1. Antecedentes. Fue en el verano de 1978, 5 de agosto al 16 de septiembre, cuando entré en contacto con la realidad de lo que ocurría en el sudeste asiático, específicamente en Irán y Afganistán, Iraq y la China a través lecturas sobre el tema y varias discusiones con Aníbal de Castro, para la época estudiante de economía en la Universidad de East Anglia, en Norwich, Inglaterra, quien, en compañía de su esposa Mayra Muñoz, nos invitaron a Ramonina y a mí, entonces estudiantes en París, a pasar aquella temporada estival en su residencia The White Lodge, en Horsham. Fue allí donde se produjeron esas discusiones y lecturas no solamente sobre el sudeste asiático, sino sobre África y América Latina y, especialmente, sobre lo que ocurría en nuestro país luego de las elecciones de mayo de 1978 y el triunfo de la candidatura perredeísta de Antonio Guzmán y Jacobo Majluta.
2. Sobre la China, ya estaba abundantemente documentado, porque en mi primer viaje a Francia entré en contacto con la revista del grupo Tel Quel y la bibliografía selecta sobre la historia, la antropología, la literatura y la política china y el rescate de los textos fundamentales franceses sobre el pensamiento chino, como los de Marcel Granet, Henri Maspéro y Víctor Segalen. Sobre Iraq, desde Santo Domingo mismo, seguí la evolución histórica de aquel país cuando que se produjo el golpe de Estado que depuso la monarquía del rey Faisal hasta la ascensión al poder de Saddam Hussein. Pero de Afganistán, ni idea, hasta que surgió ese tema en las discusiones con Aníbal. Y surgió también el tema de Irán y la India y el inminente triunfo de la revolución de los ayatolás encabezada por Jomeini, quien la dirigía exitosamente desde su búnker en París, donde me encontraba en aquel momento histórico para el futuro de lo que fue el imperio persa de Darío y Ciro el Grande. Y lo que significaría para la geopolítica del sudeste asiático, sobre todo después de la muerte de Mao Zedong en 1976 y la toma del poder por Deng Tsiao Ping y su programa de reformas capitalistas en el Norte y socialistas en el Sur. El fruto de aquello se ve hoy al pasar la China de país de pobres campesinos en 1949 a primera potencia mundial.
3. Pero vuelvo con Afganistán. ¿Por qué? A periodistas curiosos como Aníbal y yo, radicados momentáneamente en Europa, ¿por qué les interesaba un país tan alejado de la República Dominicana y del cual apenas se sabía en nuestro suelo lo que publicada anualmente sobre cada país del globo terráqueo el Almanaque Mundial? La explicación es la geopolítica. Y en casa de Aníbal leí un largo ensayo histórico y político que explicaba el fracaso de todos los imperios que desde el siglo XVIII intentaron conquistar el territorio afgano y culminó dicho ensayo con el fracaso de la Unión Soviética al intervenir en favor del régimen socialista implantado en Afganistán. Fue en la New Left Review o en Left Curve donde leí aquel análisis tan lúcido que lo he recordado siempre luego de la derrota soviética en Afganistán y cómo los rusos fueron reemplazados por los Estados Unidos, gendarme del mundo, al igual que reemplazaron a Francia en el sudeste asiático y particularmente en Vietnam y Afganistán, donde sufrieron su primera gran derrota en 1975 y en el país de los afganos, otra gran derrota en 2001 con la llegada al poder de los talibán, expulsados por la gran coalición occidental, pero ahora, al cabo de 20 años de combates feroces, los Estados Unidos y sus aliados occidentales caen otra vez vencidos por unas milicias y sus clérigos que tomaron nota de lo que les sucedió anteriormente.
4. Talibán, talibanes. Unos pluralizan el sustantivo sin saber que ya él está en plural, según la Real Academia Española. Pero la redundancia suena mejor en español, lengua en la que las palabras terminadas en –n asumen el plural con –es. ¿Qué significa la palabra talibán? Talibán significa en afgano “estudiantes del Corán, [y era una milicia que] estaba integrada originalmente por jóvenes de la etnia pastún –mayoritaria en Afganistán, formados en las ‘madrasas’ (escuelas cornánicas), no tardaron en ganar adeptos al presentarse como garantes del orden y de la unidad de un país sumido desde hacía 15 años en una guerra ininterrumpida, tras la ocupación soviética entre 1979 y 1989, y luego de una guerra civil. De ahí que su ascenso fuera rápido. El 27 de septiembre de 1996, los talibán entraron en Kabul, ejecutaron a Mohamed Najibullah, presidente del Gobierno prosoviético y en menos de dos años, en 1998, se hicieron con el control del 90 por ciento del país. El resto, reducido a un pequeño feudo al noreste del país, quedaba en manos de la Alianza del Norte, grupo interétnico integrado por ‘señores de la guerra’» (Datos recuperados de Wikipedia el 18 de agosto de 2021). Y para más detalles, léanse el libro ya clásico de Ahmed Rashid, Los talibán. Barcelona: Península, 2001. A la hora de consultarlo de nuevo, se me ha extraviado entre anaqueles de mi biblioteca.
5. El talibán surge en el Sur en 1994 como movimiento integrista, o sea en la región más pobre del país, como todos los sures, el campo opuesto a la opulencia de las ciudades afganas que han conocido el bienestar del modo de producción capitalista con la introducción masiva de bienes de consumo y los fastos de la educación universitaria, la cultura occidental, sus bancos, sus tarjetas de crédito y el consumismo con su cultura light. El inglés es la lingua franca que franquea la movilidad y el ascenso social y son miles los colaboradfores y traductores del afgano al inglés que esperan turno para salir en los aviones de la Coalición Occidental a la hora del sálvase quien pueda. Pero digámoslo brutalmente: lo que sucede en Afganistán es una guerra brutal de clases entre los partidarios de la introducción del modo de producción capitalista y la destrucción de las relaciones sociales anteriores, es decir, las fuerzas que representan, como en Europa, en China, en la antigua Rusia, en Japón, a los señores feudales que luchan a muerte por no ser desplazados del poder. Lucha inútil, como se constata cómo poco a poco a escala planetaria al régimen esclavista griego y romano sucedió un modo de producción natural, luego el feudalismo, luego el capitalismo mercantil y finalmente el capitalismo industrial que cuando entra a un país abraza y abrasa toda la formación social. Sucedió en Rusia en 1917, en China en 1949, en Japón con la revolución Meiji del siglo XIX que terminó con el feudalismo de los señores de la guerra y sus samuráis, y terminará, en Afganistán, cuando surja, tdal Bismarck o Garibaldi, el líder unificador de todas esas fuerzas precapitalistas del Sur que ya, y no hay punto de retorno, han sido infestadas por la tecnología del capitalismo industrial: los talibán han hecho la guerra en camiones, carros, yipetas, camionetas, armas y celulares occidentales, en vez de la utilización del caballo, dejado atrás desde la guerra mundial de 1914-18. La naturaleza y los sujetos que viven en ella no dan saltos, se decía en mi época del 1J4, para significar que Rusia pasó por Tamerlán, Iván el Terrible, Pedro el Grande y Catalina la Grande hasta llegar a Lenin, Stalin y la perestroika, la cual terminó con el socialismo para volver al capitalismo y lo mismo sucedió en China a partir de Den Tsiao Ping, pero ninguno de estos países ha producido cambios que hayan instaurado un salto en el que se haya inventado un régimen que no sea capitalista ni comunista. Ese invento vendrá cuando ya el capitalismo se haya agotado como modo de producción y el socialismo y comunismo, conocido ya su fracaso debido a la economía planificada y a su inseparable amigo el partido único, sean un recuerdo amargo en la historia del concepto de sujeto único, múltiple y contradictorio.
§ 6. En la próxima entrega, analizarán no solamente las razones culturales, históricas y políticas por las que han fracasado todos los imperios que han intentado apoderarse de las riquezas de Afganistán al invadir su territorio, sino que se abordará también por qué un gobierno de los talibán no posee el poder ni la capacidad de imponer un modo de producción feudal minado por fuerzas productivas y relaciones sociales de producción capitalistas fuertemente implantadas en las ciudades más importantes del país y que son irreversibles desde el surgimiento de las ciudades que echaron abajo el feudalismo en Europa, Rusia, China y Japón, tal como lo estudió Lewis Mumford en su dos libros capitales sobre el tema: La ciudad en la historia (1961) y La cultura de las ciudades (1938)