Desde hace ya algunos años mis ex alumnos – o discípulos? – de la Escuela de ingenieros agrónomos de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) siempre me invitan a los encuentros que sus promociones realizan a todo lo largo y ancho de la geografía nacional, solicitud que acepto con agrado al ofrecerme la posibilidad, entre otras, de observar la influencia que el tiempo y las circunstancias tienen en la vida corporal y espiritual de los asistentes.

El pasado domingo día 3 de abril 2016 la III Promoción – Menciones celebró en el club de la Hermandad de pensionados de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional sito en la ciudad capital, su primer encuentro luego de transcurrir aproximadamente unas tres décadas de su egreso del Alma Mater registrándose la mayor concurrencia a este tipo de eventos incluyendo cuatro miembros que expresamente vinieron del extranjero para acompañar a sus ex –compañeros de pupitre.

Aunque la mayoría de ellos lo ignoraba ese día la iglesia católica celebraba la fiesta de la Divina Misericordia – es el domingo siguiente al de la Resurrección – que de acuerdo a la doctrina quien se confiese y comulgue ese día recibirá el perdón sus pecados.  Como cada uno de los egresados testimonió una anécdota en su auto presentación, que en principio era desconocida por los demás, mediante esa pública confidencia  todos sin excepción obtuvieron el perdón encontrándose entonces libres de pecado.

Hice mi aparición al evento alrededor del mediodía con la mala suerte de querer ingresar al salón de actividades por una puerta velada.  Al tener que dar la vuelta y entrar por donde debía fui acogido por un cerrado y prolongado aplauso por parte de los asistentes lo cual me revelaba dos cosas: que a pesar de haberlos reprendido, reconvenido y hasta escarnecido en clase, no albergaban rencor alguno hacia mi persona y segundo, que el respeto es un sentimiento que identifica muy bien la relación estudiante / profesor.

Al situarme detrás de casi todos los presentes advertí que si bien la calvicie  no ha despoblado sus cabezas la canicie ha realizado grandes avances en la mayoría de los egresados, y esta capilar blancura les procuraba una dignidad, una distinción de la cual carecían cuando estaban en la aulas universitarias, y está extendida albura denunciaba además que muy pocos de ellos habían sucumbido al cosmético uso de tintes o peluquines para recuperar una juventud irremediablemente ya perdida.

El futuro y los avances de una carrera universitaria siempre estará en manos de los profesionales que no intentan emular a pie juntillas a sus docentes sino a superarlos, aventajarlos en fin apuñalarlos

Resulté personalmente impactado por el hecho de que los alumnos recuerdan cosas dichas por el profesor que éste hace tiempo olvidó, pues al momento de las autopresentaciones donde cada uno debía referir una o dos anécdotas de cuando eran estudiantes, resultó de mi particular complacencia escuchar cosas que les había dicho en aquella época pero que cuando fueron proferidas no les había concedido importancia y en caso de tenerla estaban por completo desatendidas, preteridas.

Con respecto a esto último debo indicar que los profesores deben ser muy escrupulosos al dirigirse a sus estudiantes tanto cuando le preguntan algo como durante el ejercicio de su magisterio, y es por esto que recurrir al silencio cuando no se está seguro de responderles adecuadamente es preferible a contestarles si se carece de la certeza apropiada.  El apodo peyorativo de muchos profesores a veces deriva de alumnos que han descubierto respuestas erradas de los primeros a las interrogantes planteadas.

Fue notable el generalizado caso de que los egresados presentes reconocieran  los esfuerzos y empeños de sus enseñantes en al adquisición de la formación profesional que tenían.   No obstante, el autor de esta  crónica es partidario de que los mejores estudiantes son aquellos que una vez graduados apuñalan a sus maestros – simbólicamente hablando – es decir, que  aunque fueran sus alumnos dejan de ser sus discípulos en el sentido de  no seguir  al pie de la letra, los conocimientos transmitidos.

El futuro y los avances de una carrera universitaria siempre estará en manos de los profesionales que no intentan emular a pie juntillas a sus docentes sino a superarlos, aventajarlos en fin apuñalarlos, pensando no estar muy descaminado si  afirmo  que dentro de esta III Promoción de Menciones, un José Miguel Martínez, un Ángel Roberto Sánchez, un Luis Olivares, una Herminia Catano y una Priscila Peña entre otros, son los portadores más emblemáticos del puñal, del estilete al que hacemos alusión en este trabajo.

José Miguel Martínez

Desde mi asiento pude constatar que las mutaciones físicas y metamorfosis espirituales experimentadas por ciertos asistentes al evento los había por completo transformado, y en ocasiones creía que el Alzhéimer me había hecho prisionero en sus desmemoriados brazos.  Al comprobar que también algunos egresados no reconocían algunos de sus ex – compañeros de aulas  por el largo tiempo transcurrido sin verse, me convencí de no ser una víctima del amnésico padecimiento.  Los cambios observados eran con frecuencia favorecedores  para los muchachos.

Como ocurre durante el primer encuentro de todas las promociones de egresados, sus componentes asistieron sin sus hijos y parejas respectivas, y esta singular coyuntura es responsable de que entre ellos se traten con una familiaridad, una intimidad ausente incluso cuando están junto a parientes de sangre como ciertos primos, tíos o sobrinos.   Reinaba en el ambiente una especie de fraternidad pocas veces advertido en juntaderas  de este género.

A diferencia de los encuentros organizados por las restantes promociones de egresados de la UASD (odontólogos, médicos, abogados etc.), los celebrados por los ingenieros agrónomos me parecen los más folklóricos, los menos ceremoniosos en fin, los más en consonancia con el espíritu proletario, plebeyo de la Academia, y los comentarios, comportamientos y repentizaciones de los asistentes bien podrían figurar por su tipicidad y gracejo en la obra “Al amor del bohío” del escritor Ramón Emilio Jiménez 1886-1970.

Para asombro y diversión de profesores e invitados especiales, al término de éstos eventos y estimulados por las bebidas espirituosas ingeridas las aficiones artísticas de muchos egresados se ponen de evidencia, y quienes por lo general se comportan con formalidad y mesura se entregan al canto, la declamación al baile, al relato de cuentos o adivinanzas, a la animación, a la pantomima y a otras manifestaciones en los dominios del arte.  Lo interesante de sus intervenciones es el alto grado de profesionalidad que exhiben.

La III Promoción – Menciones no es la excepción en estos devaneos y ocurrencias ajenas al campo de la agropecuaria, y en su encuentro del pasado 3 de abril una primaveral y siempre risueña Jacqueline González con exquisitos trémolos, quiebros tonales y registros melódicos  hizo con su voz las delicias de los asistentes,  así como Augusto Villar con su bien rimadas poesías y Sánchez con sus inimitables parodias.

Roberto Sánchez

La mayor parte de los docentes consideran que conocen – mental y emocionalmente – a sus alumnos por el simple motivo de haberles impartido clases en su primera y segunda juventud.  Esta presunción me parece un poco exagerada al no tomar en cuenta, no únicamente el inclemente paso de los años sobre el cuerpo sino también la enorme influencia que ejerce el tiempo sobre nuestra voluntad, sensibilidad y escala de valores.  En todo joven existen potencialidades insospechadas por los maestros responsables de su educación e instrucción quienes en el futuro serán  sorprendidos, espantados por su conducta.

Como era de esperar casi todos los egresados de la Promo III han madurado emocionalmente, lucen mas asentados – sus parejas son fundamentales en su actual serenidad – abandonando en gran medida la intolerancia dogmática y el radicalismo antisistema de que antes presumían, haciendo en los actuales momentos ostentación de una sensatez lograda entre otras cosas por los efectos sosegantes que las vivencias matrimoniales y las experiencias profesionales tienen por lo general sobre la conciencia de cada uno.  Aquellos arrebatos y furores han dado paso al reposo y la tranquilidad observados.

Me deslumbraba observar en muchos de mis ex-alumnos intensas miradas de inteligencia que atestiguaban los cambios producidos desde hace treinta años a esta parte y aunque las arrugas del espíritu resultan de difícil detección visual, las líneas de expresión de sus rostros, su cordura ante los chistes de sus condiscípulos y el cerrar momentáneamente sus ojos para ver mejor lo que pensaban, demostraban sin lugar a dudas que mis estudiantes de entonces se habían transmutado en mis actuales colegas.  Antes escuchaban a sus profesores pero ahora hay que escucharlos a ellos.

Ya no existía la posibilidad – como antaño – de reprenderlos para instruirlos como hacen los padres con sus hijos; no se podían castigar para que aprendan lo que debían hacer ni enseñarles cosas sobre las cuales muchas veces tienen más conocimientos que sus antiguos docentes.  Me asaltaba la misma impresión que tiene un padre que una mañana recibe la visita de un hijo que viene acompañado de sus nietos.  Aquel vínculo de una pasada dependencia se había desvanecido por completo, tal y como sucede al vernos el ombligo que en definitiva no es más que la cicatríz de una fetal servidumbre.  La nostalgia entonces se apodera de uno.

Algunos egresados tuvieron la delicadeza de mostrarme fotos actuales de sus hijos siendo asombroso el parecido que tienen con sus padres cuando éstos estudiaban en la Facultad de Ciencias Agronómicas y Veterinarias de la UASD.  El mandato genético es algo que en el fenotipo no podemos obviar, eludir, y esta semejanza es en muchos casos una fuente de alegrías, de satisfacciones que los progenitores disfrutan sin que nadie pueda participar de su íntimo regocijo.  Un hijo (a) físicamente muy parecido a nosotros es como si le diéramos marcha atrás al reloj del tiempo.

Lamentablemente la lectura sigue siendo en la generalidad de los Ingenieros agrónomos una asignatura pendiente,  no representando el intercambio de opiniones o pareceres sobre libros analógicos o digitales leídos temas de conversación entre ellos.  Quizá como medida de defensa dentro de un centro de educación superior – como la UASD- donde la religiosidad era mal vista,  casi ningún alumno mostraba fervor por ninguna creencia.  En el encuentro pude cerciorarme del  notable número de colegas que hoy son partidarios y pregoneros de las más variadas sectas de las grandes confesiones  monoteístas.  Incluso asisten a sus  cultos y tienen fiestas que guardar.

A pesar de encontrarme en el postre de la vida o sea en mi última etapa – 72 años en Mayo – y constituir la indolencia y la apatía sus coordenadas más relevantes, haber sido durante el evento el destinatario de muchas anécdotas e historias relatadas por los muchachos me resultó muy elogioso aunque en homenaje a la verdad y a la sinceridad no quería significarme o distinguirme en lo absoluto, ni mucho menos hacer bandera de las reiteradas aclamaciones.  Salvo los políticos, los septuagenarios estamos blindados a la ovación y el aplauso aunque se agradezcan.

Al evento asistieron diversos profesores de distintas disciplinas, género y antigüedad en el servicio resultando asimétrica la declinación somática entre éstos y la de los egresados en plena fase de culminación, aunque para los enseñantes era motivo de orgullosa recompensa saberse protagonistas no tanto de la formación profesional adquirida por los celebrantes del encuentro sino también, de que su magisterio en la escuela de ingenieros agrónomos de Engombe figure entre los puntos más luminosos de su curriculum.  Servirle al Gobierno, a la empresa privada o al provecho propio jamás proporciona al placer derivado de la enseñanza.

Deseo finalmente que los miembros de esta III Promoción – Menciones de ingenieros agrónomos de la Universidad Estatal acepten como un afectivo obsequio  la redacción de este articulo por ellos inspirado, y aunque tal vez algunos esperaban un obsequio de mayor envergadura es bueno recordarles que los mejores regalos  son los que vienen sin envolver, los que no necesitan embalaje como fue el caso del modesto pero significativo llaverito con el cual los egresados  distinguieron a cada uno de los presentes en su afortunado encuentro.