Andres Morillo Martínez 

Agradezco a Rafael Álvarez permitirme disponer de su espacio de reflexiones y sueños y dejarme abiertas las puertas para manifestar estas ideas que me inquietan desde mi reciente viaje a R.D. Los conceptos e ideas que expreso en este artículo son de mi responsabilidad.

Uno de los mayores aprendizajes que he tenido al viajar e interactuar con personas de distintos países del mundo ha sido conocerme más como un ente sociocultural producto de una realidad isleña, caribeña, afrodescendiente y afrodominicana. Entender cómo me “ve” el otro, al que tanto queremos parecernos (“el blanco”); y comprender como me “ve” al que tanto negamos (“el negro”).

Para resumir, en mi experiencia ese otro al que tanto queremos parecernos me “ve” como algo muy distante a él, con idiosincracia, visión de vida y de su realidad muy distinta a como la vemos nosotros, con comportamientos muy distintos a la hora de enfrentar sus realidades, que mira con devoción y envidia nuestra forma de interactuar con nuestro cuerpo, que admiran nuestras luchas sociales y que le llena de curiosidad nuestro “pelo afro”; y ese otro al que tanto negamos nos “ve” como algo culturalmente cercano a él, que se presenta con la apertura de la solidaridad de hermandad, que conoce a profundidad lo que es llevar un color distinto, que culturalmente le apasiona el ritmo, el tambor; y las alegrías y tristezas las viven casi de la misma manera que las vive un campesino del Cibao adentro o un campesino del Sur profundo en la República Dominicana.

Al pisar suelo dominicano e interactuar con familiares, amigos, conocidos, ver programas de televisión, anuncios publicitarios, difusión de prototipos de bellezas, y participar en espacios de sociabilidad, he tenido que enfrentar la triste realidad (algo que no es nuevo ni que tampoco lo desconocía) de convivir con una sociedad desconocedora de sí misma, con patrones de comportamientos discriminatorios, con una población negadora de una identidad afrodescendiente muy presente en su cotidianidad, una identidad que está a la vista de todos; me he encontrado con una sociedad imposible de reconocer la compleja composición etnicocultural en la que vive, donde se difunde un prototipo de identidad alejado de lo que somos, donde se difunde un lenguaje institucioanalizado de discriminación, negación y ocultamiento de lo “afro”.

Es muy notable que la mayoría de las mujeres dominicanas se “alisen” el pelo desde muy temprana edad y así “tener el pelo lasio” como una forma de buscar aceptación social, ya que los cánones dentro de la sociedad dominicana no “ve bien que una mujer ande con la greña desalvorotada”. Un estudio antropológico que visualiza mediante el negocio de los salones de “belleza”, presentado por el FONDOMICRO titulado “Pelo bueno, pelo malo” expone el componente conflictivo de la identidad afro en los dominicanos y el sistemático comportamiento de ocultarlo. Por otro lado, los hombres se recortan todo su pelo, lo más bajo posible para no llevar “la greña” y tener la aceptación social que exigen los cánones de belleza y prototipos de identidad nacional “hispanoheredada” o “europeizada” que se difunden. Nosotros como pueblo somos más que ese tipo de identidad, una configuración étnico-cultural propia, compleja y diversa, pero con un componente afroheredado bien claro producto del proceso histórico social que todavía debemos seguir descubriendo.

Pero de esto seguiremos conversando la próxima semana.

El autor es historiador, está cursando una maestría en Antropología Social y un doctorado en Historia Latinoamericana en España, pero actualmente vive en Argentina.

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