El constante bombardeo diario de denuncias contra la impunidad que arropa la corrupción, donde las condenas en casos menores se pueden contar con los dedos de una mano y sobran dedos, mientras los casos mayores permanecen en un limbo más interminable que la tan manoseada, traída y llevada ley de partidos.
Las múltiples quejas y reclamos sobre la forma en que se ha estado manejando el escándalo de la Odebretch en el ámbito judicial, presagiando un frustrante final sin fallos condenatorios.
El insólito manejo judicial del expediente y extraña desaparición de “Quirinito”, sobrino del ex capo Quirino Paulino, quien sigue en tranquilo disfrute de una fortuna de cientos de millones de pesos ganados a través de los voluminosos envíos de droga al insaciable mercado de consumo estadounidense.
El interminable debate en torno a la propiedad de los terrenos del vertedero de Duquesa, mientras la basura continúa anegando el Gran Santo Domingo y poniendo en riesgo la salud de sus posibles cuatro millones de habitantes.
El dispendioso festín en que el CEA dilapidó las tres cuartas partes de su valioso patrimonio inmobiliario para cubrir una onerosa nómina innecesaria y clientelar que cada mes se tragaba cincuenta millones de pesos.
La pendiente depuración de responsabilidades en el caso de Los 3 Brazos, objeto de una sospechosa “venta” de ese patrimonio público, declarada ilegal por la comisión investigadora designada por el propio Poder Ejecutivo, así como la devolución de los abusivos pagos exigidos a residentes de ese populoso sector.
La exhibición de incompetencia y voracidad de malos funcionarios que arropan la labor de aquellos otros que, por el contrario, cumplen con la norma de que al poder se va para servir y no para servirse.
La permanente amenaza de paros escolares por parte de la Asociación Dominicana de Profesores, que al parecer no encuentra otra forma de sustentar sus demandas que no sea restando días de clase a la ya de por sí muy atrasada educación pública, urgida de un serio y dedicado compromiso de rescate que ese politizado gremio no parece estar en disposición de asumir.
Una universidad Primada que se ha ido alejando cada vez más de la época en que era reconocida como una institución educativa ejemplar, depositaria de los más caros anhelos de progreso del pueblo dominicano y faro de esperanza para la forja de una mejor nación.
El brutal asesinato, cometido con estremecedores signos de sadismo sin margen para la compasión, contra adolescentes secuestradas y violadas.
Embarazos de adolescentes y niñas de hasta apenas 10 años, con frecuente abuso de padres y padrastros.
La elevada cantidad de feminicidios en un fúnebre registro de muertes que se repite de año en año.
Los sostenidos altos índices de muertes de parturientas y recién nacidos que las autoridades atribuyen en gran medida a indiferencia y mal manejo de médicos desaprensivos y estos, a su vez, a carencias de equipamiento y fallas en el suministro de materiales esenciales a los hospitales.
Mafias que obtienen jugosos beneficios organizando tours de miles de parturientas haitianas que cruzan libremente la frontera mediante el pago de peaje, para dar a luz en nuestros hospitales.
Una delincuencia cada vez más agresiva que cuenta en sus filas con agentes policiales que no vacilan en asesinar a otros policías para apoderse de sus armas de reglamento.
El tránsito cada vez más caótico. Aceras y calles ocupadas impunemente por todo tipo de negocios improvisados, y en no pocos casos, por escombros y materiales para la construcción a cielo abierto de grandes edificios.
La pérdida de vidas por accidentes vehiculares que superan a cualquier otra causa de muerte violenta y nos convierten en el segundo país del mundo donde resulta más elevada la proporción de víctimas fatales por causa de los mismos.
Cientos de miles de familias que, a despecho del crecimiento económico que jamás toca a sus puertas, arrastran una vida miserable.
Medio millón o más de “ni-ni”, jóvenes que ni estudian, ni trabajan, pero aún peor, carecen de un horizonte de esperanza.
Una clase política en permanente controversia de intereses que no acaba de entender la necesidad de cambiar la forma de ejercer esa actividad, con un discurso que cada vez pierde más credibilidad y fatiga la paciencia de la ciudadanía.
La profunda crisis de prestigio en que ha caído nuestra partidocracia y la cada vez más urgente necesidad de implantar la norma de que los dineros públicos son sagrados, y que el poder no puede ser tomado como vía para enriquecerse a base de maquinaciones turbias, ni para el disfrute de privilegios irritantes y abusivos.
El auge de la droga, la criminalidad, la violencia social, la pérdida creciente de valores esenciales, la carencia de conciencia cívica y la ausencia de un ideal y compromiso de nación por parte de muchos, que han hecho profesión de la cultura del “dao” sin contrapartida, que exigen todo sin aportar nada, echando al olvido el principio que al disfrute de cada derecho corresponde el cumplimiento de un deber.
La falta de protección jurídica al derecho de propiedad, con la frecuente e impune invasión de terrenos públicos y privados, tanto rurales como urbanos y el asalto de turbas de facinerosos a negocios y hoteles turísticos.
Es el listado no excluyente de la actualidad que llena y nos golpea cada día, desde que abrimos los ojos en la mañana hasta que los cerramos en la noche buscando recuperar fuerzas para la próxima jornada, y que va conformando la percepción de un entorno existencial tan adverso que nos desorienta y nos mueve al desaliento, convirtiéndonos en seres invadidos por el pesimismo y abrumados por la tan pesada carga de problemas coincidentes sin aparente solución. Que nos lleva al falso convencimiento de que somos un país fracasado, irremediablemente condenado y posibilidades de rescate.
Es, sin embargo, el momento en que tenemos que renovar la esperanza y aferrarnos a ella. Verle el rostro bueno, la otra cara a la realidad que nos circunda. Descubrir la existencia de la mucha gente noble y esforzada, generosa y solidaria, honesta y decente que anida en el seno de nuestra sociedad. Que anhela y sueña con un mejor país. Que representa la gran reserva moral con que se cuenta para llevar adelante la tarea de cambiar esa realidad negativa que hoy nos abruma. Que sueña con un país progresista y una sociedad justa, que nos mida a todos por el mismo rasero, donde el trabajo y los méritos sean la medida de reconocimiento.
Ellos, no nos engañemos, por más que silente, son mayoría. Es el activo con que se cuenta para echar los cimientos de una nación que preparada para abordar los retos del presente, guarde mucha mayor semejanza con los valores éticos, esenciales y permanentes, del todavía muy distante modelo de patria que soñaron Juan Pablo Duarte y el grupo esforzado de jóvenes idealistas que lo acompañaron en la gloriosa gesta independentista.