intereses privados antes que el bien común. Pero ya sabemos, hay quienes niegan la ley de la gravedad mientras ven caer una fruta de un árbol.